COMUNICAR EN TIEMPOS DE CORONAVIRUS
Angustia: ese bicho malo que nos planta frente al espejo

Estamos conociendo lo que es el periodismo de cuarentena. El periodismo que no para de dar cifras de muertos, infectados y recuperados como si la estadística sirviera para restarle dramatismo al drama que se vive. Hacer periodismo en tiempos de cuarentena, todo un desafío para mi generación.
Jorge Barroetaveña Hay que retroceder unos años para encontrar algo ‘parecido’ a lo actual, en cuanto al grado de angustia colectiva: el 2001. Aquellos que peinamos algunas canas en el periodismo tenemos bien registrados aquellos días. Por supuesto que no es comparable una crisis económica con una pandemia, pero los niveles de stress y angustia que se generan en la sociedad son similares. En una claro depende la vida de las personas, en la otra su subsistencia económica. Pero en la reacción tienen puntos de contacto. Cuando el Presidente Fernández anunció hace tres semanas el comienzo de la cuarentena, la sirena de Bomberos de Gualeguay nos trajo a la realidad. Fue subirnos a un tren fantasma que todavía no llegó a destino y tiene por parar aún en muchas estaciones. ¿Cómo hacer periodismo entonces desde la trinchera de cada hogar? La tecnología ayuda, pero contribuye también a fomentar cierta frialdad en las reacciones. No es lo mismo hablar con alguien cara a cara que por mensaje de whatsapp. No es lo mismo escuchar un monólogo por audio, que ver gestos y ademanes y tener la posibilidad de repreguntar. La tecnología sirve sí para saber al instante lo que pasa y canalizar miles de reclamos y consultas, que adoban la angustia permanente con la que vive la gente. El periodismo pierde esa capacidad intuitiva de saber dónde está la noticia, quién miente y quién no y hasta dónde llegar la profundidad del drama que nos envuelve. En ese mar de confusión que todo lo abarca, es fácil caer en la tentación del facilismo. De lanzar al aire diatribas simpáticas pero mentirosas. Es una dama encantadora a cuyos brazos deberíamos negarnos una y otra vez. El periodismo en cuarentena tiene la obligación de chequear todo lo que se pueda para no convertirse en un replicador serial de malas noticias o, lo que es peor, noticias falsas. Esos números que escupen las estadísticas todos los días esconden vidas reales detrás. Son cientos y miles de historias que se truncan, familias deshechas y desesperación colectiva que no tiene contención. Ni entierro formal hay para los muertos. Apenas una plegaria alejada de los besos y abrazos de los seres queridos. ¿Es posible imaginar un peor final para un ser querido? El bicho llegó además para demostrarnos lo pequeños que somos y cuánto daño le hacemos al planeta. ¿Hicieron el ejercicio se sentarse a ‘escuchar’ la noche? Se los recomiendo. Su estruendo es ensordecedor. Tan fuerte como contundente para demostrar por dónde pasan las cosas importantes de la vida. Este bicho, que ha hecho lo que ha querido, se llevó puestos sistemas de salud enteros y la soberbia de más de uno que lo subestimó. El jueves murieron 14 argentinos por coronavirus. A la hora que esto escribo se espera el nuevo parte de cifras. Son 14 vidas que se cortaron de golpe, dejando proyectos, ilusiones y amores en el camino. Si eso no nos alcanza para entender que tenemos que hacer el esfuerzo de quedarnos encerrados… Hoy el fenómeno de la inmediatez en la comunicación permite saber lo que pasa en cada confín del planeta. Es la gran diferencia con otras pandemias que azotaron a la humanidad en su historia. Es una película en tiempo real que seguimos como si estuviéramos en el cine. De la que somos todos partícipes claro. Ojalá la dimensión del impacto nos haga tomar conciencia de los frágiles que somos, de nuestra soberbia y de hasta dónde la solidaridad es un valor perdido. No es posible salvarse de a uno. O nos salvamos todos o no se salva nadie. Ojalá que este bicho nos haga mejores. Más comprensivos de las miserias humanas y de nuestras propias debilidades. Y de nuestros límites, esos que siempre queremos superar. Ojalá, como periodistas aprendamos, que siempre hay una historia detrás de cada noticia. Que la angustia colectiva sólo se puede procesar con comprensión y no con sobre abundancia de información. Que la sensibilidad es un capital único que debemos recuperar para transitar los dramas. Aprender a entenderlos y no a sobrevolarlos. Ojalá este bicho nos enseñe a ser mejores de lo que fuimos y peores de lo que seremos. Al cabo, y queda demostrado, es el único legado que le podemos dejar a las futuras generaciones.
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