EL CURA VILLERO, LA POLÍTICA Y UNA REVOLUCIÓN EN MARCHA
Padre Tano: “La experiencia de Gualeguaychú es interesante y luminosa para el resto del interior”
Aunque se llama Nicolás Angelotti, casi todos lo conocen por “Tano”. Es referente de la comunidad San José, una obra enorme levantada en La Matanza, en lo profundo del conurbano bonaerense. “Lo que pasa en Gualeguaychú es una bocanada de aire y esperanza de que se pueden generar procesos de cambio distintos”, expresó.
Por Luciano Peralta
A través del testimonio del ex director del Hospital Centenario, Ricardo Paiva, y de tantos gualeguaychuenses que luchan contra las adicciones en el Hogar de Cristo San José, se hizo cada vez más conocida la monumental obra que, en el corazón de La Matanza -el distrito más populoso de la provincia de Buenos Aires- lleva adelante la Iglesia Católica a través de los curas villeros.
Sólo en ese lugar funcionan comedores que reciben a más de 10 mil personas por día, jardines de infantes, escuelas primarias y secundarias, centros formadores de oficios, salas de primeros auxilios, hogares de recuperación de adicciones, clubes, granjas y atención a personas con discapacidad.
Se trata de una gran comunidad organizada y el sacerdote Nicolás Angelotti es uno de los referentes de la misma. Días atrás, el Padre Tano -que otro apodo podría tener con ese apellido, ¿no?- volvió a Gualeguaychú y, en ese marco, dialogó con Ahora ElDía.
“Gualeguaychú es parte de un camino que venimos recorriendo con el equipo de curas de las villas y, especialmente, con los Hogares de Cristo, comunidades de los barrios pobres que en la iglesia se organizan para rescatar a los pibes y las pibas que cayeron en el consumo de droga o alcohol. Acá vienen caminando experiencias, tanto en el Hogar de Cristo Nazareth como en el Hogar de Cristo Asunción de María, también con el parador para gente en situación de calle que está cerca de la terminal, que nos fueron hermanando mucho”, expresó.
“En este caso, vine a Gualeguaychú con un campamento durante tres días, junto a tres Hogares de Cristo, en los que funciona un hogar de menores, con nenes y nenas de 6 a 12 años, y de 12 a 18 años”, contó el cura. Y aseguró que “cada vez que venimos encontramos las mismas miradas, las mismas luchas y los mismos sueños con el Intendente”.
-No es la primera vez que venís a la ciudad…
-No, ya habíamos venido a hacer pretemporada con el Club Atlético Madres del Pueblo, de la Villa 1-11-14, y también con los hogares de abuelos y abuelas. Tenemos mucha comunión, nos sentimos como en casa y en familia cada vez que venimos. Además, de la pandemia para acá fuimos recibiendo a muchos pibes que fueron allá para internarse, por el arrastre del ejemplo y el testimonio de quienes fueron a hacer el camino de recuperación y que hoy están siendo acompañantes en el hogar o trabajando en la casa de comidas o en la cooperativa de construcción que tenemos.
-Conocemos de eso gracias al testimonio de Ricardo Paiva, entre otros…
-El Toli Paiva llegó buscando ayuda y terminó salvando y ayudando a todos. En tiempos de pandemia, fue un ángel que nos mandó Dios. En nuestras villas, a las que ni siquiera entran las ambulancias, tener un médico de barrio con la mirada sanitarista de él hizo que la comunidad se sienta bendecida con su presencia.
-La obra del Hogar de Cristo es enorme y viene a ocupar un lugar que debería ocupar el Estado, ¿te genera alguna contradicción eso?
- Nosotros tenemos el privilegio de estar en los barrios y compartir con nuestra gente. Estamos allí porque somos felices, no porque somos super héroes o algo por el estilo. Además, a cada pasa uno toma conciencia que la protagonista central de nuestra obra es la comunidad organizada: un montón de hombres y mujeres, de pibes y de pibas, que se ponen proyectos y sueños al hombro. En este sentido, lo de Gualeguaychú es ejemplar. El Hogar de Cristo es uno de los que más desarrollo tiene en el país y creció en una comunidad sin un cura específico, una comunidad de laicos que se organizaron y entendieron que el problema de los pibes que estaban sufriendo en el barrio también era su problema. Y hoy tienen una cooperativa de construcción, una de costura y un montón de herramientas para los hijos e hijas de las personas en consumo, y para quienes están en internación. Nosotros creemos en un Estado presente y en una comunidad organizada de abajo hacia arriba, para ir conquistando derechos, oportunidades y sueños. Cuando se da que la política local no está mirando la plaza central, sino que está mirando los barrios, la periferia, con centros de salud, con polideportivos, con organización vecinal, las experiencias son mucho más luminosas.
-¿Encontrás esa conexión entre la política y el pueblo en Gualeguaychú?
-La experiencia de Gualeguaychú es interesante y luminosa para el resto del interior. Está conectada la política local con la comunidad de los últimos, y esa es la grieta más grande que tenemos actualmente: la desconexión entre la política de turno y el dolor de los más olvidados, los más pobres y postergados. Y la política no sólo no es una mala palabra, sino que es una vocación para transformar la realidad y para llevar dignidad y justicia social a los últimos, y cuidando de todos. Lo que pasa en Gualeguaychú es una bocanada de aire y esperanza de que se pueden generar procesos de cambio distintos.
-¿Cómo se hace para creer en contextos tan difíciles como el actual?
-Creo que lo que tenemos que recuperar son los sentidos, hoy existe un vacío de sentido que es aprovechado por el desgano y la desesperanza. Yo estoy convencido que la lucha es con Dios, quien te empuja, te anima, te llena las entrañas de fuego para que vos sigas luchando y le encuentres sentido a esa lucha. Y es con amor, no un amor romántico, el amor concreto que no deja que el corazón se contamine de esa desesperanza. Es amor que transforma y se vuelve realidad efectiva en cada derecho y oportunidad que se conquista.