Ajustar la realidad a nuestros deseos
La psicología ha descubierto hace tiempo una inconciente tendenciosidad en la percepción del mundo. El Yo se aferra a sus creencias aunque las evidencias en contrario las desmientan.Las sociedades también sucumben a la autocomplacencia. Son proclives, básicamente, a no querer ver lo que les incomoda. Es el "escape de la libertad" de que hablaba Erich Fromm.Fromm hizo un esfuerzo analítico por explicar por qué el pueblo alemán se entregó en cuerpo y alma a Adolf Hitler. La sed de obediencia, la pasión extrema por la autoridad, que ocultaba miedos ancestrales, fue la base psicológica del nazismo.En el Mito de la Caverna de Platón también hay una amarga constatación del fenómeno. Allí se habla del trágico destino de los filósofos que tratan de compartir las verdades del mundo exterior con los que siguen encerrados y habituados a ver sólo sombras.Theodor W. Adorno, al analizar la alienación subyacente en la cultura de masas, producto del industrialismo, hace un balance inquietante: "No es que las personas se traguen el cuento, como se suele decir (...) Es que desean que les engañen".Esas personas "sienten que sus vidas serían completamente insoportables si dejaran de aferrarse a satisfacciones que no lo son en absoluto", sostiene el teórico de la Escuela de Francfort.Un modelo sociopolítico puede asentarse, de hecho, sobre la base de mentiras perfectamente construidas. Pero que la sociedad está dispuesta a aceptar, porque eso la halaga íntimamente.Como sea, el político estadounidense Abraham Lincoln (1809-1865) se ha hecho célebre con esta frase: "Se puede engañar a todos poco tiempo, se puede engañar a algunos todo el tiempo, pero no se puede engañar a todos todo el tiempo".La expresión da a entender que es posible que una percepción falsa domine la mente de la mayoría, que una cognición colectiva errada hegemonice la opinión pública.Pero a la larga la fuerza de los hechos que la contradecía termina por imponerse. Los mecanismos de negación mental, así, terminan por doblegarse ante la irrupción de la evidencia empírica.Un proceso que suele ser doloroso para quienes se negaban a aceptar que las cosas, justamente, eran de otro modo. La historia de la humanidad abunda en experimentos colectivos que acabaron en grandes desencantos.Por lo visto la mente humana no se libera fácilmente del deseo. Puede más el querer que las cosas sucedan de algún modo, que como son en realidad. Está comprobado, por ejemplo, que en una discusión cualquiera, los individuos tienden a detectar más falacias en argumentos cuya conclusión es contraria a lo que creen.Todo cuanto contradice las creencias iniciales del sujeto, aunque las evidencias sean muy importantes, es rechazado sin más. Las informaciones negativas que perturban nuestra concepción de la realidad -aunque esto puede sonar muy paranoico- son interpretadas como hostiles.Ocurre que ponen en entredicho la confianza del propio sujeto, más preocupado por querer tener razón, y hacérselo sentir al otro, que por averiguar si lo que ocurre es verdadero o falso en sí mismo.De igual modo, se da crédito y se consume aquella información que va en línea con la posición de cada uno. Como de lo que se trata es de confirmar nuestras creencias, se sobredimensionan aquellos datos que las refuerzan.Esta situación explica incluso por qué razón dos personas, pese a estar frente al mismo dato, hacen sin embargo una interpretación disímil e incluso antagónica. ¿Quién de los dos subordina la realidad a sus deseos?
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