OPINIÓN
Apostemos por la cultura

Queridos amigos: hace unos días nos hemos alegrado con la noticia de las gestiones que se llevarán a cabo para la restauración del órgano de la Catedral. Pero, ¿saben el valor cultural que tiene? Hagamos un recorrido por la historia. El órgano no siempre ha sido un instrumento de iglesia. Incluso es anterior a ésta, remontándose a 90 a. de C. el dato escrito más antiguo, conocido como “inscripción délfica”. En el siglo I de nuestra era Vitrubio atribuye su invención a Ctebisius, un personaje de la Alejandría del siglo II a. de C.
Los vestigios materiales más antiguos son del año 288 de nuestra era, y fueron encontrados en Aquincum (Hungría). En este tipo de órgano el aire era suministrado por bombas hidráulicas en lugar de fuelles. Los textos antiguos hablan de su potencia sonora, y los mosaicos romanos nos lo representan actuando junto a instrumentos de viento en los juegos circenses.
Este tipo de órgano, con la sustitución en algún momento de los pistones hidráulicos por fuelles, es el que empleaban romanos, bizantinos y árabes. En la alta Edad Media la Iglesia lo adopta, pero todavía con este uso al aire libre, asociado a procesiones, actos festivos etc. como instrumento de señal o llamada.
Sin embargo, no se conoce bien cuándo y cómo empieza a emplearse como parte integrante de la liturgia, lo que debió suceder entre 900 y 1200, pues el órgano se instala en el interior del templo al menos desde el s. X, como en la abadía de Winchester, Inglaterra. Existe también el testimonio de que en 972 toca a la entrada en la consagración de la abadía de Bages, Cataluña.
Pasados muchos siglos, las disposiciones litúrgicas del Concilio Vaticano II (1962-1965), más precisamente la Constitución Sacrosantum Concilium prescribe sobre el órgano de tubos: “Téngase en gran estima en la Iglesia latina el órgano de tubos, como instrumento musical tradicional, cuyo sonido puede aportar un esplendor notable a las ceremonias eclesiásticas y levantar poderosamente las almas hacia Dios y hacia las realidades celestiales” (N.° 120).
Por todo esto, vemos que el órgano no sólo es un patrimonio de la Iglesia, sino y sobre todo un patrimonio cultural. Apostar por el arreglo, o mejor dicho, por la conservación del mismo, es una apuesta por la cultura. Pero también es apostar por la evangelización. El querido Papa Benedicto XVI recordó su poder espiritual al dirigirse a un grupo coral que lo visitaba.
Recordando una ocasión en que bendijo un órgano, expresó: “Tengo un recuerdo imborrable de cómo, en la armonía de aquel órgano maravilloso, del coro dirigido por Kohlhaufel, y de la luminosa belleza de la iglesia, experimentamos el gozo que proviene de Dios. Ya no sólo la “chispa de los dioses”, de que habla Schiller, sino en realidad la llama del Espíritu Santo que hizo que sintiéramos, en lo más íntimo de nuestro ser, aquello mismo que conocemos también por el Evangelio de San Juan: que Él mismo es gozo. Y este gozo fue el que se nos comunicó”.
Añadió el Papa que el órgano “continúa sonando y ayudando a los hombres a percibir algo del esplendor de nuestra fe, un esplendor alumbrado por el mismo Espíritu Santo. Y con esto, el órgano lleva a cabo una función evangelizadora, proclamando a su modo el Evangelio”.
Apostar por la conservación de los bienes culturales es apostar por el bien de la humanidad. Desde aquí debemos observar el órgano de nuestra Catedral.
Para finalizar, hago mías aquellas palabras de Milan Kundera: “La cultura es la memoria del pueblo, la conciencia colectiva de la continuidad histórica, el modo de pensar y de vivir”.