Un exabrupto, una elección y un crimen salvaje: la misma realidad
El viaje de la Presidenta a Estados Unidos ya quedó en el recuerdo. Es que la bucólica visita a New York quedó sepultada por las urgencias locales. Ni respiro tuvo Cristina. Con un pie todavía en el avión tuvo que saltar a apagar el incendio de Ecuador. El cadáver de Matías Berardi ya pedía justicia.Por Jorge Barroetaveña Pero esa no fue la única menudencia que debió enfrentar la mandataria. La arrevesada política vernácula y el escaso apego del kirchnerismo a las formas republicanas siempre lo pone en aprietos. Si la relación con el Poder Judicial viene zarandeada desde hace rato, las palabras de Hebe de Bonafini no hicieron más que echarle nafta al incendio. El acto, organizado y promovido por el gobierno y profusamente publicitado a través del 'Fútbol para Todos', fue un gesto de presión a la Corte Suprema para que permita la aplicación completa de la nueva ley de medios audiovisuales. Las presencias, variopintas, no arrojaron muchas sorpresas. Pero lo que tuvo más repercusión fue el agresivo discurso de Hebe de Bonafini. La Madre de Plaza de Mayo no tuvo empacho en calificar de 'turros' a los jueces de la Corte y en abogar por una 'toma de tribunales' si no fallan lo que ella y el gobierno quieren. Su desborde, innecesario y violento, cambió el foco de la repercusión del acto y le dio a la oposición y a buena parte de los medios enfrentados con el gobierno el menú ideal. Lo peor, es que no es Bonafini la única que piensa eso. Ante el tenor de la 'propuesta', apenas el Jefe de Gabinete tomó tibia distancia de los dichos y el titular del bloque oficialista en el Senado Miguel Angel Pichetto, que fue el más enfático. "En la Corte hay jueces probos y honestos", remarcó en un encuentro en Bariloche.Fue extraña esta semana para Pichetto (de pasado ultramenemista) porque en la última sesión del Senado votó en contra de la mayoría de su propio bloque, una Ley de Glaciares similar a la aprobada hace dos años y vetada por la Presidenta. Dicen que en el kirchnerismo, su decisión, podría dejar huellas y un pase de facturas.Pero los tragos amargos, propios y ajenos, no terminaron ahí para el matrimonio presidencial. Fieles a su estilo, de no dejar nada fuera de su influencia, las elecciones en la CTA fueron un golpe duro a sus pretensiones. La victoria de Pablo Micheli sobre Hugo Yasky desnudó hasta dónde los sectores de la izquierda sindical, ya no digieren el 'modelo progresista' del gobierno. La emblemática figura de Víctor De Gennaro, que no fue candidato pero recorrió el país haciendo campaña a favor de Micheli, no es el mejor mensaje para el gobierno. A esta altura, la cintura oficial de negarle el reconocimiento como central obrera al CTA con casi 1,5 millones de afiliados, ya no tiene justificación, ni práctica, ni ideológica. Yasky acabó siendo funcional al modelo kirchnerista y se olvidó de sus propios representados, lo que le terminó costando la derrota.Una sorpresa mayor aguardaba a la Presidenta a su retorno de Estados Unidos: el intento de golpe en Ecuador. La asonada policial en Ecuador tuvo en jaque durante 24 horas a Rafael Correa, un aliado internacional de los Kirchner y puso en vilo a los países del continente americano. La rápida respuesta de la UNASUR y la OEA ayudó a abortar la intentona que desnudó la fragilidad que aún tienen algunas democracias del continente. Pero la rebelión policial (con secuestro incluido del Presidente Correa) también sirvió para amoldar el discurso local y sumarlo al enfrentamiento con el Grupo Clarín y otros medios. "Existen formas sutiles de desestabilizar", apuró la primera mandataria en obvia alusión a los medios de comunicación, una obsesión a esta altura en la construcción de poder del oficialismo.Lo cierto, es que el movimiento de insurrección en Ecuador, encendió la luz de alarma en el resto de los países de Latinoamérica. Es que el antecedente de Honduras no fue el mejor. En la Argentina, por suerte, esos fantasmas están lejos. Hemos aprendido, con mucha sangre en el medio, que la democracia es el mejor sistema de vida y que las diferencias deben resolverse dentro de la ley. Los iluminados, por más que algunos crean que existen, son incompatibles con las repúblicas, en las que sólo debe imperar la ley. Ni más, ni menos. La superestructura de la política tiende a sintonizar frecuencias alejadas de la realidad. Es tendencia innata de aquellos que ejercen el poder o están cerca de él. Le pasó a todos los políticos, independientemente de su ideología. Y esta semana quedó aún más patentizado. Mientras el grueso de la dirigencia debatía sobre los dichos de Bonafini, la Ley de Medios o las repercusiones negativas de los sucesos ecuatorianos, un muchacho de 16 años fue salvajemente asesinado en la Provincia de Buenos Aires. Scioli, como jefe jurisdiccional, parece ser el único responsable político de su muerte y el único encargado de dar respuestas desde el Estado. Matías Berardi recibió un balazo a quemarropa en la espalda. Fue literalmente fusilado mientras imploraba que lo dejaran con vida. ¿Tan bajo hemos caído como sociedad para contener semejantes comportamientos? ¿Tanto nos cuesta reaccionar ante tamaña saña y salvajismo? ¿Tan mal hicimos las cosas? En un puñado de días, el caso Berardi será historia y los medios tendrán parte de responsabilidad en eso. En la Argentina existió un Axel Blumberg. ¿Cambió algo después de aquello? Nada o demasiado poco. La aprobación esta semana en el Senado de la Nación de una batería de medidas contra las salideras bancarias es una gota en el desierto. No parece existir, ni en el gobierno ni en la oposición un verdadero compromiso para abordar la problemática de fondo. Ni siquiera desde los discursos. Apenas Scioli parece atento, quizás más para evitar que se le incendie el rancho que para aportar soluciones concretas. Y la sociedad parece adormecida. Hoy le tocó a Matías Berardi. Ayer a Blumberg. Y la lista seguirá. Impiadosamente seguirá.
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