“San José, almacén y bar” o la metáfora del espejo
El anfitrión lo comunica apenas iniciada la obra: "San José, almacén y bar"; es decir, el almacén para saciar el hambre y el bar para apagar los voraces incendios de la soledad y la desesperación, o bien como elixir incentivador de sueños que en la vigilia serían poco menos que imposibles.Por Luis CastilloColaboración Por un lado, la irrealidad de la música como un acompañamiento lúdico y casi surrealista; por el otro, los hombres, las mujeres, las pasiones y las miserias. La realidad a veces insoportable de lo cotidiano. El bar se encuentra -apenas por azar, supongo- en un una esquina casual de un Gualeguaychú de mediados del siglo pasado.Uno lo sabe porque un recurso sutil así lo hace conocer; pero ese bar podría estar o haber estado en cualquier lugar y en cualquier tiempo, ya que es apenas el continente necesario para cobijar el espíritu del hombre.Para reflejar -en este caso con un exquisito humor- nuestras virtudes más nobles y nuestras bajezas más abominables. Es un espejo de la sociedad, y como en todo espejo, cada uno mira lo que quiere ver. Lo que puede.Qué diferencia hay -me pregunto- entre esas noches en este bar en las que se reúnen hombres y mujeres a soñar con un club para el barrio -noble causa- y las noches que reunieron, en otros bares y otras lenguas, a conspiradores, revolucionarios, tránsfugas de toda estofa y hasta algún poeta devenido filosofo ocasional. Cada uno como reflejo, como espejo, de una sociedad agazapada paredes afuera.Sin dudas, la obra de Javier Villanueva y su elenco logran de un modo absolutamente natural, con sutileza y contundencia escénica, mostrarnos nuestros propios rostros en los suyos, en los espejos de sus voces y sus gestos.Nosotros, el público, desde nuestras mesas ubicadas dentro y fuera de ese bar -notable recurso escenográfico- revivimos casi si darnos cuenta, el mito de la caverna de Platón, vemos solo sombras de la realidad; cuesta creer que esos que se ven -que vemos- no sean otra cosa que nosotros mismos.Una de las más destacadas escenas, con un inconfundible espíritu Borgeano y un final más Borgeano aún, me da pie para cerrar esta nota con unos versos de "El reloj de arena"; en él, J. L. Borges escribe: "En los minutos de la arena creo/ sentir el tiempo cósmico: la historia/ que encierra en sus espejos la memoria".
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