FÁBRICAS Y COMERCIOS DEL AYER
Tras las huellas del pasado industrial de Gualeguaychú
A su manera, en pequeña escala y condicionada por los avatares de la historia argentina, Gualeguaychú también desarrolló su industria. Saladeros y frigoríficos, molinos y talleres manufactureros. Un recorrido por algunas de las fábricas que impulsaron a la ciudad.
Durante buena parte del siglo XIX, previo a la aparición de los frigoríficos, la limitada actividad industrial del país giraba en torno a los saladeros de carne. En nuestra ciudad existieron varios; de hecho, el Saladero de Iriarte es uno de los más antiguos de los que se tenga registro: principios de 1800. En una publicación de 1876, el diario local “El Censor” da cuenta del alcance que tenía para esta época la industria saladeril en Gualeguaychú: “El Saladero J. Benítez e Hijo faenó hasta el 6 los siguientes animales: 26.150 novillos y 1540 vacas”.
Con el cambio de siglo llegaría el saladero de la familia Nébel, que instalaría un innovador sistema frigorífico en 1907 y llegaría a ser considerado un establecimiento modelo dentro de esta industria clave del modelo agroexportador. El de Nébel estaba emplazado contiguo al saladero de don Salvador Rossi, quien en 1923 arrendaría su establecimiento “Amistad” a la recién formada "Sociedad Anónima de Abastecimiento Urbano Saladeril y Frigorífica Gualeguaychú", la cual dos años después pasaría a llamarse “Frigorífico Gualeguaychú S.A.”. En 1929 levantó su planta y comenzó su camino hasta volverse el ícono fabril por excelencia de la ciudad.
Más allá del emblemático Frigorífico, Gualeguaychú supo también destacarse por la industria harinera. El Molino San Pablo, inaugurado en 1912 por Pablo Rossi y Cia., es un claro ejemplo. Se trataba de un establecimiento que estaba a la par de otros importantes del país, y sus enormes instalaciones todavía continúan en pie frente al Corsódromo. Pero este tipo de actividad se remonta a tiempos muy anteriores. En 1860 comenzó a funcionar uno de los primeros molinos harineros de la ciudad, perteneciente a Leonardo Caviglia. El molino de Caviglia elaboraba harina de trigo y de maíz, fideos y galletitas, productos que se repartían en todo el país y se exportaban. Desafortunadamente, un incendio lo destruyó por completo, y desde entonces, el lugar fue conocido durante mucho tiempo como “el molino quemado”.
Otro molinero, de apellido Carabelli, compró ese predio, pero nunca hizo funcionar “el molino quemado” y por una hipoteca tuvo que rematarlo. Fue así que llegó a manos de Pedro Augras (Ográs), un ingeniero francés que levantó allí su propia fábrica de galletitas: “La Hobena”, inaugurada en enero de 1908. Se trataba de una empresa que contaba con su propia fábrica de envases, etiquetado y embalaje, y que llegó a elaborar 1.500 kilos de galletitas de diversos tipos. El producto, debidamente patentado, se comercializó en Entre Ríos, Buenos Aires, Santa Fe, Corrientes y Misiones.
Se sabe que las latas que contenían las galletitas eran muy apreciadas, sobre todo por los dibujos artesanales, y que mucha gente llegó a coleccionarlas. Algunos de sus productos eran elegidos como regalos e incluso destinados a la exportación. Según consignan historiadores locales, “La Hobena” también fue una pionera en el marketing: fabricó varios elementos que se regalaban a los clientes con la inscripción de la marca: relojes de cocina, cortapapeles y otros elementos de escritorio.
Para la década del 40, “La Hobena” ya no fabricaba galletitas, pero funcionaba como imprenta, algo que hizo hasta su cierre una década después. Se ha dicho que “La Hobena” contaba con una de las imprentas más grandes que existía por aquel entonces en la ciudad y que tenía como clientes a casi todas las grandes firmas de Gualeguaychú, incluido el Frigorífico.
