Alfonsín y un legado que habrá que respetar
Por Jorge Barroetaveña
Las imágenes se repitieron hasta el hartazgo. Buena parte de las miles de personas que reaccionaron conmocionadas por la desaparición física del caudillo radical, eran jóvenes que no vivieron su época y apenas por los libros y el relato de sus padres sabían qué había pasado. Está claro que a Alfonsín le tocó bailar con la más fea. Cargó sobre sus hombros los sueños de un país que venía de años turbulentos y tuvo que enfrentar el fantasma de los golpes de estado, como la mayoría de los gobiernos civiles de la segunda mitad del siglo pasado. Ese karma convirtió al gobierno que arrancó el 10 de diciembre de 1.983 en un caso testigo para el resto de la región.
Particularmente sentidas fueron las palabras de Julio María Sanguinetti durante el sepelio, quién destacó el rol que le cupo a la Argentina en aquella ‘ola’ democrática de los ’80, que sumó a Uruguay, Brasil, Paraguay y Chile. Está claro que el obstáculo de las Fuerzas Armadas como factor de poder no fue el único que debió sortear el gobierno alfonsinista. La Argentina posMalvinas se debatía en el borde del default y las necesidades de un sector grande de población eran cada vez mayores. El Plan Austral pergeñado por Juan Vital Sourrouille funcionó un año y medio, pero en 1.984 empezó a dar señales de fatiga. Las legislativas del ’87 fueron la primera derrota para la administración radical y el Plan Primavera un manotazo de ahogado para tratar de evitar el naufragio. Los crecientes índices de inflación y las turbulencias políticas, habían dejado a Alfonsín a merced de las corporaciones, sin capacidad de reacción e inerme ante el avance del Justicialismo, ya lanzado a reconquistar el poder. Será la historia larga la que tenga el fallo final sobre hasta dónde la impericia radical y el complot influyeron en la caída, lo cierto es que el adelanto de las elecciones y la victoria de Menem, dejaron a Alfonsín sin muchas alternativas. Los saqueos a supermercados y el desborde social se habían vuelto incontrolables, tanto como los números de la economía. ¿Quién no recuerda a Juan Carlos Pugliese, en las postrimerías del gobierno, utilizando aquella frase famosa: les hablé con el corazón y me contestaron con el bolsillo? Ya las cartas estaban jugadas y aquella ida anticipada del poder marcó a fuego los años posteriores de la carrera política de Alfonsín. Con el Pacto de Olivos, llovieron las críticas, y el tufillo a arreglo de cúpulas hizo que su figura quedara aún más devaluada. Según explicó él mismo después, sino lo hacía por las buenas, el menemismo estaba dispuesto a buscar la reelección indefinida, algo que el caudillo radical quería evitar para salvaguardar la democracia.
Vital en el armado de la Alianza que terminó con los días de Menem en el poder, el fracaso estrepitoso de esa entente política, lo sumió otra vez en las dudas y en los cuestionamientos. Sin embargo, y paralelo a este proceso, su figura iba creciendo, como referente de conducta y de consulta. No pocas han sido las visitas que el Vicepresidente Cobos le hizo en los últimos tiempos y hasta la Presidenta Cristina Kirchner le realizó un sentido homenaje en la Casa Rosada. En la UCR además, se consolidó definitivamente ese halo de honestidad y caballerosidad que siempre lo acompañó, al tiempo que sus decisiones (cuestionadas muchas veces) comenzaron a ser comprendidas.
A ver, Alfonsín cargará para siempre en sus alforjas haber impulsado el juicio a las Juntas Militares, una experiencia única que ni siquiera se parece a Nuremberg. Si bien las Leyes de Obediencia Debida y Punto Final fueron una defección, los años demostraron que la decisión fue acertada: el ex presidente quiso evitar un derramamiento de sangre y preservar el sistema. Fue la solución posible, no la mejor solución. Así lo reconoció la propia Graciela Fernández Meijide en el sepelio en la Recoleta. Fue el iniciador, junto a Brasil y Uruguay del Mercosur y tuvo un rol clave en la desactivación definitiva de las antiguas hipótesis de conflicto con los brasileños. Pero lo más importante, y es algo que fue reconocido por propios y extraños, es que Alfonsín le devolvió el significado a la militancia, a los partidos políticos, y a las ideas, demostrando que desde la honestidad intelectual también se puede hacer política.
Alfonsín fue el abogado que presentaba hábeas corpus por los desaparecidos en la época de la dictadura. Fue el mismo que casi se mata haciendo política en el sur, cuando los años y el cuerpo le pedían un descanso. Alfonsín es el mismo que fue capaz de representar el sueño de millones en los albores de la democracia, cumpliendo a medias, pero siempre desde las convicciones. Ese departamento de Barrio Norte, es el mismo en el que vivió toda su vida. La Presidencia y la política no cambiaron su forma de vida, una rareza en un país en el que el poder en lugar de cambiarle la vida a la gente le cambia la vida a los políticos. Demostró así que desde la honestidad se puede transitar por los pasillos del poder, y no pisar un solo tribunal de juzgamiento.
Al cabo, lo que los miles fueron a buscar y a tributar esta semana, frente al Congreso y el Cementerio de la Recoleta, es algo de todo eso. La política es sueños y Alfonsín supo encarnarlos como pocos en aquella primavera democrática. Fue la juventud que todos añoramos y la madurez que a veces nos pesa. Pero demostró que esos valores son inalterables. Que es posible hacer política desde la decencia y las convicciones, por más errores que se cometan. Que es posible pensar en una Argentina distinta, con diálogo, consenso y persuasión, como gustaba decir. Alfonsín no fue el padre de la democracia pero hizo un aporte que la historia y los argentinos ya le empezaron a agradecer.
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