EQUILIBRIO INTERNACIONAL
Alberto, con una oreja en Trump y la otra en López Obrador
Está como Andrada atajando los centros, Alberto Fernández. Cada cosa que dice, cada cosa que hace es pasado por un tamiz particular, el del que a partir del 10 de diciembre se hará cargo de los destinos de Argentina, claro. Y rinde examen todos los días.
Por Jorge Barroetaveña La comunicación duró unos pocos minutos pero sirvió mucho. El llamado de Trump para felicitarlo por la victoria, ponerse a disposición para trabajar juntos y, de paso recordar, las negociaciones con el Fondo, cayeron bien en el Presidente electo. Es más, el propio Alberto le habría transmitido a sus colaboradores que la charla fue amena, con ‘buena onda’ y que lo sorprendió la rapidez con la que se dio. Para la mitad de los ‘especialistas’ fue algo que natural que Trump lo llamara a Alberto. Un gesto habitual para la diplomacia norteamericana, que hoy le otorga a la Argentina un rol clave en la situación de Venezuela. Para la otra ‘mitad’ de los ‘especialistas’ fue un gesto sorprendente viniendo de alguien que hizo lo imposible para que Macri ganara las elecciones y que tiene más puntos discordantes que de contacto con el Presidente electo. A esta altura no importa, no es una cuestión de fondo. El contacto se produjo, se rompió el hielo y el mundo de las relaciones internacionales sabe hoy lo fundamental que son los contactos personales, que haya feeling entre dos mandatarios. Más con el particular estilo de Trump que suele romper los protocolos y no es proclive a respetar las normas. Para Alberto se abre el juego de los equilibrios. La charla fue en medio de una breve gira por México que estuvo cargada de mensajes. Cuando Macri asumió el primer país que visitó fue Brasil, Alberto elige México. Sabe de la postura mexicana sobre la crisis en Venezuela y la eterna relación amor-odio que tiene con Estados Unidos. Sabe también que es más digerible para su frente interno apostar al liderazgo de Andrés Manuel López Obrador antes que Jair Bolsonaro que no se cansa de mandar señales negativas. En medio del auditorio de estudiantes de la UNAM, consultado por Trump, el Presidente electo fue cauto y recurrió a fórmulas vagas para definirlo. Ni lo abrazó ni lo zamarreó. Hizo equilibrio. Sabe, al cabo, que la influencia del norteamericano en el Fondo será clave para llevar adelante negociaciones optimistas sobre la deuda. Mientras haya voluntad de pago, no habrá platos por la cabeza. Claro que la ‘amistad’ con el presidente de la primera potencia mundial no es gratis. Al Departamento de Estado, desde hace años con Latinoamérica lo movilizan dos cosas: el terrorismo y la lucha contra los narcos y el caso Venezuela. No hay mucha historia en esto. Bolsonaro se alineó rápidamente y Macri asumió el liderazgo en el tema. No será cuestión de pedirle tanto a Alberto pero un esfuercito es posible. Hasta dónde lo deje su propio frente interno claro. Los que lo conocen, amigos y enemigos, rescatan una caracterìstica de su personalidad: el pragmatismo. Irónicamente podríamos decir que sólo así pudo estar con Menem, Cavallo, Kirchner, Cristina, Massa y Randazzo. Mientras él intenta guiar con moderación sus pasos, los tira bombas están a la orden del día. Desde los que insisten con tomarle examen al periodismo, vaticinando la desaparición de algunos periodistas, algo grave viniendo de alguien como Rafael Bielsa, hasta los que avisan rompiendo puertas y con cartelería que habrá represalias. Todo lo contrario del discurso albertista de sepultar la grieta. La prueba de fuego estará el 10 de diciembre y cuando empiece a dar los primeros pasos. No son pocos los que le reclaman ir poniendo límites, habrá que ver si forma parte de su espíritu o dejará hacer libremente. Los nombres que por ahora han trascendido de a cuenta gotas de su gabinete, son moderados y en su mayoría hombres de estricta confianza del Presidente electo. Su ida del poder bien podría medirse por el centimil que los diarios le dedican. O las horas de aire en tele. O los títulos en la web o las referencias en las redes sociales. De Macri hablamos pues. De a poco su figura se va diluyendo entre las medidas que se avizoran, los nombres de reemplazo y los cuestionamientos que sobrevendrán. Las 100 causa judiciales que aguardan respuesta en tribunales y el zamarreo de los medios que ahora se volverán oficialistas. Como Cristina, parece que también lo espera un baño de multitud amiga. Avisó que no se va a ir aunque deberá refrendar su liderazgo interno, ya cuestionado por lo bajo. Su misión será custodiar la unidad del bloque de Cambiemos en el Congreso, a la postre la principal trinchera detrás de la cual deberá abroquelarse la oposición. Y tendrá ante sí un dilema que no es pequeño. Pasar a la ‘resistencia’ como hizo el kirchnerismo en el 2015 o buscar llegar a acuerdos y consensuar iniciativas en el ámbito legislativo. Todos son amos de sus silencios y esclavos de sus palabras. Aunque también es cierto que en la política argentina todo puede cambiar a velocidad de rayo. Lo que se dijo ayer, hoy es viejo y mañana inexistente. Se cuenta con la complicidad de una sociedad que ha permitido la devaluación de lo único que nos quedaba: la palabra.
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