Son muchas las pequeñas industrias locales que a lo largo del siglo XX movilizaron el comercio de la ciudad y supieron dar respuesta a las más variadas necesidades y demandas de consumo dentro y fuera de ella. Un ejemplo particular es el de la sodería Vimal, fundada en 1946 por tres socios (Villanueva-Martínez Garbino-Álvarez) para ser continuada a la brevedad sólo por Ismael Villanueva. Ismael venía de una familia de inmigrantes españoles que habían tenido una cervecería en Uruguay; su padre se radicó en Gualeguaychú a comienzos de la década del 20 y comenzó a dedicarse al rubro sodero.
Según contó a Ahora ElDía Miguel Villanueva, hijo de Ismael, su abuelo se ocupaba de hacer él mismo la naranjada que se vendía. Esto fue así hasta que la empresa familiar empezó a envasar y comercializar la gaseosa Crush y Vidú para toda la provincia, a fines de los 50.
Miguel recordó que siendo un niño colaboraba en el etiquetado de las botellas y en la repartición: “A los 9 años empecé a repartir soda manejando una Ford A. No podía con los sifones porque eran muy pesados, pero yo manejaba y un muchacho bajaba a repartirle a los clientes”. Una anécdota del tiempo en que Gualeguaychú tenía un tránsito mínimo. Paralelamente, los Villanueva abrieron la envasadora de vino Vimal, que años más tarde venderían a Baggio, por aquel entonces una pequeña empresa que vendía vino suelto.
Vimal también comercializó la gaseosa de pomelo Neus, Seven Up y la cerveza Palermo. Pero la sodería se mantendría en vigencia a lo largo de las décadas con la repartición de sifones en la ciudad y sus alrededores. Así fue hasta principios del 2000, cuando Miguel se ocupó del cierre de la fábrica.
Otro caso paradigmático es el de la cigarrería de Daniel Rebagliati, un gualeguaychuense -hijo de un panadero italiano- que tuvo que trabajar desde temprana edad y llegó a posicionarse como comerciante y cigarrero.
Rebagliati inició su actividad en la industria del tabaco en 1914, con una pequeña manufactura de cigarros de hoja. Con el paso del tiempo, fue aumentando la producción y el número de obreras cigarreras, llegando a emplear a casi 100 durante su apogeo, en la década del 40.
Antes, en 1932, había registrado el título de su marca: cigarros "Hacha", los cuales se distribuían en todo Entre Ríos y en Buenos Aires.
A la par de la manufactura de cigarros, la firma de Daniel, "Casa Rebagliati", también se convirtió en un importante almacén de ramos generales (en calle Lavalle y 25 de mayo), e incorporó durante un tiempo la elaboración de caramelos y galletitas. El negocio se mantuvo en actividad hasta su cierre en 1975.
Estos son sólo unos pocos ejemplos de los tantos que ilustran la diversa y profusa actividad que tuvieron los talleres y fábricas en Gualeguaychú, los cuales dieron a la ciudad un carácter comercial e industrial que fue más allá de la impronta agrícola-ganadera de la región. Cabe destacar que el puerto fue históricamente el punto neurálgico de la actividad mercantil en la ciudad y un gran protagonista en el desarrollo de la industria local, por su cercanía estratégica con el Río de la Plata y por ser la vía fluvial la única conexión que tenía la ciudad con el resto del país hasta hace medio siglo.
En la actualidad, estas fábricas ya no existen, viven en el imaginario de quienes fueron testigos de su existencia o escucharon su historia. Algunas, como el Frigorífico, La Hobena o el Molino San Pablo, dejaron sus edificios abandonados; huellas del pasado que se cuelan en el paisaje de una ciudad muy distinta a la que conocieron. Es con los aportes de la comunidad en su conjunto -anécdotas, historias familiares, fotos y archivos- que Gualeguaychú reconstruye y mantiene vivo su legado.