Sábado Santo
El sábado santo se caracteriza, por la mañana, en la liturgia de la Iglesia católica, por ser un día en el que no hay ninguna celebración sacramental prevista.
Joaquín González
Especial para elDía
La comunidad cristiana sólo se reúne para rezar la liturgia de las horas. Todo el día (mañana y tarde) tiene un tono de silencio en el que los creyentes son invitados a contemplar el misterio de un Dios que en la persona de Cristo, por amor, entregó su vida.
Recién entrada la noche, las Iglesias volverán a llenarse de fieles que se reunirán en la solemne vigilia pascual para esperar y celebrar la resurrección de Cristo. Quienes participen de ella serán introducidos en este fascinante misterio.
La misma comenzará con todos los fieles reunidos en el atrio del templo donde se bendecirá el fuego nuevo con el que se encenderá el cirio pascual, que representa a Cristo muerto y resucitado. Así, con el templo a oscuras ingresará el cirio e irá comunicando su luz a cada uno de los que estén allí reunidos (de allí la tradición de llevar una vela).
Esa luz es la vida de Cristo que se comunica a todos los que creen en Él. Con razón, que en esta noche y en ese momento, se canta: ésta es la luz de Cristo, yo la haré brillar. En este clima de gran alegría, el ministro sagrado anunciará que esta es la noche más santa porque Cristo ha resucitado.
Luego tendrá lugar la lectura de la Palabra de Dios en donde a través de nueve lecturas se ofrece un panorama sobre la intervención de Dios en la vida de los hombres desde el principio hasta el tiempo de la Iglesia. Cuando esto finalice y, antes de la proclamación del Evangelio, se encenderán las luces del templo y se cantará solemnemente el gloría y el aleluya (que durante cuarenta días no se rezaron y cantaron).
De esta manera quedará proclamado el misterio de la fe: Cristo, el hijo de Dios hecho hombre que padeció y murió ha resucitado y vive entre nosotros. La vigilia continuará con la renovación de las promesas del bautismo por el que todos hemos sido hecho partícipes de la victoria pascual del Señor y, a continuación todo culminará con la liturgia de la Eucaristía.
Así, entonces hoy día sábado por la mañana y por la tarde es una ocasión para visitar las Iglesias y contemplar en el silencio de las mismas el misterio del amor de Dios. En este sentido es bueno acercarnos a los distintos templos de la ciudad para darle gracias a Dios por lo que ha puesto en nuestras manos. Pienso por ejemplo que sería muy bueno reflexionar acerca de cómo estamos recibiendo el amor de Dios manifestado en Cristo, como estamos nosotros amando a quienes Dios ha puesto en nuestro camino. O simplemente preguntarnos que entendemos por amor.
Reflexionemos un poco
El amor no es una imposición. Nadie puede obligar a otros a amar, como nadie puede obligar a otros a la amistad. Ambas realidades son gratuitas. El amor es un regalo. Cristo, muerto y resucitado nos invita a amarnos unos a otros, como él nos ha amado (cf. Jn.13,34) Esta es la verdad del amor, amamos porque otro nos ama.
Por tanto si queremos entender la esencia del amor no debemos desvincularlo de esta verdad. "Solo en la verdad -dice Benedicto XVI- resplandece la caridad y puede ser vivida auténticamente" (CV 3). A veces pienso que sabemos tan poco del amor, porque nos hemos alejado de la verdad. Amar no es solo una prueba ocasional y egoísta; no es lo siento hoy y mañana no; amor no es verdad si haces lo que yo pienso o quiero.
El amor es gratuito, busca siempre el bien del amado, es para siempre, no sabe de mezquindad ni aprovechamientos. Que bueno sería que hoy nos dedicáramos a pensar que hemos hecho con el amor. Cristo nos ayuda a rescatarlo de los egoísmos e intereses personales; cuando al amor lo iluminamos desde esta verdad lo salvamos del sentimentalismo pasajero, que tanto mal le hace al amor con mayúsculas.
Finalmente y, por la noche, yo me permito invitarlos a todos los que puedan, a participar de la solemne vigilia pascual en la parroquia de su barrio. Es una bella liturgia en la que detrás de cada gesto y cada palabra, es posible experimentar la presencia de Dios que en Cristo ama a todos los hombres. Y, si hay amor, hay vida que vale la pena ser vivida.
* Sacerdote de Parroquia Santa Teresita, Director de Estudios del Seminario.
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