DÍA DEL FOLCLORE
Una pulpería en el fondo de casa

El 22 de agosto es el Día Internacional del Folclore y también del Folclore Argentino. Lo que sigue es una charla con Mario Tubías, un paisano nacido en El Potrero que, como tantos, vive hace muchos años en la ciudad, donde construyó su propia pulpería.
Por Luciano Peralta Cada 22 de agosto se celebra el Día Internacional del Folclore, y también el del Folclore Argentino. En nuestra cultura el término está muy asociado a la música criolla, pero su raíz es mucho más rica, más amplia. Según dicen los manuales on line, fue el arqueólogo inglés William John Thoms quien usó por primera vez la palabra “folklore”, el 22 de agosto de 1846, en un escrito publicado en la revista The Athenaeum de Londres. El concepto deriva de "folk" (pueblo, gente, raza) y de "lore" (saber, ciencia), y se conjuga como el "saber popular". “El folclore de los pueblos va mucho más allá de lo musical, abarca las comidas, las fiestas tradicionales, las creencias y ese tipo de cosas”. Quien habla es Mario Tubías, un auténtico rescatista de las tradiciones camperas. Hace poco menos de una década, Mario -en realidad, ese no es su verdadero nombre, pero él mismo lo explica más adelante- construyó una pulpería en el patio de su casa, en Gualeguaychú. La misma a la que llegó junto a su familia hace cerca de 40 años, cuando dejaron la Colonia El Potrero.
Pero ese pintoresco rincón, ubicado en el fondo de su vivienda -una tipo rural, en la que el patio triplica o más el grande de la casa-, es apenas una buena excusa para juntarse a guitarrear con amigos, un lugar donde guardar diversas piezas típicas de la cultura popular de antaño, como las viejas planchas a carbón, ruedas de carros o bancos hechos con caderas de vacas o caballos. “Yo nací en el medio del monte, en un lugar llamado el Quebrachal. Mi nombre, en realidad, es Marcelino, pero antes las cosas eran diferentes. Te voy a contar”, avisa y en pocas palabras se adentra en otro mundo, en el submundo del campo adentro de hace 62 años. “Soy el más chico de mis hermanos, le llevo 14 años al último. Resulta que en ese entonces los médicos le habían dicho a mi mamá que no podía seguir con el embarazo porque era peligroso, le dijeron que no iba a nacer con vida. Entonces, ella se internó en el monte y le hizo una promesa a la Virgen de Luján, le prometió que si salía todo bien yo me iba a llamar Mario Luján”, relata, sentado bajo la sombra de su pulpería, al lado de su perro. Una postal de otro tiempo. O al menos de otra geografía. “Pero antes no se venía directamente a Gualeguaychú a inscribir al hijo al Registro Civil. Había una persona que hacía el trámite. Los paisanos llegaban y por ahí se tomaban un trago y hasta se olvidaban el nombre que les había dicho la vieja”, suelta, entre risas. “El encargo era Mario, pero mi viejo me anotó como Marcelino, porque mi mamá se llamaba Marcelina… una manera de homenajearla con el nombre de su último hijo. Así que, si bien todos me conocen como Mario, me llamo Marcelino porque mi viejo le porfió a mi vieja”, remata el entrevistado. Los 35 kilómetros que separan el lugar donde creció de la ciudad de Gualeguaychú hace algunos años significaban infinidades de imposibilidades. No era todo tan accesible como ahora. “En ese lugar aprendí de todo, hasta de remedios caseros, porque se te enfermaba el gurí en medio del monte y había que darle algo para aliviarlo. Por nombrarte uno no más, mamá agarraba la bosta de vaca, la ponía en un sartén como quien hace una tortilla, después la colaba en una camiseta vieja y salía un líquido verde tipo aceite de oliva. Eso era espectacular para las quemaduras”, recuerda Mario, entre otros remedios populares como la grasa de chancho o el “quebrarao”, un yuyo que fue bautizado así porque de tan duro que es quebraba los arados, de madera por entonces. Este paisano se hizo conocido en el ambiente de las domas y las yerras, pero no siempre se reconoció cantor. “Más de grande fue eso. Cantaba, pero me daba vergüenza”, asume quien, como tantos, le empezó a hacer a la guitarra gracias a las milongas de José Larralde. “Fue la música la que me llevó a entreverarme con mis paisanos, cuando empecé a cantar en las jineteadas. Después, en el 93, arranqué a cantar en los escenarios. Yo era soporte, siempre me echaban primero al escenario, por eso nunca me costaron. Los nervios me hacían olvidar las letras, entonces me hice cuentista, un poco humorista, como para salir del paso”, reconoce, con una mueca que contagia. Pulpería en casa y Facebook “Cuando fallece mi madre, dividí el terreno, y para esta última parte ya no tenía ni material ni plata. Entonces pensé en hacer un lugar como para guitarrear, un galpón. Pero se fue convirtiendo en esto. Todo lo que ves son varas de carro, palos que he recolectado del campo, cosas que por ahí le regalan a uno”, enumera mientras va señalando cada una de las cosas. Y enseguida vuelve a apelar al humor: “Hace dos o tres años, me pasaba que las gurisas se sentaban a comer y no comían por estar con el teléfono. Hasta que me metieron a mí en el Facebook, ahora me llaman a comer y estoy con el teléfono… ¡para qué me metieron!”, se pregunta, entre risas. Hoy, Mario (Marito Tubías, en Facebook) disfruta los primeros años de su jubilación, luego de toda una vida en una fábrica de premoldeado de hormigón. Lo hace junto a su compañera, la misma con la que se casó a los 19 años, cuando dejaron el campo para asentarse en la ciudad. Igualmente, en el fondo de la casa todavía conserva buena parte de su historia y la de sus ancestros. Un pedazo de folclore en estado puro.ESTE CONTENIDO COMPLETO ES SOLO PARA SUSCRIPTORES
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