La Azotea de Lapalma guarda cientos de relatos de amor, muerte e historias que le dieron vida a la Gualeguaychú de 1830. Una de sus habitantes Isabel Frutos, es al día de hoy la dueña de la atención por su trágico desenlace. Mónica Farabello De pueblo chico e historias grandes se iba conformando la Gualeguaychú de 1830 donde comenzó a construirse la gran Azotea de los Lapalma. Su dueño era Francisco Lapalma, hijo del primer médico de la ciudad, quien se casó con Martina Carmona. La construcción fue símbolo del poder económico del matrimonio Lapalma Carmona.Miembros de la alta sociedad de la cual participaban activamente, no existía la posibilidad de imaginar que una de sus sobrinas, viviera una historia de amor con alguien de clase trabajadora.Pero Isabel Frutos, hija de Benito Frutos y Petrona Carmona (hermana de Martina) nació para romper con las reglas y se enamoró de un joven jornalero que trabajaba en los campos de su padre, quien fue el primero en ingresar los árboles de citrus a la provincia.Lejos de permitirle seguir adelante con su romance, Isabel fue separada de sus hermanas y de su enamorado y fue llevada a vivir a la gran Azotea.Allí, sumida en la angustia y la tristeza, decidió dejarse morir. Por amor, Isabel Frutos se negó a comer y beber hasta que su cuerpo de 19 años de edad comenzó a enfermar, hasta su muerte el 26 de febrero de 1856.Las crónicas de la época y la historiadora Andrea Sameghini relatan que "murió tísica, murió de amor" y que su cuerpo fue sepultado al día siguiente de su fallecimiento.En su adolescencia, Isabel compartió muchos momentos de amistad con el poeta Olegario Víctor Andrade, quien huérfano de padre y madre fue adoptado por la familia Lapalma.Criados comos primos, Isabel era dos años mayor que Olegario, quien inspirado y dolido por su partida escribió: "flor que brotas solitaria, tierna, pura, perfumada, con la esencia regalada conmoviendo el corazón (...) y hoy la miro en su sepulcro; blanca, mustia, sin colores, demostrando los dolores de su tierna juventud". ¿Mito o realidad?Se abre el portón de entrada de la Azotea de Lapalma. Una sensación extraña; la rara necesidad de persignarse al entrar y el aroma de las flores de un gran jardín perfectamente cuidado. Algunos pasos antes de entrar a la casona y un diálogo con la museóloga Natalia Derudi para conocer los mitos y las realidades de una familia que fue atravesada por la desgracia y las relaciones con grandes personajes de la historia.La tragedia en el final de un amor de jóvenes, hace que a través de los años se siga relatando de generación en generación y tal vez, con percepciones e imaginación popular.Los relatos populares hablan de la imagen de una niña mujer que por las noches y vestida de blanco, llora en los balcones de la Azotea. Otros cuentan que cuando pasan por la vereda de la gran casona, sienten la necesidad de persignarse en homenaje al alma de Isabel y su eterno amor.También vive el relato de un hombre, que en el invierno de 1972, asegura haber visto a una mujer con una luz especial, esas que hacen inevitable mirarlas, llorando en el jardín trasero de la casona. Él se comunicó con el personal de la Dirección de Cultura, cuando estaban organizando el evento "El museo no duerme" y quiso contar su experiencia.Natalia Derudi, relata que la trágica historia de Isabel, se relaciona de alguna manera con la de su sobrina Rosa, quien durante años cuidó de una de sus hermanas de nombre María, quien sufría una seria enfermedad psiquiátrica.Rosa y María, eran hijas de un matrimonio de primos hermanos: Rosa madre (hermana de Isabel) y Pedro (primo de Isabel).Ambas vivieron durante años en la Azotea, atravesando noches eternas de insomnio y tratamientos medicamentosos y hasta con electricidad, típicos de la época.Cuando María murió, su hermana Rosa, fatigada de la vida que le había tocado o le habían impuesto, se abandonó y decidió no tener contacto con nadie.Rosa Lapalma, sobrina de Isabel Frutos vivió sus últimos años encerrada en la planta alta de la Azotea donde sólo recibía correspondencia de sus sobrinos y era alimentada por viandas que su sobrino Lilo, le subía por intermedio de una soga, desde la planta baja.La museóloga, relata que Rosa era una mujer que se había abandonado por completo: tenía su cabello muy largo y las uñas de sus manos eran tan largas, que hasta le impedían tomar la lapicera