Caminar con el otro, no contra el otro
La elección del papa sacudió la vida nacional, creando un clima propicio para la coincidencia de los argentinos. Bien vale intentarlo.Mario Alarcón MuñizAlgún tiempo indeterminado ha de transcurrir hasta que los argentinos nos normalicemos luego de la conmoción producida el martes pasado a las cuatro de la tarde, por la mayor noticia del año, quizá de la década y en una de esas del siglo, al menos para quienes vivimos en "el fin del mundo".La elección del cardenal Jorge Bergoglio como Papa Francisco, sacudió a todos los sectores de la vida nacional, sin excepciones. Una reacción parecida, aunque de menor impacto emocional, se ha observado según la información disponible, en países hermanos de América latina y en buena parte del planeta.Es comprensible que sea así. Se trata del primer papa argentino y latinoamericano, una distinción ni siquiera soñada entre nosotros por los católicos más definidos. La irrupción en la escena universal de un papa que por primera vez en dos mil años no es europeo, procedente de un país distante del centro del poder eclesiástico, sugiere una tendencia renovadora muy fuerte, además de esperada. Si la misma avanza o no, es cuestión de tiempo y de posibilidades reales. Pero nadie duda que ese es el mensaje.No es diferente la interpretación cuando se tiene en cuenta que se trata del primer papa jesuita, es decir formado en la Compañía de Jesús, la orden que San Ignacio de Loyola fundara en el siglo XVI, reconocida por la preparación intelectual y humanística de sus integrantes.Las condiciones personales del papa Francisco -algunas conocidas por su actuación como arzobispo de Buenos Aires, otras reveladas estos días- valorizan su imagen. Humildad, sencillez, austeridad, honestidad, compromiso con los más pobres y respeto por la opinión diversa y la libertad en todos los órdenes, aparecen como virtudes y conceptos fundamentales de su desempeño pastoral y ciudadano, además de su pensamiento acerca del papel de la Iglesia en un mundo globalizado y cambiante.En la cubierta del TitanicNo todos lo ven de esa manera, claro está. Y es bueno, porque las unanimidades terminan mal, inevitablemente. No obstante, hay coincidencias en los pronósticos: algo cambiará en la Argentina a partir de Francisco.Al menos por estos días se observa cierta distensión del enrarecido clima de confrontación que caracteriza a la vida nacional de los últimos años. Si quienes organizan, dirigen y participan de los procesos políticos, económicos, sociales y culturales de nuestro país, actúan con inteligencia, sabrán aprovechar la circunstancia e impulsarán el acercamiento, el diálogo y el consenso. De lo contrario, revelarán que no han entendido el momento, dejarán pasar una nueva oportunidad (¿no será la última?) y optarán, como hasta ahora, por dirimir las diferencias a hachazo limpio sobre la cubierta del Titanic.Tras la elección del papa Francisco, la primera reacción del oficialismo se encaminó a esta última alternativa. La designación no le cayó bien. Esto quedó en evidencia en el acto de Tecnópolis esa misma tarde, en la tibia nota de salutación de la Presidenta y en las opiniones adversas cuando no descalificadoras de los comedidos de siempre. Pero con el correr de las horas y los días, el gobierno recompuso la situación y recuperó su lugar, a tal punto que Francisco recibirá mañana a Cristina en el Vaticano. Es otra buena señal.Apunten a las sombrasMientras tanto entre nosotros la política de confrontación, a veces despiadada, impulsada por el gobierno y para nada atenuada por la oposición, ha continuado vigente hasta estos pocos días de aparente calma vaticana.Una perversa concepción binaria de la política y del mundo, nos domina. Si aceptamos la división entre amigos y enemigos, buenos y malos, patriotas y traidores, amados y odiados, leales y destituyentes, incondicionales y no tanto, nos encaminamos irremediablemente hacia el abismo.Es curioso, pero el oficialismo no concibe otro método de hacer política que el de la creación de enemigos y la confrontación. No sabe hablar en términos orientados al consenso. Todo toma la forma de una guerra al otro. De apuntar a las sombras que se mueven.A diario se comprueba que un clima de violencia, intolerancia e inseguridad amenaza a los argentinos. No hace falta relatar enfrentamientos, choques, piquetes, insultos, agresiones, que la información nos acerca. El gobierno ni siquiera intenta un diálogo. No sólo lo demostró hace cinco años, cuando se produjo el conflicto mayor con el campo, sino que lo reitera a cada momento.Sumados Clarín, Moyano, los docentes, las inmobiliarias, el periodismo independiente, los jueces, los judíos, en una de esas los obispos, el oficialismo ha creado enemigos a diestra y siniestra. Parece su especialidad.Para la reflexiónEn la política moderna el secreto radica en gobernar y caminar con el otro, no contra el otro. El de la confrontación y la destrucción de quien piensa diferente es un método antiguo, peligroso y poco inteligente. En cualquier momento la taba se da vuelta.Fueron los obispos argentinos quienes se lo advirtieron al gobierno luego de su última reunión en noviembre. Tras alertar acerca del riesgo que conlleva "la creación de bandos irreconciliables", cuestionaron "el exceso de caudillismo que atenta contra el desarrollo armónico de las instituciones" y manifestaron su preocupación por "los jóvenes que no estudian ni trabajan, la difusión de la droga, el crecimiento del narcotráfico, la proliferación del delito, la inseguridad y la intromisión partidista en la escuela".Quizá sea el presente un buen momento para reflexionar y superar los problemas actuando conjunto.
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