Los jóvenes y nuestra bebida nacional
Blancos y tintos para los adultos del futuro
Como un verdadero signo de los tiempos, el vino se ha convertido en una bebida para los jóvenes y forma parte de la revolución en las comunicaciones. En un mercado en constante movimiento, con gran volumen de marcas y potencial de expansión, la juventud juega un rol fundamental.
Lejos quedaron los tiempos en los que el vino de calidad era una bebida hermética, reservada para un grupo exclusivo de adultos pertenecientes a ciertos y bien definidos sectores económicos y sociales. Los tiempos que corren son testigos de un auténtico “terremoto” en los usos y costumbres que rodean a la más noble de las bebidas, que se ha transformado en un producto consumido por todos. De hecho, el vino está llegando cada vez con más fuerza a todos los rincones del planeta, ingresando en los hogares y seduciendo a millones de paladares que ven en él un elemento que proporciona placer.
En ese contexto, su desarrollo actual y futuro se ve fuertemente marcado por dos fenómenos muy poderosos (en términos sociales) y relacionados entre sí: la incorporación de los jóvenes y la llegada a novedosos métodos de comunicación.
Muchas son las causas que motivan esta corriente de simpatía hacia el vino, pero la principal es la erradicación total del viejo concepto de la bebida aburrida, complicada y acartonada, propia de personas mayores. Bien al contrario, el vino está a la par de cualquier otro producto de consumo masivo en términos de diversidad, modernidad y atractivo.
Entre mensajes divertidos y nuevos diseños de envases y etiquetas, las bodegas han sabido seducir a los jóvenes, quienes disfrutan frecuentemente de reuniones y citas entre comentarios sobre marcas, diferentes varietales y distintas añadas. Es por eso que no debemos pensar que sólo se vuelcan a tintos y blancos baratos o fáciles de tomar, ya que es un prejuicio muy extendido, pero falso.
La franja de consumidores entre 18 y 35 años tiene algunos conceptos muy claros y, a diferencia de nuestros padres y abuelos, no se encasilla en una marca durante toda su vida; si un vino no les gusta, simplemente cambian por otro. En esa apertura mental, tan carente de preconceptos y apuntada a la diversidad y el descubrimiento, está la clave de conducta de esta franja de público tan importante para el futuro de la industria vitivinícola.
Por otro lado, hace ya tiempo que los avances tecnológicos en materia de comunicaciones dejaron de sorprender. La velocidad de tales adelantos genera una suerte de habitualidad en la que el asombro no tiene lugar. En medio de ese vértigo de cambios, el vino ha sabido abrirse paso entre los nuevos métodos de comunicación y por partida doble: entre los propios consumidores (quienes cada vez más intercambian datos y opiniones sobre vinos) y como una manera de marketing interactivo que integra a toda la cadena: productores, comerciantes y aficionados.
De un modo lento al principio, pero sumamente rápido en los últimos años, todos los implicados se han volcado a la virtualidad para abrazar las nuevas tendencias tecnológicas que posibilitan el acceso a la información sin restricciones de ningún tipo y, fundamentalmente, a una velocidad asombrosa. Primero fueron las páginas web y los portales, a los que siguieron los foros sobre vinos, las aplicaciones específicas para celulares y las redes sociales.
Muy atentas a las demandas de un público cada vez más exigente y próximo, las iniciativas interactivas han ido proliferando. Un ejemplo claro lo constituyen los “wine influencers” con contenidos audiovisuales de gran valor, en los cuales (como toda alternativa “social” de Internet) la interacción es clave, con notas de cata, puntuaciones, críticas y comentarios. La recomendación de un vino por parte de la vinoteca sigue siendo importante, pero también lo es educar el paladar con opiniones de otras personas que tuvieron su experiencia con una botella y lo saben transmitir.
El crecimiento del consumo por parte de los jóvenes y las nuevas formas de conectarse con la gente parecen estar siendo bien asimilados por las bodegas que ofrecen una amplia variedad de propuestas para seducirlos en el consumo responsable.
Vinos para millennials y centennials
Entre el abanico de opciones apuntadas a los jóvenes, estas tres etiquetas ofrecen mucho más de lo que aparentan.
El Burro Malbec (Santa Julia). Llama la atención desde su etiqueta, lo mismo que al descorcharlo. Un Malbec natural que tiene la menor intervención humana posible desde el viñedo hasta su elaboración. Embotellado sin filtrar. De color muy intenso con marcados tonos violáceos. Aromas típicos de la cepa. En boca es muy fresco con un gran cuerpo, buena estructura y profundidad en boca. Un agradable final con sabor a mermelada de ciruela.
Amalaya Blend Torrontés-Riesling (Colomé): Desde Salta, donde están los viñedos más altos del mundo, llega esta mezcla ideal entre un cepaje clásico y bien argentino como el Torrontés (85%) con la expresividad alemana del Riesling (15%). De tonalidades amarillas intensas con reflejos dorados, sus aromas son delicados y muy complejos que recuerdan a flores blancas, frutos maduros en almíbar y vainilla. En la boca se muestra untuoso y denso, con un elevado nivel de acidez que resulta refrescante y logra equilibrar de manera perfecta su sabor dulce.
Chac Chac Cabernet Franc (Viña Las Perdices). Aromas de casis y notas de pimiento remarcan la tipicidad varietal. Buen volumen de boca, balanceado, suave y amable con sabores que recuerdan a pimientos rojos, especias y un toque de complejidad aportado por su crianza en madera. Ideal para acompañar todo tipo de carnes rojas.