OPINIÓN
Alberto Fernández y Sergio Massa empiezan a sentir el rigor de Cristina
Los que lo trajinaron el último año dicen que le escucharon muchas veces decir lo mismo: "no quiero cargar con el peso de otra derrota del peronismo". Sergio Massa, el hombre que pudo ser presidente, se resignaba de antemano a no llevar sobre sus espaldas esa acusación. Y actuó en consecuencia. ¿Habrá empezado a arrepentirse?
Por Jorge Barroetaveña El arrepentimiento es un sentimiento que muchos políticos no conocen. Simplemente porque esconde el reconocimiento tardío de un error grave. Por los resultados Massa hizo lo que debía hacerse y nadie debería reprochárselo. Sus votos en la Provincia de Buenos Aires fueron claves para darle los puntos que Alberto necesitaba para esquivar la segunda vuelta. No importa que de la carroza formaban parte el kirchnerismo y varios a los que él les había prometido cárcel. Al cabo, su relación personal con el todavía Presidente Macri estaba dinamitada desde hace tiempo y ni siquiera la buena química con Vidal la había podido reflotar. Massa actuó de acuerdo a lo que le dictó su conciencia, sin tener en cuenta su propio futuro y que él mismo es el que más ponía en juego. ¿Por qué? Por el simple riesgo de arriesgar su capital político y la visión que una parte de la sociedad tenía de él y que lo llevó a superar el 20% en el 2015. Jefe en su momento de Alberto Fernández, pudo armar desde cero una buena relación con Máximo Kirchner, que ahora será jefe de bancada del oficialismo en Diputados también por sus gestiones. La relación con Cristina volvió pero sigue fría. La jefa no le perdona todavía muchas cosas y se encargó de hacérselo saber con sus gestos. Su dedo objetador se posó en Mirta Tundis, Guillermo Nielsen, Martín Redrado y ahora dicen Diego Gorgal, mano derecha de Massa en cuestiones de seguridad. Cristina modificó sus gestos en calidad y no en cantidad, desde que volvió de Cuba y se reunió un par de horas con Alberto en su casa. A partir de ahí, el delgado equilibrio que ambos mantenían, pareció inclinarse hacia el kirchnerismo y cada paso empezó a consolidar su poder. Con manos hábiles desarmó los intentos por dividir el bloque del Senado, hizo ungir a Máximo en Diputados y cada vez más nombres del pasado reciente se mencionan para puestos importantes. AFIP; Anses, PAMI y el retornado Carlos Zanini que podría hacerse cargo de todos los abogados del estado. Zanini, es cierto, no tiene causas judiciales abiertas, pero fue piedra basal de las políticas kirchneristas para con la justicia y el arquitecto ideológico de buena parte de la administración. Pocas personas simbolizan más al kirchnerismo que Zanini. Su retorno será, si se concreta, el mensaje más potente de vigencia del kirchnerismo en su tarea por alambrar el poder de Alberto Fernández y marcarle la cancha. Si fuera por él, Guillermo Nielsen y Matías Kulfas pagarían dos pesos en economía. Uno para negociar con los muchachos del Fondo y el otro para meter mano y reactivar la economía que sigue planchada y sin dar signos de recuperación. Pero, como en el ajedrez, cada pieza que se mueve puede afectar la supervivencia de otras. Y Alberto queda atrapado entre los tironeos del kirchnerismo, sus propias convicciones, y Massa y los gobernadores que le reclaman mayor protagonismo. Con un gobierno aún en ciernes y en medio del tembladeral económico nadie va a decir esta boca es mía. Todo se maneja en forma subterránea y ninguno va a abrir la boca por más descontento que esté. En el equipo económico que asumirá el 10 de diciembre pergeñan lo que se conoce como ‘plan verano’. Mantener a raya el dólar, cepo incluído obviamente, y negociar lo antes posible con el Fondo. Igual Fernández no se cansa de mandar mensajes combinando dosis de dureza y blandura, avisando cuál será el tenor de las negociaciones. Duhalde le hizo un favor cuando dijo el jueves que si no hay plata no se paga y listo. ¿Lo habló con el Presidente electo? Se imagina también aumentos o directamente sumas fijas para las jubilaciones mínimas y los planes sociales. ¿De dónde saldrá la plata? No hay que ser muy avispa para darse cuenta. Se incrementarán las retenciones y habrá ‘retoques’ en algunos impuestos, confiando además en la próxima cosecha, pese a que las señales no son buenas. Pero la apuesta clave del próximo gobierno es reactivar la economía. Están convencidos que poniendo otra vez el aparato productivo en marcha será más fácil conseguir fondos, aumentará la recaudación y eso dará más aire para pagar deuda. La gran duda es la inercia inflacionaria. La economía argentina ha dado muestras en muchas oportunidades de su capacidad de recuperación. Pero está el fantasma de la inflación. Fue un exceso lo de Marco Lavagna, que se haría cargo del INDEC, decir que habrá un 40% de inflación el año que viene. El estará para medir la inflación y no para dar pronósticos. ¿Para qué generar expectativas sobre un número? El intríngulis chíngulis es cómo mover los números de la economía sin que esto se siga yendo a la inflación. El kirchnerismo siempre convivió con inflación, aunque decían que era ‘normal’ para movilizar la economía. Convengamos, más allá de cuestiones ideológicas, que a ningún país del mundo que le va bien tiene inflación. Alguien dijo hace poco que era lo más fácil de solucionar. Su ineficacia se lo llevó puesto. Ahora le toca a Alberto.
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