Cambiemos, un experimento ‘argento’ que quiere ganarle al fantasma del peronismo

Faltan pocos más de dos meses para que se cumpla el primer año de gestión de Cambiemos. ¿Es Cambiemos una coalición tradicional de esas que ya tuvo la política argentina? ¿Responde al formato de otros países de la región? ¿Tiene futuro o se convertirá en una dependencia funcional del PRO? ¿Podrá el radicalismo superar sus diferencias y recrearse como partido? Jorge BarroetaveñaHace un par de años, cuando Macri, Sanz y Carrió empezaron las primeras conversaciones es probable que no haya imaginado lo que les deparaba el destino. Que una confluencia de partidos, completamente distintos, pudiera hacerle frente al peronismo en el poder, sonaba utópico e irreal, casi una locura.El PRO como partido estructurado y orgánico todavía no existía y ni existe hoy. Se formó alrededor de un liderazgo como el de Macri, que se parapetó en la Ciudad de Buenos Aires y desde ahí lo proyecto a la Nación. El ejercicio del poder y ahora, de mucho poder, le permitirá amasar más cuadros dirigenciales, algo de lo que carecía en abundancia. María Eugenia Vidal es una rara avis en ese mundo amarillo, una de esas perlas que aparecen cada tanto, la política las transforma en un fenómeno pero cuya permanencia en el tiempo se desconoce.Bicho, el Presidente, siempre supo qué le faltaba y para eso salió en búsqueda de la UCR. Sin liderazgos definidos y en búsqueda de la identidad perdida, los radicales aseguraban arraigo territorial, un comité hasta en el pueblito más pequeño de la Argentina y algunos cuadros técnicos allí donde el PRO no los encontraba. La Coalición Cívica es Lilita Carrió. No hay demasiadas vueltas. Y Macri la necesitaba para blanquear su aureola de empresario duro, nacido al calor de la patria contratista y como contracara perfecta de la corrupción kirchnerista. Buscar a la mujer que más y más temprano denunció al kirchnerismo era sacar patente de 'blancura'.Aquel juego de conveniencias mutuas llevó al nacimiento de Cambiemos. La convención de Gualeguaychú alumbró el acuerdo, en medio de las eternas discusiones radicales sobre la conveniencia de abrazarse a un proyecto de 'derecha', que lejos estaba del ideario de Raúl Alfonsín. Si hasta videos aparecieron de Alfonsín hablando críticamente de Macri. Pero la UCR no estaba en condiciones de competir con un liderazgo similar, ni de plantarse ante la sociedad como lo definitivamente nuevo en la política argentina. Era obvio, aquello que nació como objetivo primario de llegar al poder para transformar la realidad, solos no podrían alcanzarlo. Entre el empresario y ex presidente de Boca devenido a la política y la manía denunciatoria de Carrió, se cocinó a fuego lento el nuevo poder radical. Tampoco los vestigios de un pasado reciente desaparecerán de un día para el otro. Cristina Kirchner tuvo a un vicepresidente que se llamó Julio Cobos. O tiene ahora radicales K como Leopoldo Moreau que comparten palco con Boudou, Moreno o D Elía. O dirigentes como Ricardo Alfonsín que todavía no digieren Cambiemos y se sienten incómodos con sus aliados.Y en esa grieta está la debilidad que explota Macri. Objetivamente, la UCR recuperó poder institucional el año pasado. Ganó decenas de intendencias en todo el país y robusteció su presencia parlamentaria, siendo una piedra angular de la estrategia de Cambiemos en el legislativo. Puede lucir gobernaciones recuperadas como las de Mendoza o Jujuy, con liderazgos renovados de proyección nacional. Pero allá, en lo más alto del poder, sólo se escucha la voz de Ernesto Sanz. Quizás la fallida experiencia del tándem De la Rúa-Alvarez le sirvió a Macri para aprender que el poder no se comparte ni se delega. De hecho siempre lo obsesionó aclarar que él no era otro De la Rúa, cuando en plena campaña Scioli azuzaba el fantasma de la ingobernabilidad.Y allí está también Carrió, como la voz de la conciencia de todos ellos. Como si fuera una francotiradora dentro del mismo espacio, a la que no le tiembla el pulso para pedir renuncias, traccionar apoyos o simplemente para discrepar con algunas decisiones. Pero, infiel a su estilo, sigue apostando a la salud de la coalición, bastante menos que a la propia después de escuchar a los médicos que la conminaron a dejar de fumar.Cambiemos no es una coalición tradicional y no hay experimento parecido en la región ni en la historia argentina. Hoy la sustentan un partido y dos liderazgos fuertes, expuestos a los vaivenes del ejercicio del poder y sus consecuencias económicas, políticas, sociales y hasta personales.Si no prospera es probable que sea el último intento, en mucho tiempo, de una alternativa seria y concreta al peronismo y sus múltiples caras en el poder. Este último todavía debate qué cara jugará el año que viene y en el 2019. Si apostará a lo viejo con el kirchnerismo a la cabeza o buscará, como pasó en los '80, alguna renovación. Todavía está por verse.En ese mientras tanto Macri aprovecha a gobernar y huye hacia adelante. Está convencido que las medidas que tomó los primeros meses de gobierno le permitirán cosechar cierta algarabía en el año electoral que se avecina. Algo le juega en contra: el tiempo. Algo le juega a favor: el pragmatismo. Macri es un liberal pragmático que no responde a los cánones históricos de la derecha argentina, será por eso su inquina con el famoso 'círculo rojo'. A dos meses de llegar al primer año, la economía aún no consolida sus brotes verdes, los sindicatos se aprestan a confirmar su primer paro general y los pobres están allí, esperando que el INDEC vuelva a decir lo que todos sabíamos: que son millones.
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