EL DRAMA DE LOS SIN TECHO
Vecinos de un asentamiento de Gualeguaychú denunciaron que les vendieron los lotes a $25.000
El número de gente que termina viviendo en los asentamientos crece sin parar. No tienen opción, ni elección. ElDía recorrió los asentamientos de Santiago Díaz al norte y "El Espinillo", ubicado al este de la cancha de Sud América. La emergencia es habitacional, sanitaria y alimentaria.
Por Fabián Miró La ranchada, como los habitantes lo denominan, suma un vecino nuevo con una celeridad que asombra. Viven colgados de la energía eléctrica y sin cloacas. Madera, chapa y algo de ladrillo son los materiales que utilizan. Los pisos son mayormente de tierra. En días de viento, el mismo se cuela por todas partes. La salamandra casera es uno de los pocos elementos con los que se trata de combatir la ola polar. Algunos vecinos revelaron a ElDía que les vendieron esos lotes donde se asentaron a 25.000 pesos. El frío pega fuerte en los que menos tienen o directamente no tienen con qué afrontar el día. En Gualeguaychú, desde hace un tiempo a esta parte, la palabra asentamiento pasó a ser normal, algo cotidiano, cuando hasta hace unos años sólo teníamos barrios con más urgencias que otras. Casas bajas, humildes, pero dignas, en donde no faltaba un plato de comida.
Desde los ‘90 a la actualidad, la pobreza comenzó a hacerse sentir con fuerza en la ciudad. Poco a poco comenzaron a surgir los asentamientos que se fueron replicando en la zona sur y norte. Se decía que la mayoría de quienes lo habitaban no eran de la ciudad, rumor que no es tan real ya que la mayoría son de aquí. Gente que lleva años viviendo de esa manera y otros que obligados por la acuciante situación que se vive desde hace décadas en el país de las vacas y el trigo, no les quedó otra alternativa que armar una ranchada, meterse adentro con prácticamente lo puesto y aguantar hasta que soplen buenos y nuevos vientos, algo que en la Argentina parece una misión imposible. La ayuda social está. Distintos tipos de planes que asisten, pero llegará el momento en que no todos podrán ser asistidos por el gobierno de turno. La mayoría de los que viven en los asentamientos no tiene un trabajo fijo, solo changas, algún laburo de albañil, cartonear y recolectar alimentos para los criaderos de chanchos que se aprecian en la zona norte. El asentamiento de Santiago Díaz Este asentamiento ha crecido de forma sostenida, sumando gente que limpia lotes cubiertos por monte para hacerse una casilla y tener un lugar donde vivir, aunque las condiciones distan de ser las ideales. Se aprecian casillas de todo tipo y tamaño. Algunas muy pequeñas. Obviamente que las cloacas no existen, razón por la que cada “vivienda” tiene su pozo negro. El asentamiento termina sobre calle Federación; que es un sendero que quedó muy debajo del nivel de las casillas, con arbustos que se transforma en un arroyo cada vez que llueve. Es un lugar imposible en el verano con la proliferación de insectos y alimañas de todo tipo y microbasurales que una y otra vez las cuadrillas municipales levantan. En el asentamiento los chicos juegan en un ambiente que es propicio para distintas enfermedades. El miércoles, día de muy bajas temperaturas, pequeños jugaban en los dos asentamientos entrada la tarde. Párrafo aparte para una nena que andaba descalza. Sí, descalza. Falta de trabajo y de comida Un vecino del asentamiento que tiene su casilla a la vera de calle Federación contó que su profesión es la de albañil, pero que ahora está desempleado. “La situación es crítica y no consigo laburo en ningún lado”, dijo a ElDía. El hombre tiene cuatro niños y su esposa que puso un kiosco. La señora contó que “tuve que poner esto para sobrevivir, dado que nadie nos da una mano, y tratamos de salir adelante por nuestra cuenta. Nadie viene a fijarse como estamos viviendo, y los que hablan lo hacen porque es gratis. Me gustaría que aquellos que hablan se den una vuelta y vean cómo hacemos para llevar a los gurises a la escuela en días de lluvia, cruzando la Federación que se transforma en un río primero y luego en un barrial lleno de mosquitos. La Santiago