Ahora, la unidad
Pasada la contienda electoral al país no le queda otra agenda que la unión nacional. Y esto para restablecer un nuevo régimen de convivencia que nos ayude a enfrentar los desafíos de la realidad.Las elecciones legislativas de ayer -más allá de sus resultados- no debieran confundirnos sobre lo esencial. Se hablará mucho, estos días, sobre los cambios en el ecosistema político, y esto pensando en 2011.Lo cual preanuncia que la lógica de la voracidad por mantener el poder o por conquistarlo -alrededor de la cual giró la Argentina estos días y meses- seguirá primando en lo sucesivo.Pero este es el peor escenario. El país no puede darse el lujo de continuar con el canibalismo político cuando tiene urgentes problemas que resolver. Las dificultades del presente son enormes.El drama de la gripe A, la parálisis de la economía productiva, la escasez de trabajo, la pobreza estructural, la inflación, la inseguridad en las calles, son algunos de esos problemas que el proceso electoral subsumió.Pero la agenda de la realidad ahora aflorará con fuerza. Y el desafío de la clase política será encararla con responsabilidad. Para lo cual no le queda otra que posponer sus apetencias por el poder.El gobierno y la oposición deberán preocuparse ya mismo de darle gobernabilidad a una Argentina cuyo sistema político e institucional luce resquebrajado. El fundamento de esa gobernabilidad tiene sustrato espiritual.En otras palabras, hay que crear las condiciones morales, a partir de ahora, en pos de la unidad nacional. Los argentinos necesitamos privilegiar el acuerdo, alrededor de denominadores comunes, por sobre las diferencias.Los extranjeros se preguntan, con razón, cómo es posible que un país tan rico esté en la declinación. La Argentina da la sensación de ser viable desde el punto de vista de sus recursos naturales. Pero inviable "antropológicamente".¿Cómo se resuelve esta contradicción? En una mirada profunda, que vaya más allá de la coyuntura, podríamos decir que nuestros problemas no son políticos ni económicos, sino culturales.Y es un problema básicamente cultural la enemistad entre nosotros. A ello apuntaban los dichos del político uruguayo José Mujica, cuando nos pidió que los argentinos "nos queramos más".Es una intuición certera. La historia argentina está atravesada por los odios recíprocos. Nuestra cultura política es profundamente maniquea. Es tributaria de una mentalidad que divide a las personas en buenas y malas.Así, el adversario político es el enemigo a eliminar. Es decir, no es visto como un argentino que piensa distinto. No, es antipatria, es miembro de una raza maldita.A causa de esta enemistad que se nutre de la intolerancia el país ha atravesado por dolorosas etapas. La drástica antinomia amigo-enemigo presidió la relación entre unitarios y federales, conservadores y radicales, peronistas y antiperonistas, montoneros y militares.Como se sabe, estas antinomias se han resuelto muchas veces de manera sangrienta. Y de hecho sus huellas están todavía a flor de piel, como lo dejó ver el conflicto del campo.La política del rencor y el resentimiento no conduce a nada. Y la lucha por el poder, lamentablemente, exacerba el encono entre nosotros.El país plural y diverso necesita del disenso para crecer. En eso consiste, justamente, la democracia. Pero no es posible el ejercicio del diálogo social si el argentino que piensa distinto es el enemigo.Hoy como ayer, y sobre todo después de las elecciones, sigue siendo impostergable pacificar el país y entender aquello de que "en lo necesario, la unidad, y en todo, la libertad".
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