Ante síntomas de malestar con el sistema
Los episodios de violencia en Tucumán son objeto de análisis diversos, según el cristal ideológico con que se los mire. ¿Qué subyace detrás del enojo de tanta gente? ¿Sólo un reclamo por fraude electoral? Si uno es oficialista, tenderá a ver la reacción de un sector de la sociedad tucumana, saliendo a la calle a protestar, como la catarsis de la "derecha" que perdió en las urnas.Es decir, una expresión de desmesura de los "caceroleros" de la clase media, el sector "privilegiado" de la sociedad, que no tolera el triunfo electoral de la fuerza política que representa a los "desposeídos".Desde el otro lado, se habla de "tucumanazo", aludiendo a una reacción cívica legítima de quienes no sólo sienten que les "robaron" la elección, vía fraude electoral, sino que están hastiados del "feudalismo autoritario" que gobierna Tucumán.Sería la rebeldía de vastos sectores sociales contra los sistemas de poder feudales instalados en varias provincias pobres del interior, sobre todo del norte, donde oligarquías políticas ejercen un clientelismo obsceno y secular.El enfrentamiento desatado en Tucumán, más allá de estas visiones, estaría reflejando en principio que algo falla en el sistema. Si la democracia fue inventada para tramitar pacíficamente las diferencias, no se entiende tanta violencia.Tucumán podría ser el espejo, en realidad, de un malestar que atraviesa toda la democracia argentina. De hecho, el clima enrarecido, cargado de intolerancia, que se observa en la campaña electoral de este año, puede ser leído como síntoma de una fractura más profunda.Hay quienes ven que el malestar obedece a que en Argentina conviven dos tradiciones políticas y culturales incompatibles, que chocan entre sí, fenómeno que se remonta al origen del país.Una de esas tradiciones es la "republicana y liberal", la cual sostiene que debe existir la "división de poderes", de acuerdo al modelo de las democracias representativas y tal como aparece en la letra de la Constitución Nacional.Existe, por otro lado, la tradición "populista" que se basa en el ejercicio autoritario del poder y que postula que la voluntad del pueblo (no de los ciudadanos) la ejerce sin intermediarios un líder o caudillo, quien concentra la "suma del poder público".Esta última versión reivindica el espíritu del "pueblo", una supuesta cultura vernácula, y reniega del cosmopolitismo, que sería propio de la cultura republicana.¿Acaso los episodios de Tucumán reflejan la colisión de estas dos tradiciones? ¿Es este choque el que introduce un conflicto insalvable en la democracia argentina, haciendo que convivan en enemistad dos culturas políticas?Sin embargo, el malestar con la democracia no es patrimonio argentino. En todos lados se observa un divorcio entre las sociedades y sus gobiernos y se habla de "crisis de representatividad".Habría una profunda decepción con la democracia existente, mientras se idealiza una democracia auténtica, que haga honor a su nombre, donde la voz de los ciudadanos constituya el fundamento del gobierno.Por otra parte, las campañas electorales suelen desnudar las peores miserias del sistema. Como sea, no se debería identificar a la democracia en sí con sus defectos, producto del ejercicio que hacen de ella las personas.Bertrand Russell, por lo demás, sugería bajar las expectativas sobre la eficacia del sistema al afirmar: "Tengo recelo del gobierno y desconfío de los políticos; pero como es preciso tener un gobierno prefiero que sea democrático".
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