Ya no es vida
Este relato narra cómo se vivía en el cementerio de Ceibas la celebración del "Día de todos los muertos", allá por los años sesenta.Por Luis LujánEspecial para El Día Me quedó grabada en la memoria la frase con que aquel visionario, Michel Neffa, inauguró el nuevo cementerio:-Hicimus este cambusanto borqui ya nu es vida la qui basan lus bubres muertus... -dijo, haciendo referencia al antiguo cementerio chaná, según él, abandonado a la suerte de las vizcachas que jugaban al fútbol con los cráneos de los difuntos y a los ladrones que no dejaban floreros o portarretratos en las tumbas -cualquier cosa les servía-: cobre, bronce, aluminio y lo que tuviera algún valor.El destino de este decrépito cementerio fue oficiar de barrio. Sí, así como lo oye. En la última inundación grande que sufrió la zona, toda la parte sudeste quedó bajo el agua. La gente que no quiso abandonar lo suyo, se trasladó hasta el viejo cementerio -lugar que no había tapado la creciente- y allí se instaló, en forma provisoria. Cinco o seis familias coparon el ultrajado camposanto. Armaron ranchos de adobe. "Hasta que baje el agua", dijeron. Tiempo después, la creciente se retiró. Y las familias decidieron permanecer en ese lugar, donde sus moradas ya se habían afirmado. Ahí se quedaron, entre cruces y difuntos que ahora lucen flores naturales, como nunca antes.Para la inauguración del nuevo cementerio se contó con la muerte de un tal Cipriano Guzmán, quien hace tiempo insistía con el suicidio que la casualidad le había negado, interponiendo siempre algún comedido. Ahora, realizado, se disponía su entierro, coincidiendo con la apertura. El hecho fue celebrado por todos, actitud comprensible, ya que ¿cómo se va a inaugurar un cementerio sin muertos?.Luego, con el paso de los años la cosa cambió y el cementerio comenzó a poblarse. No sé si debido a la crisis o a las pestes o a la mala suerte de algunos, pero la cuestión es que prosperó. Tanto es así que debieron agrandarlo. La Comisión de Apoyo funcionaba a las mil maravillas. Obras y más obras, adentro y afuera del recinto, hablaban por sí solas: la gente se preocupaba. Y cada vez, en las fechas de ánimas, la concurrencia al cementerio fue más numerosa.Las familias venían a visitar sus muertos desde lugares recónditos. Ese día, la comisión organizaba una cantina donde se vendían bebidas, asado, chorizos, golosinas, agua caliente, pasteles, tortas fritas, cigarrillos, pan casero y casi todo lo que se pudiera necesitar. Había que tener en cuenta que los visitantes viajaban desde lejos a caballo, en carro, sulki, tractor o camioneta. De manera que el gentío llegaba por la mañana y se iba al anochecer.Cuando los comerciantes de pueblos vecinos se enteraron del movimiento empezaron a venir. Cada dos de noviembre pululaban los vendedores. Aparte de la cantina monopolizada por la cooperadora, florecía, circundando el cementerio, una feria, un mercado persa. Allí se podían comprar relojes importados, mantas de Brasil, artículos de talabartería, juguetes, zapatos, botas, alpargatas, remedios, bombachas, flores, quesos de campo y objetos inimaginables, en un hacinamiento, donde se confundían con el pregonar de improvisados taxistas, peluqueros o fotógrafos multiplicándose entre el hervidero.Desde el día anterior, los integrantes de la comisión correteaban por el camino hasta el pueblo acarreando las parrillas, los mostradores de tabla, los tambores de doscientos litros cortados al medio -para refrescar las bebidas con hielo- y mil cosas más. También había que encargar el pan, carnear los novillos, las ovejas, organizar los detalles para que nada fallara.Y nada fallaba. La gente llegaba temprano. De a poco iban colmando la capacidad de cobijo de los espinillos. Los baños, armados de apuro con cuatro chapas de zinc, no abastecerían los requerimientos de cientos de personas que durante horas acompañarían a sus muertos. Entre tanto merengue, la Ramonita iba y venía, feliz, con sus desmesurados tacones