para firmar el recibo de su correspondencia.Casi aislada, Rosa permitía que un empleado del correo subiera hasta su habitación para entregarle sus cartas. "Su imagen era escalofriante y la casa en ese momento (1940/ 1950) estaba totalmente deteriorada". "No eran tiempos de Romeo y Julieta"En la Azotea de Lapalma, se expone una carta escrita por Pedro Sabá Lapalma (hermano de Rosa) quien se suicidó allí y pidió que los gastos de su entierro sean mínimos.En su relato dice: "Don Benito Frutos se opuso al noviazgo por tratarse de un joven que nada tenía. Era correntino, dependiente de comercio. Como no eran los tiempos de Romeo y Julieta él se fue, pero más tarde formó su hogar en otra parte llegando a ser un personaje político importantísimo en cierta provincia donde hoy sus hijos son figuras, elementos sociales de ponderancia. Fue toda la vida consecuente con mi abuela a quien escribía y enviaba diarios. No recuerdo cuando murió Isabel. Trataré de averiguarlo". Año 1933.Olegario Víctor Andrade en la Azotea

El poeta de la ciudad vivió durante algunos años en la gran casona. La historiadora Andrea Sameghini, relata que Olegario quedó huérfano y fue adoptado por la familia Lapama, con quienes tenía un lazo de parentesco.Olegario, junto a sus hermanos Wenceslao y Úrsula de pocos meses de vida, se mudan a la Azotea donde se crían junto a los Lapalma."En esta casa comenzó a alumbrar la capacidad creadora del gran poeta. Aquí dejó de existir su prima Isabel y en ese clima de profundo dolor escribió unos versos para la niña que murió de amor", escribe Sameghini en su libro "Museo de la Ciudad, Azotea de Lapalma".Los hermanos Andrade van a vivir a la casona en 1846. Natalia Derudi expresó que "Olegario fue adoptado como un Lapalma más, que jugaba con los Frutos y compartiría días enteros en la chacra. Él la conoció a Isabel en esos años que vivió en la casona; no obstante Olegario se casó muy joven y se fue a estudiar como interno al Colegio de Concepción del Uruguay".Es probable que Olegario e Isabel hayan compartido charlas sobre sus historias, lo que queda de manifiesto en el poema que Olegario le regala a su prima.Rosa ¿fantasma de Isabel?¿Es posible que el supuesto fantasma de Isabel, haya sido en verdad el cuerpo deteriorado de Rosa? Nadie lo sabe. Lo cierto es que dos mujeres de la misma familia, vivieron sus últimos días de tristeza en una misma casa y al día de hoy, su energía se siente en cada erizo en la piel.Rosa, la última habitante de la gran casona, pasó 30 años enclaustrada en la Azotea. Según relató Natalia Derudi, la casa estaba prácticamente abandona y "venía gente, entraba y se llevaba cosas. Rosa viviendo sola en la planta alta o eventualmente con Lilo que la cuidaba, se encargaría de asustar a la gente"."Habría implementado alguna estrategia como para protegerse, posiblemente se encargaba de asustar a la gente y evidentemente se cuando la veían, lo conseguía", contó Derudi.Comienzo a rememorar las grandes historias de amor que han tenido sus páginas en la literatura y la mitología, pero hay una que se seguirá contando de boca en boca y es la de la niña que murió de amor.Ni la fidelidad de Penélope tejiendo una mortaja, ni el eterno ir y venir de un barco en los tiempos del cólera, ni el eterno Shakespeare con su Romeo y Julieta, ni el turbulento amor de Olivera y la Maga jugando en su Rayuela, opacarán la historia real de una gualeguaychuense que le entregó la vida al amor.Cerré el portón, y caminé con la certeza de no ser quien escriba el último capítulo de una historia de amor, porque "el amor cuando no muere mata, porque amores que matan nunca mueren". La Azotea hoyActualmente la Azotea de Lapalma forma parte del Museo de la Ciudad a cargo de la Dirección de Cultura. La casona se encuentra en perfectas condiciones de cuidado gracias al equipo de trabajo quienes agradecen las últimas donaciones recibidas: soldados a kerosene y picadora de carne (familia Ávalo); una manta cubre cama española (Alicia Moussou en nombre del grupo de teatro Tablas); una capa de paño azul italiano (Bruno Rosario).Por el trabajo de Silvio Egui, Raúl Ingold, Osvaldo Bentancor, Rubén Fleyta y Natalia Derudi, junto al acompañamiento de la Dirección de Cultura, la Azotea de Lapalma se encuentra en óptimas condiciones de ciudado.La antigua casona se puede visitar de martes a domingo de 8 a 11 y de 17 a 20.