OPINIÓN
Algo bueno, cuando la tormenta pase habrá un culpable: el bicho
Cada minuto que pasa puede cambiar el rumbo de la negociación. Cada minuto que pasa, como en un baile sinuoso, estamos más lejos o más cerca del default. Para todos, el futuro inmediato de la Argentina y cuánto de doloroso tendrá está en juego. La misma película muchas veces. Como una especie de Netflix en continuado.
Jorge Barroetaveña Ayer uno de los grupos de bonistas que tiene más poder de fuego avisó al Palacio de Hacienda que quiere negociar ya. Son los que tienen bonos del 2005 y ya sufrieron una quita en la época de Lavagna y no quieren pasar por lo mismo. Ni tampoco tener que recurrir a los tribunales de New York para litigar. Parecen un poco menos duros que los que tienen los bonos de Macri, que lucen más dispuestos al todo o nada. Consiguieron algo que es perforar la base dura que planteó el gobierno argentino, aquella del es 'esto o nada'. El Ministro Guzmán abandonó esa intransigencia inicial y contraofertó que la Argentina está preparando otra propuesta. Ayer se vencieron poco más de 500 millones de dólares y el país no pagó. Es una cuestión de tecnicismos pero hace semanas que coqueteamos con el default. La diferencia con el 2001 es que el gobierno ha demostrado voluntad de pago y el Presidente Fernández, como los demás interlocutores de peso, han dejado en claro que agotarán todas las instancias posibles. Si hasta la vicepresidenta Cristina Kirchner está embarcada en el mismo objetivo. Hace algunos días, cuando escuchaba lo que comentaba un periodista, se enojó. "Yo siempre pagué". Tiene razón. Igual que su difunto marido cuando de un saque se sacó de encima la deuda con el Fondo Monetario. Si pagaron bien o mal, sería otro debate, como Kicillof con el Banco de París. Pero no importa a esta altura, no hay figuras de peso en el gobierno que crean que es positivo para los argentinos volver a no pagar las deudas. Lo que juega en contra es el estilo tribunero de algunos referentes del kirchnerismo que no se cansan de hablar. Indirectamente ponen en tela de juicio el liderazgo del Presidente de la Nación y su influencia en el peronismo. Es jugar con fuego porque en un sistema presidencialista como el nuestro, lo último que hay que hacer es esmerilar al que conduce, y menos en circunstancias extremas como estas. Alimentan los rumores del disgusto kirchnerista por la buena relación que Fernández ha construido con Rodríguez Larreta. No se dan cuenta que lo que los une es el espanto. Nadie podría imaginarlos subidos al mismo barco político mañana, aunque sí ahora urgidos por la emergencia de la pandemia. Siempre es más cómodo situarse en los extremos cuando la responsabilidad pasa por otras manos. Sobre las espaldas del Presidente, Kircillof y Larreta pesa la suerte de millones de argentinos y el destino trágico del momento. Estos dirigentes kirchneristas, algunos muy cercanos a Cristina, actúan como si fueran la voz de la conciencia del Presidente. Esta semana lo volvieron a meter en un brete con la idea de 'capitalizar' para el estado algunas empresas que han recibido ayuda para pagar los sueldos. Pinta en realidad como un mensaje para los grandes grupos, en especial Techint y Clarín, que han recibido esa ayuda. Cuentan que la vicepresidenta se brotó cuando supo que el estado ponía plata para darle 'una mano' al Grupo Clarín. A las pocas horas, la diputada y economista Fernanda Vallejos le dio marco a la idea con un comentario en las redes y desató una catarata de repercusiones. Parece en rigor una idea destinada al fracaso porque, cambiar las reglas de juego, una vez concretada la medida, no resiste mucho análisis legal. Pero no importa, el objetivo es marcar la cancha y recordar cuáles son los límites que la dueña de la alianza política está dispuesta a no sobrepasar. Las cifras de la caída de la economía del mes de marzo son estrepitosas. Abril será peor aún. La imagen de un comerciante marplatense llorando el viernes por tele fue conmovedora. Pide trabajar. ¿Trabajar? Sí, trabajar para poder vivir. La cuarentena declarada por la pandemia de coronavirus nos quitó hasta eso. El bicho se ha llevado la vida de cientos de argentinos y encima nos quiere dejar sin trabajo, condenando a miles a una lenta y agónica muerte social. Lo peor es que la disparada de casos en el AMBA nos devuelve a la realidad y avisa que todavía lo peor no pasó. Como si hubiera muchas 'Argentinas', en otras provincias van por más y habilitan deportes, restaurantes y hasta reuniones sociales. En ese complejo rompecabezas de prueba y error, en otros lugares dieron marcha atrás y volvieron a endurecer la cuarentena. Está pasando en Capital y el Gran Buenos Aires, restringiendo el transporte y quizás hasta las salidas de esparcimiento. Es una carrera desesperada contra el tiempo. Cada minuto que pasa nos recuerda los peligros que corremos, pero también nos avisa de las consecuencias que habrá. Tarde o temprano, cuando la tormenta pase, habrá que mirarse en el espejo y ver cuánto queda de nosotros. Para unos será consuelo lo que pasa en otros lados. Para otros, el dolor de saber que ya no seremos los mismos y que otra vez tendremos que empezar de cero. Con una diferencia: ahora tenemos a quien echarle toda la culpa. El bicho.
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