rojos, su ropaje regalado, sus crenchas caídas como renegridos sauces llorones, sin champú ni cepillo.Recuerdo que miraba a los muchachos con su cara de oveja herida por veinticuatro perdigones, para ver si alguno la invitaba con "un sánguche y una coca". La Ramonita se enternecía con los chiquitos. Las madres le mezquinaban los hijos porque ella, con su inmensa ternura, pretendía mimarlos y si lograba atrapar alguno, lo enchastraba con su eterna baba que perdía cuando hablaba, cuando comía o cuando cantaba, porque era cantora, otra cualidad no estimulada ni apreciada.Si intentaba empezar aquellas canciones que inventaba sobre la marcha, siempre recibía como agradecimiento un ¡Cayate, Cazcarria! (así la llamaban quienes no la querían). Ella se iba rajándolos a puteadas y desparramando baba y se perdía en alguna de las callejuelas de tierra con su piernas chuecas hasta el cansancio, acentuadas por los tacones y su figura de garza contra el viento.-Che, Nene... emprestame la chiranga chiquitita. -Solía decir cuando me veía rasgueando el charango que supe tener-.En las postrimerías del Día de Ánimas se le arrimaba a algún acordeonista o guitarrero -de los que siempre aparecían, por las dudas- y le pedía:-Don, me acompaña una... -y los tipos, si no la conocían, la acompañaban. Ella cerraba los ojos, se echaba para atrás y empezaba su inagotable canción de protesta contra los milicos que, según creía, la querían violar. Al rato, los músicos advertían que seguía cantando aunque no tocaran y entonces se iban, dejándola sola.A veces, esas celebraciones terminaban con alguna pelea. La cosa empezaba cuando todo concluía y los organizadores juntaban las cosas para marcharse. Entonces aparecía alguno de los rezagados de siempre:-Che, petiso, dame otra cerveza...-Se acabó, hermano, ya cerramos...-Cómo va a cerrar, a mí me servís o acá se arma...Claro que eso fue en aquellas épocas, cuando la gente aún tenía trabajo o podía vivir de sus animales o sus cosechas. Después los tiempos cambiaron, vinieron muy duros para la gente del campo; las familias se empezaron a ir, a veces lejos, en busca de trabajo. Eso le quitó al Día de Animas su carácter festivo. Hoy es un día tranquilo, casi como cualquier otro. La comisión de apoyo sigue en actividad, ya no trajinando entre cantinas y puestos de ventas, sino combatiendo unos chanchos salvajes que, cada tanto, visitan el cementerio y escarban las tumbas.Lejos han quedado aquellos momentos de gloria, aunque los dos de noviembre, las familias que quedan en la zona aparecen, nostálgicas de esos días, cuando se podía ver a las parejitas que se iban, campo adentro, como a buscar huevos de tero, mientras las viejas mateaban sentadas alrededor de la tumbas de sus parientes.
Michel NeffaInmigrante, combatiente y ex prisionero de guerra en Europa, nacido en Monte Líbano, llegó a Ceibas y de inmediato, amó ese suelo que lo cobijó en su exilio. En gratitud, Ceibas tuvo el cementerio, la comisaría, la estafeta, el telégrafo, la escuela, su teléfono privado, pero a disposición de quien lo necesitara. El puente de la Ruta 14 lleva por nombre PUENTE NEFFA. Tuvo ciento ochenta ahijados, quienes desde su nacimiento fueron asistidos en sus necesidades por su padrino Neffa. Varias páginas llevarían enumerar las obras que realizó por y para Ceibas, todas ellas comprobables.
Michel NeffaInmigrante, combatiente y ex prisionero de guerra en Europa, nacido en Monte Líbano, llegó a Ceibas y de inmediato, amó ese suelo que lo cobijó en su exilio. En gratitud, Ceibas tuvo el cementerio, la comisaría, la estafeta, el telégrafo, la escuela, su teléfono privado, pero a disposición de quien lo necesitara. El puente de la Ruta 14 lleva por nombre PUENTE NEFFA. Tuvo ciento ochenta ahijados, quienes desde su nacimiento fueron asistidos en sus necesidades por su padrino Neffa. Varias páginas llevarían enumerar las obras que realizó por y para Ceibas, todas ellas comprobables.
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