POR LUIS CASTILLO
¡Se armó el merequetengue!

Si es a través de los genes que nos definimos como seres humanos, es a través de la lengua que nos situamos en ese incierto lugar del mundo al que llamamos 'patria'.
Por Luis castillo* Escritores y filósofos, pensadores de diversas ramas del conocimiento, en diferentes idiomas y tiempos cronológicos, han expresado la misma idea con apenas sutiles matices personales. “No es la nación en la que habitamos, sino una lengua… No te equivoques; nuestra lengua materna es nuestra verdadera patria” afirmaba Emile Ciorán, el rumano que logró escribir y pensar en francés hasta los últimos instantes de su vida; pero en cuanto su mente perdió el control de la conciencia, balbuceó sus últimas frases –agónicamente incomprensibles- en su lengua materna. Fernando Pessoa, el genial poeta portugués, en su “Libro del desasosiego” escribe (con su heterónimo de Bernardo Soares): “a minha pátria é a língua portuguesa”. Albert Camus, por su lado, escribió en sus “Carnets”, en septiembre de 1950: “Sí, yo tengo una patria: la lengua francesa”; el poeta mejicano Octavio Paz repetía una idea semejante: “la patria de un escritor es su lengua”. Hace algunos años, una fría noche de diciembre en Hamburgo, nos hallábamos un numeroso grupo de jóvenes de muchísimas nacionalidades en una especie de Hostel (por aquel entonces aún no se les llamaba así y eran lugares cuyas ubicaciones circulaban de boca en boca entre mochileros y jóvenes viajeros Low Cost); naturalmente, los grupos que se conformaban compartían –dentro de lo posible- los idiomas, por lo cual, la gran rueda que se había conformado –guitarra mediante- alrededor de un imaginario fogón la componíamos básicamente latinoamericanos, algún brasileño, y uno que otro gringo o gringa que se acercaban atraídos por la característica forma de relacionarnos que tenemos los latinos y que contrasta supinamente con la frialdad de los teutones o los nórdicos. En un momento determinado, conté un chiste que descontaba que provocaría muchas risas, pero sucedió todo lo contario. Salvo dos o tres argentinos que estaban allí, nadie se rio. Se quedaron mirándome como esperando un remate que nunca llegaría. ¿Qué había sucedido? Simplemente no lo habían entendido. Me sentí como esos malos comediantes que, por error, adelantan el final del chiste y este pierde toda su gracia y eficacia. Propuse entonces un juego. Mencionar una palabra (objetos, expresiones, insultos, etc.) y que cada uno contara cómo se lo llamaba en su lugar de origen. Recuerdo que después de dos o tres ruedas de hilarantes polisemias, una inglesa que estaba allí y que creía saber el suficiente español como para poder participar del grupo y del juego, me preguntó con un rostro entre estupefacto y confuso: ¿ustedes hablan todos el mismo idioma? Cómo podría haberle explicado que, en realidad, todos hablábamos la misma lengua, pero, sin dudas, no el mismo idioma. Como expresa la salvadoreña Carmen González-Huguet “Si es justo decir que percibimos el mundo a través de los sentidos, es igualmente acertado considerar que la realidad llega a nuestra mente filtrada, teñida y tamizada por la lengua. Esa creación nuestra que a su vez nos da a la luz todos los días. La creamos y nos crea. Existimos en ella y ella vive en nosotros”. El idioma, entonces, no es sino el modo de comunicación propio de un número determinado de personas mediante el cual no solo se relacionan entre sí, sino que comparten un mundo particular que puede ser tan grande como un país o tan pequeño como un barrio. Pero es propio. Se siente y se vive con sentido de pertenencia. Contenido que es a la vez continente. Entonces lo llamamos idioma, jerga, argot; códigos tan únicos y particulares como la comunidad que los comparte como un bien único. Qué duda cabe que cada región, cada provincia, de nuestro extenso país tiene características particulares que hacen que rápidamente diferenciemos, con solo escuchar hablar, un cordobés de una santiagueña o una correntina de un porteño. Y no solamente por las particulares tonadas sino por las palabras utilizadas, las expresiones, sus significados y significantes, su connotación. Entre Ríos lo tiene. Gualeguaychú lo tiene. Y esa gualeguaychusidad idiomática (¡vaya neologismo!) brota en frases, expresiones, palabras y modismos que la hace única como únicos a sus hablantes. Y se cuida porque es de uno. Es un patrimonio inmaterial. Una herencia que no solo se recibe pasivamente, sino que es necesario sostenerla y acrecentarla. Hacerla transversal y universal. ¿Quién inventa las palabras? La única respuesta que se me ocurre no es original ni pretende ser académica, pero diría que solo Fuenteovejuna es responsable de ellas. Todos y ninguno. Y es de todos y no es propiedad de nadie porque, como símbolo que es, la lengua y el idioma tienen solo su razón de ser en tanto y cuanto se compartan. Por eso están en constante transformación, enriqueciéndose con nuevos vocablos y conservando aquellos que por desconocidas razones persisten en el tiempo y las memorias colectivas. Las palabras nacidas del habla popular no solo mantienen su carga semántica, sino que, además, y fundamentalmente, esa connotación va acompañada de un ritmo, una entonación, un ronroneo silábico que las hace únicas, carentes de sinónimos, implacables. Ejemplificar sería iniciar una tarea tan interminable como ímproba y tediosa. Innecesaria, además, ya que son prácticamente patrimonio de la oralidad. Así nacieron y quizás ese sea su sino, su fortaleza y, al mismo tiempo y paradójicamente, su debilidad. De allí su difícil transcripción escrita y ortografía dudosa (ya que como todo neologismo no necesariamente debe caer preso de las reglas de la gramática). León Tolstoi escribió: “Pinta tu aldea y pintarás el mundo” por qué no pintarla con palabras nacidas quién sabe si del ingenio, de la ingenuidad o del asombro. Son nuestras. Somos ellas. Lo demás es superfluo. Vano. Innecesario. Solo espero, apreciado lector o lectora de esta columna, que haya logrado expresar en estas pocas palabras todo cuanto deseaba enunciar y no haber generado, por el contrario –queriéndolo o no-, un verdadero merequetengue. *Escritor, médico y Concejal por Gualeguaychú Entre Todos
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