REPENSAR PRÁCTICAS VIOLENTAS
Pichot y las palabras que hacen falta: ¿Nos hacemos cargo o seguimos haciéndonos los boludos?

En la semana que comenzó el juicio contra los rugbiers que mataron a Fernando Báez Sosa, las palabras del ex capitán de Los Pumas se vuelven más que necesarias, inevitables. Hacernos cargo de lo que fuimos y, sobre todo, de lo que somos, es el primer paso para no seguir contando muertes tan absurdas, tan evitables. ¿Y si nos repensamos como Pichot?
Luciano Peralta
Una absurda discusión en un boliche termina con una absurda agresión y el asesinato absurdo de un chico de 18 años. Tres años después, ocho rugbiers empiezan a ser juzgados por “homicidio doblemente agravado por alevosía y por el concurso premeditado de dos o más personas”. La presión social es grande, la Justicia está en la mira de todo un país. La sociedad parece ya haber decidido su condena: que se pudran en la cárcel, por violentos, por asesinos, por nenes bien que se llevaron de trofeo a un “negro de mierda”, porque hasta filmaron el hecho por el que serán -algunos de ellos- condenados, porque, de una trompada a traición y varias patadas en la cabeza destrozaron la vida de un papá y una mamá de a pie, gente común, buena gente.
En algunas semanas habrá fallo. Será justicia para unos y sabor amargo para otros tantos. Sobre algunos de los rugbiers recaerán condenas más o menos digeribles socialmente y otros celebrarán penas menores. Nosotros lo seguiremos por la televisión y lamentaremos vivir en una sociedad que fabrica tanto odio, tantas violencias y tantas muertes cada día.
Más o menos, es lo que va a pasar, pero ¿qué hacemos con eso? Una punta interesante a esa pregunta la ofrece Agustín Pichot en un video que por estos días se viralizó en las redes sociales. Es de un ciclo de Infobae, grabado a mediados del 2021, más o menos un año y medio después del asesinato en Villa Gesell.
“El gran problema que hemos tenido como deporte, y lo tenemos como deporte, es no haber diferenciado lo bueno y lo malo. Haber naturalizado la violencia. Y no es que los chicos toman anabólicos… no va por ahí. Lo mismo que si te acostaste con veintisiete minas sos un genio, o a este lo cagamos a piñas y es como si nada. Decir ‘genio, qué crack, chupate otro fondo blanco, dale, dale’, ¿dale qué? ¿sabés la cantidad de hechos de violencia que hay…?”, se pregunta el Pichot del viral.
“Creo que el rugby naturalizó muchas cosas que estaban mal. ¿Vos me preguntás exactamente qué es? No son los valores. Naturalizamos que en un bautismo te caguen a trompadas, que te muerdan hasta que no te puedas sentar, a mí me pasó, les hablo de la experiencia mía. ¿Sabés cómo estaba? Me mordieron la cola, un cachete, una persona de 130 kilos que tiene una mandíbula diferente y te agarra y parece un dogo, no me pude sentar por cuatro días, de verdad te lo digo, no sabés lo que me dolía. Todo el bondi riéndose, cero gracioso. Me cortaron todo el pelo, que yo amaba mi pelo, no tiene nada de gracioso, naturalizás”, cuestiona uno de los símbolos del rugby argentino.
Pero, aunque muchos caigan en la tentación de limitar el problema a la cultura del rugby, la cosa es mucho más grande y difícil de resolver. Es verdad que la mordida de un dogo criado con alimento balanceado ultra premium traerá consecuencias mucho más graves que la de un callejero mal alimentado. Sí, pero igual de verdadero es que los pibes se cagan a trompadas todos los fines de semana sin haber tocado una pelota de rugby en su vida. La violencia nos atraviesa, vivimos en una sociedad muy violentada de las que las prácticas violentas terminan siendo su resultado lógico.
La primera vez en mi vida que vi a un tipo pegarle una patada en la cabeza a otro no me la olvido más. Fue a la salida de La Base, el boliche que estaba en Rocamora y Bolívar, en Gualeguaychú. Y no eran rugbiers, eran hinchas de dos clubes de fútbol de la ciudad. ¿Los motivos? No importan. Vivimos en un país en el que las hinchadas no pueden, siquiera, compartir una cancha de fútbol, eso es lo que aprendimos como “normalidad” desde chicos. Así que una mirada, un roce o la nada misma resultan motivos suficientes para pararse de manos y que se pudra todo.
El pibe estaba ya estaba en el suelo, desmayado, cuando uno del otro bando le pateó la cabeza, con la fuerza de quien desea arrancarla. Había llovido, el asfalto estaba mojado, la patada fue tan violenta que movió cabeza y cuerpo. Sonó feo, nunca había escuchado el sonido de una cabeza pateada. Horrible. Y sorprendente: el pibe no se murió. No sé qué habrá sido de él, pero los diarios no anunciaron la tragedia el día siguiente. Tuvo suerte, mucha.
Nunca más vi una patada en la cabeza en el lugar de los hechos. Sí, muchas por la tele. Y muchas en las canchas de fútbol, en las tribunas. Desprecio por la vida televisado. Cosas de barras, cosa de ‘negros’, pensarán las clases acomodadas siempre dispuestas al odio, esas que representan los Thomsen, los Pertossi, los Comelli. Pero no, la cosa es mucho más grande y difícil de resolver.
Es necesario, como propone Pichot, repensar nuestros valores y nuestras prácticas. Las del mundo del rugby y las del mundo del fútbol; las de varones que construyen su identidad masculina en torno al aguante y a las trompadas; esas que, de vez en cuando, nos dejan como saldo un pibe asesinado en alguna calle cualquiera. Si eso no sucede, podremos seguir haciéndonos los boludos, señalar y condenar a los malos de ocasión, sean rugbiers, barras, negros o blancos. Pero, si nos hacemos cargo, desde el lugar que nos toque, como padres, como madres, como formadores, quizá los resultados empiecen a ser menos espantosos.