SOBRE LO IMPORTANTE Y LO EFÍMERO
¡Qué felices son los pobres!

La incertidumbre que parece ser el factor común a todo lo que rodea esta crisis devenida de la pandemia, es un interesante y más que válido motivo para reflexionar sobre temas sobre los que parecía que ya estaba todo dicho. Reflexionar, tal vez pueda verse entonces, como el ejercicio de mirar nuevamente hacia atrás y analizar hechos o circunstancias bajo una nueva mirada. Más crítica. Sin urgencias. Ahí quizás estribe una de las razones por lo que subyuga releer libros.
Héctor Luis Castillo* Observamos, atónitos, cómo van produciéndose en el lapso de días, de horas, cambios económicos, sociales y naturalmente, políticos, en todo el planeta. Vemos desaparecer programas, proyectos y planificaciones con la misma voracidad del incendio de Alejandría. Un mundo de certezas se convierte, ante nuestra estupefacta mirada, en un vendaval de cenizas sin valor y sin sentido. Mucho de cuanto creíamos saber se convierte velozmente en un dilema que la urgencia ni siquiera nos permite convertirlo en un problema a fin de buscar soluciones válidas. Un buen lugar para iniciar la búsqueda de respuestas, se me ocurre, nos la ofrece la historia. En la Francia de la segunda república, allá por 1840, un joven y lúcido jurista desmenuzaba un término por entonces y en ese lugar demasiado nuevo: democracia. Alexis de Tocqueville. Para este pensador, cuya obra más importante se refiere al impacto que tendría esa nueva democracia que nacía en la recién nacida Estados Unidos de América mientras la vieja Europa aun trataba de quitarse de encima los caireles de la aristocracia, veía con fascinación a este nuevo régimen que apuntaba, sobre todo, a un estado social cuyo hecho generador, cuyo principio único, era la igualdad de condiciones. Para él, había una inevitable tendencia hacia un mundo en el que la pasión por la igualdad iba a estar para siempre en el centro de todas las cosas. Pero, no sin una dosis importante de escepticismo, se preguntaba si acaso eso nos convertiría irremediablemente en ciudadanos libres. La igualdad de condiciones, podría afirmarse entonces, traería sin dudas consigo la tan mentada movilidad social. Sin embargo, la mirada liberal de este sociólogo no dejaba de percibir que ese aparente estado de igualdad –de la mano de la obsesión por el bienestar, las comodidades materiales y la preocupación obscena por el incremento de los bienes—, conlleva una dosis demasiado grande de individualismo en donde cada uno se pierde en su propio universo de bienestar dejando de lado la sociedad en general. El individualismo –afirmaba Tocqueville- es un estado natural, pero cuando va unido a la igualdad de condiciones despierta una sed insaciable de comodidades materiales. Doscientos años después, vemos que esa tantas veces anunciada y prometida igualdad no es un estado real de las cosas sino apenas una ilusión; no parece ser tan importante la movilidad social como que las personas que viven en condiciones desigualitarias se sientan iguales. Se perciban iguales. Aun cuando tengan que calentarse las manos en invierno con viejas boletas electorales. Los espejitos de colores otra vez brillan entre los dedos de los conquistadores. Apostar a la felicidad del consumismo, el individualismo y hacer del egoísmo nuestro sino, ha ido generando lugares cada vez más poblados y al mismo tiempo más vacíos. Ciudades abarrotadas de cosas. Hogares colmados de plástico brillante. O, en su defecto, con la ansiedad enfermiza de querer llenarlos de cosas. De objetos inútiles de obsolescencia programada. Porque eso nos da la sensación vacua de ser iguales. Mientras tanto, este virus, sin capacidad de decir nada, nos lo está diciendo todo. Y quienes tenemos la responsabilidad de ocupar cargos públicos, más aún, los que fuimos puestos en esos lugares por el voto de la gente, sin dudas tenemos la obligación ética, moral y ciudadana de rever los conceptos y las prioridades. Las urgencias y las alternativas. Lo importante y lo efímero. Este virus quitó el maquillaje y la desigualdad brota como una pústula a la que no podemos no verla. La igualdad real no es una igualdad de objetos sino de oportunidades. No puede ser feliz quien no es libre y nunca podrá ser libre quien tenga una deuda pendiente con sus sueños. *Médico y concejal de Gualeguaychú
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