Díaz quedó bien, pero la mitad de la Federación es un zanjón”, describió. Sobre el frío, comentaron que “las noches son muy duras en casillas de madera sin ningún tipo de calefacción. Temprano nos metemos en la cama lo más abrigado posible. El hijo más chico duerme con nosotros; mientras que los otros tienen sus camas. Tomamos mucho mate, amasamos unas tortas fritas para calentar el cuerpo y luego a la cama”. Otra de las vecinas señaló que “no nos quedó otra que venir a vivir a este lugar, debido a que los números no dan. Compre el lote-no dijo a quién- en 25.000 pesos y nos metimos, más allá de que un señor que vive cerca dice que es de él y que quiere sacarnos, pero nosotros no nos vamos de este lugar”, sentenció. A su lado, una joven comentó que tenía intenciones de mudarse al lugar. “Tengo un trabajo con el cual gano unos pesos, pero ya no puedo bancar un alquiler de $12.000. La idea es comprar un lotecito, armar una casilla y tirar hasta que la situación mejore”, planteó. Mientras nos retirábamos del asentamiento, una mujer abría las ventanas de su casilla para que salga el humo provocado por una salamandra casera. “Hace una semana que me mudé y estamos terminando de armar la casilla. Para combatir el frío armamos una salamandra casera con un tacho”, detalló. La vida en “El Espinillo” El asentamiento se encuentra al este de la cancha de Sud América. Es el más nuevo en Gualeguaychú. Se puede ingresar por una calle paralela a la cancha del “Azulgrana” o bien por Misiones y el Boulevard. En la zona siempre hubo ranchos, pero no pasaban de la decena, y criaderos de porcinos clandestinos. Hoy se estima que las casillas son más de 200, e incluso ya tienen calles internas. Cuándo arribó ElDía, con una temperatura cercana a los 0ºC, la mayoría de la gente estaba en sus casillas, tapándose con lo que tenía a mano e intentando cerrar todos los lugares por donde ingresaba el viento. Afuera, dos mujeres jóvenes, entregaban ropa que habían colocado en una especie de cerca. “Nosotras jugamos al fútbol en Juvenil del Norte y el club nos donó la ropa que a su vez entregamos a la gente”, contaron. Las chicas comentaron que “ahora tenemos un poco de presión en el agua que nos llega, comparando con la gotita del año pasado que teníamos que esperar la noche para llenar los baldes”. En cuanto a las bajas temperaturas, indicaron que “a las siete ya estamos metidas en la cama tratando de pasarla lo mejor posible, porque el viento entra por todos lados. Estos días han sido una verdadera tortura”. En el asentamiento funciona el merendero “Nueva Esperanza”, que prácticamente funciona al aire libre. “No tenemos un espacio físico, solo algún patio en donde colocamos una parrilla que alimentamos a leña y cocinamos en una olla grande. Damos una vianda en horas de la noche los martes y fines de semana, la gente nos ayuda y los que vivimos acá, en la medida de nuestras posibilidades aportamos algún alimento- una cebolla, una zanahoria, arroz- y cocinamos”, describieron en diálogo con este medio. Eso sí, “carne es muy difícil de conseguir, salvo cuando mi suegra saca algo del carro y con las carcasas hacemos hasta guiso”, dijo Ariana, una de las mujeres que lleva adelante el merendero, por donde la gente del lugar pasa a buscar su vianda. Miguel Ángel es otro vecino que vive de changas. “Desde hace un buen rato que no sale nada en materia laboral. Un poco por el tema de la cuarentena que tiene a la gente guardada y el que tiene para ofrecer una changa prefiere esperar hasta que atenué la pandemia”, pensó. El hombre no tuvo tapujos en decir que la casilla en la que vive “es un rancho nomás, con piso de tierra, dividido por maderas que hacen de paredes. El techo es de chapa y nylon, entra todo el aire frio y la lluvia por más que se tapen todas las hendijas”, describió. “Lo único que pido es un buen trabajo para estar bien con mi familia y el día de mañana construir algo digno para vivir”, deseó Miguel Ángel. Su ilusión se replica en las decenas de familias de ambos asentamientos.ESTE CONTENIDO COMPLETO ES SOLO PARA SUSCRIPTORES
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