UN ESCENARIO POLÍTICO COMPLEJO
Cambiemos juega con fuego y harta con las peleas de egos

Juegan con fuego. En la oposición deben pensar que el país que miran es otro, distinto al que ellos perciben. De lo contrario es difícil creer que semejante aquelarre sólo responde a los egos personales y a la ambición de poder. Juegan con fuego estos muchachos porque nadie tiene armadura electoral y porque los argentinos están cansados de tantas peleas.
Jorge Barroetaveña
Cambiemos llegó al poder en el 2015 fruto de un armado electoral pergeñado por Macri, Carrió y Sanz. Si bien hubo resistencias en el radicalismo, el encantamiento de volver al poder pudo más y las diferencias quedaron disimuladas por un tiempo. Aquella experiencia fue un aprendizaje acelerado para todos ellos. Cometieron errores graves que les terminaron costando la continuidad. Parece que no aprendieron.
Hay algo de cierto en el misil que Morales le tiró a Macri hace pocas horas cuando le recordó la famosa frase del “mejor equipo de los últimos 50 años”. O “bajar la inflación es lo más fácil”. Ni lo uno ni lo otro, aunque parece que se hubieran olvidado. Y que los radicales también fueron partícipes, al menos ante la opinión pública, de ese gobierno. Como tampoco son concientes que es la mala administración de los Fernández las que ha vuelto a darles una oportunidad. Pero zarandean el barco como si no hubieran aprendido la lección.
No advierten la profundidad de la crisis y que el enojo social abarca toda la clase política, casi sin excepciones. Sólo así se explica el crecimiento de Javier Milei cuyas posturas son disruptivas y muchas veces rozan la inconsistencia. ¿Qué significa? Que no tiene chances, si llega al gobierno, de llevarlas a la práctica.
Pero Bullrich, Rodríguez Larreta, Macri, Morales, Manes miran para otro lado. Es insoportable el ruido de las peleas públicas. Que dijo, que no dijo, que Macri se tiene que jubilar, que no puede seguir dando más consejos y por si algo faltaba, la invitación de Bullrich a la mano derecha de Larreta de terminar a las piñas. Nada indica que sea la mejor forma de zanjar las diferencias y enviar mensajes de paz a la sociedad demandante. Si se pelean ahora, ¿qué nos espera cuando sean gobierno? En el 2015-2019 hubo algo claro: era Macri el que mandaba para gusto o disgusto del resto de los socios de la coalición. Separando la paja del trigo, al que le toque el año que viene, si la gente no se harta de tanta pelea en el medio, no la tendrá tan fácil. Porque los radicales se han parado de manos, porque la interna en PRO es potente y porque la eterna Lilita avisó que si joden demasiado presentará su propia candidatura. Es exasperante porque no debaten sobre un modelo económico. No debaten qué quieren hacer con la Argentina si les toca ser gobierno. Buscan el pretexto de decir que falta mucho, que en un año no saben qué situación van a heredar. Lo dijo Larreta hace pocas horas, esquivando mayores definiciones. En último caso, los más duros, sí dicen que piensan hacer. Puede gustar o no, pero ponen esas cartas arriba de la mesa. Tampoco los radicales se esmeran en dar explicaciones. Navegan entre la condescendencia y la blandura, temerosos de perder potenciales votos. No va más el veo qué hacemos cuando lleguemos. Con los cuatro años de experiencia a cuestas, es insólito escuchar ese argumento. La fragilidad de la situación argentina no da tiempo a ninguna dubitación. El margen de acción del próximo gobierno será inexistente porque la paciencia social se agotó hace rato. Ha pasado en otros países latinoamericanos. La popularidad del chileno Boric se derrumbó en un puñado de días y lucha hoy para recuperarla. Algo similar ocurrió en Perú y en Brasil, con el apretado margen de victoria que consiguió Lula, seguramente ocurrirá algo similar. En ese espejo se mira el peronismo buscando aferrarse a la esperanza de continuidad. No al retorno de Cristina que es poco probable, por contexto y decisión personal, pero sí del peronismo o de alguna de sus múltiples caras en el poder.
Por ahí se cuela el debate por las PASO que otra vez alineó a Massa con la jefa. Del otro lado solo, como perro malo, quedó el Presidente resistiendo una medida que sabe lo dejará en la historia, para mal y no para bien. Otro de los tantos debates que no mueven el amperímetro de la calle. A nadie le interesa, salvo a los que puede afectar, cómo se votará el año que viene. Para la política claro, sobre todo para la oposición, aunque para el oficialismo también, es vital porque será el dique de contención para eventuales rompimientos. El peronismo se ha mal acostumbrado a esto. Pero Juntos es producto de aquellas PASO del 2015 que sirvieron para ordenarlo. Si, con el sistema todavía vigente, las peleas son furibundas, ¿qué pasará sin él? El tiempo pasa, los precios trepan la montaña y los principales referentes se enfocan en cuestiones menores. Es un tren que, más tarde que temprano, los alcanzará a todos. Si no escuchan el ruido, los pasará por encima. Irremediablemente.