SU PARTICULAR HISTORIA DE VIDA
Nahuel Benítez, el escultor que hizo escuela en Gualeguaychú y lleva su arte a las fiestas del país

Su taller está en Urquiza al Oeste, frente a la entrada principal del Regimiento. Es un enorme galpón repleto de dinosaurios, elefantes, leones, telgopor, máquinas y todo tipo de materiales. Mientras ultimaba los detalles a La Piedad de Miguel Ángel, el joven escultor habló, por primera vez con un medio, de su largo recorrido artístico. “No hay que quedarse en la fácil”, apuntó.
Por Luciano Peralta
“Esta es una primera entrega, la van a exponer en una muestra que hacen para Semana Santa y después me la mandan devuelta para que termine todos los detalles”, dice Nahuel Benítez, mientras se abre paso entre enormes bloques de telgopor. Se refiere a La Piedad, la famosa escultura de Miguel Ángel Buonarroti que replicó para la Fiesta Nacional de la Navidad, celebración que tiene lugar en Alem, provincia de Misiones.
Con apenas 34 años, el joven gualeguaychuense suma largos años de experiencia en el arte de la creación. Empezó en los talleres de Papelitos, allá por el 2005, gracias a un primo que trabaja en la comparsa del Club Juventud Unida. “Me rateaba de la escuela, me iba al taller y me quedaba ahí. Después me pusieron a trabajar, me gustó, tanto que terminé dejando la escuela”, cuenta, entre risas.
“Como todos, arranqué empapelando -continúa-. Después empecé a soldar, a cortar madera, a pintar. A los 15 años le había agarrado la mano a la soldadura, soldaba como los dioses. Pasé por todas las comparsas, menos por O’ Bahía, pero el carnaval, al ser un trabajo temporal y mal pago, al menos en esa época, te termina cansando”.

-A tallar, ¿cuándo empezás?
-Fueron los últimos años acá en Gualeguaychú. Nos juntábamos en el taller, éramos como 25 y me ponía a darle formas al telgopor. Había uno de los gurises que era narigón y siempre lo copiaba, lo hacía tipo caricatura. Después, en casa, mi vieja me ponía a congelar las cajas de vino llenas de yeso y yo les daba forma. Lo mismo con madera y otros materiales.
-¿Siempre tuviste habilidad con las artesanías?
-Sí, sí. Mi viejo antes hacía electricidad y me daba cosas chicas para arreglar, así me ganaba mi plata. Arreglaba un velador o un ventilador y tenía para salir el fin de semana o comprarme ropa. Eso me dio habilidad, por ahí, y también hizo que me empiece a gustar tener mi plata para manejarme. De alguna manera, eso es lo que me termina alejando del carnaval, porque pagaban mal y tarde, no se respetaba el trabajo en ese sentido.
-¿A dónde te vas cuando dejás el carnaval?
-A Chaco, Misiones, Corrientes. A trabajar en los carnavales de allá. Es que hay muy pocos talladores. Por ahí acá, en Gualeguaychú, hay un montón, pero salís de la ciudad, y ni hablar de la provincia, y no hay. En Corrientes hay muchos carnavales, cuando llegué no se laburaba con telgopor en ningún lado. Yo llevaba de acá y lo trabajaba allá. En Chaco menos había, no existía el telgopor. Entonces, al ser el único prácticamente se me abrieron un montón de puertas. Con el primer laburo me pude comprar una camioneta. Vivía viajando, de Chaco a Corrientes, de Corrientes a Misiones y otra vez a Chaco. Vivía en la ruta.
-¿Siempre eran para carnavales esos trabajos?
-Sí, mayormente sí. Después, con Flavio (Mendoza) se me empezaron a abrir otras puertas.

-¿Cómo llegás a trabajar con él?
-Uno de mis compañeros era pariente y, en 2012, nos vino a buscar para hacer una escenografía de Stravaganza. Él viene de familia de circo, pegamos buena onda y seguimos laburando juntos, hasta el presente. Con él hice un elefante grande, todo articulado. Justo vino la pandemia y me había quedado ese trabajo, así que me pude dedicar exclusivamente a inventar eso, era una cosa difícil, con movimiento, pero me gusta probar, aprender…
-¿Siempre tuviste esa faceta de inventor?
Sí, me encanta. Me encantan los desafíos, complicarme la vida, hacer cosas nuevas. Le pone más emoción al trabajo. Lo mismo con la mecánica, la electrónica y esas cosas.
-¿Cuándo volvés a la ciudad?
-Hace como nueve o diez años. Ya vuelvo y me instalo, aunque seguí trabajando para afuera. Casi todo lo que hago es para afuera.
-¿Por qué es eso?
-Por los clientes que fui haciendo en todos estos años y porque creo que nadie es profeta en su tierra. Acá no me conoce mucha gente, me fui de muy chico. Pero ahora tengo más experiencia y la seguridad que te da haber trabajado tanto.
-¿Cómo te presentás? Porque hacés de todo, sos escultor, sos artista…
-Me costó mucho considerarme artista, sobre todo porque no estudié (formalmente), lo que aprendí fue haciendo, viendo como lo hacían los demás y de manera autodidacta. Pero creo que el tiempo me ayudo a asimilarlo. Hoy me considero un artista, aunque no me la creo ni un poco.
-¿Qué más te enseñó el tiempo?
-Que no hay que quedarse en la fácil o en la cómoda. Que todo cuesta, pero, al final, no hay nada más lindo que dedicarse a lo que a uno lo apasiona, vivir de eso.