DÍA DEL AMIGO
Caminar juntos: La historia de un vínculo entrañable que desafió al tiempo y a la ceguera

José Luis Pereyra y Guillermo Dolche son amigos hace casi medio siglo. En los últimos años, Guillermo perdió la visión y José Luis se dedicó a estudiar cómo guiar a una persona ciega para que ambos pudieron seguir haciendo una actividad que les encanta: sus caminatas terapéuticas.
Esta es una historia de amistad como cualquier otra, pero a la vez como ninguna. Al igual que la mayoría de estas relaciones, comenzó en la escuela secundaria, cuando ambos eran apenas unos adolescentes. Guillermo Dolche tuvo la suerte de tomarse un año sabático y luego repetir de año para terminar en el turno vespertino con José Luis Pereyra, que era un poco más chico. Allí se volvieron entrañables y, a pesar de las idas y vueltas de la vida, se las arreglaron para no perder eso tan lindo que los unía: la amistad.
Como cualquier adolescente, les gustaba salir a comer pizza, nadar, remar y pescar. De hecho, ambos recordaron que, en una ocasión, fueron a pescar y los sorprendió una granizada tal que debieron dar vuelta la canoa con la que habían llegado a la isla y se metieron abajo para protegerse.
Sin embargo, lo que tanto los unía era la música. En ese entonces, Guillermo era DJ en boliches por influencia de su hermano y tenía un amplio conocimiento de distintos géneros. Esto era algo que a José Luis lo cautivaba, a tal punto que no dudó en llamar a su amigo como su “asesor musical”.
Cuando ambos se hicieron jóvenes adultos, Guillermo abrió una disquería y José Luis se recibió en la Prefectura, e inmediatamente lo enviaron a Bahía Blanca, donde vivió 20 años.
“El nexo de la música siguió. Él me mandaba una vez por mes por correo un casete con la música nueva que salía. Eran los 80, una época prodigiosa. Cuando me llegaba su carta era hermoso, siempre le agradecí ese gesto. Hasta hace poco tuve esos casetes, pero la música siempre la tengo en el corazón y en la cabeza”, relató Pereyra.
Ambos tienen una personalidad muy diferente, para Guillermo su mundo era la disquería, vivía “para, por y de la música”. En cambio, José Luis viajaba mucho por su trabajo y a menudo se preguntaba si su amigo era feliz en Gualeguaychú, a lo que Dolche contestaba con un certero: “Sí, soy feliz”.

Luego de dos décadas, Pereyra volvió a la ciudad y destinó la mayoría de sus ahorros en la construcción de su casa: “Siempre hemos tenido momento de tener dinero y de no tener. Tuve una época cuando volví a la ciudad en la que no tenía ni un centavo y él nos invitaba a mi esposa y a mí a comer a su casa. Nos preparaba unas mesas con masas finas, jamón crudo, tés saborizados y medialunas. Era comida que nosotros no podíamos comprar en ese momento. Y cuando tuve dinero, lo invité a Buenos Aires a ver recitales. Recuerdo un concierto de Ray Conniff, un destacado músico estadounidense, en Buenos Aires que fuimos juntos. Se quedó embobado con el espectáculo y no pudo pedirle un autógrafo. Entonces, le dije que íbamos a volver al otro día. Saqué las entradas y cuando fuimos, el custodio de Ray Conniff era un amigo de Prefectura, nos dejó subir al escenario y nos pudimos sacar fotos”, recordó José Luis entre risas mientras contaba la anécdota.
A lo que Guillermo agregó: “En ese momento estaba asociado al club de admiradores de Ray Conniff y envié la foto. El presidente del club editaba una revista en Alemania que se repartía en todo el mundo y en ese número, sacó mi foto junto al artista. No lo podía creer”.
En las buenas y en las malas
A medida que pasan los años, los amigos son testigos de nuestro proceso de crecimiento, de las caídas y de los logros. Y la amistad de José Luis y Guillermo no es la excepción. Cuando Pereyra ganó el premio Fray Mocho en 2016 por su ensayo “Vida En Obra. Una Biografía De Isidoro Blaisten”, dedicó la distinción a Dolche.
En el libro que contiene el texto ganador, en la parte de las dedicatorias reza este pequeño texto: “A Guillermo Dolche, quien, durante nuestras largas caminatas terapéuticas, debió soportar estoicamente mis comentarios y nuevos hallazgos sobre Blaisten”.
Esas “caminatas terapéuticas” comenzaron un tiempo antes de que Guillermo perdiera su disquería y comenzara a tener problemas con la vista. Durante esas salidas por el Parque Unzué, reiniciaban su vida. Después de todo, hay pocas cosas que una charla con un amigo no pueda mejorar. Fue también en esos paseos, cuando Dolche comenzó a notar que su campo de visión disminuía.

“Me había operado de cataratas, anduve muy bien durante un año, pero después se me metió el humor vítreo entre la retina y el cristalino, entonces cada vez veía más nublado”, contó Guillermo.
Con el tiempo, perdió completamente la visión y por tres meses, las caminatas quedaron suspendidas y José Luis comenzó a inquietarse por el estado de su amigo.
“Imaginé que estaba deprimido en su casa y lo quería sacar de ahí. Entonces, me contó que estaba aprendiendo a ser ciego, a hacerse la comida solo, a encender la hornalla, a limpiar, a barrer, a cuidar a su mamá que es una mujer de 90 años. En ese ínterin, hice un curso por internet para guiar ciegos, para darle confianza para retomar los paseos”, describió Pereyra sobre ese momento.
La primera vez que volvieron a caminar juntos en el Parque Unzué, José Luis manejó con su auto hasta el lugar y desde ahí comenzaron a dar los primeros pasos. A pocos metros, apareció el primer obstáculo: una valla. Pereyra le preguntó a su amigo si quería seguir y Dolche le respondió que sí. Desde ese momento, por lo menos una vez a la semana, hacen sus caminatas terapeúticas.
“Las personas lo veían caminar tan autónomamente que los saludaban y le decían ‘Por qué no me saludas, no me ves, soy yo’. Y Guillermo les reconocía la voz y los saludaba por su nombre. Algunos ni se daban cuenta de que había perdido la visión”, expresó José Luis.
Como parte de las salidas, ambos suelen apelar a lo que los unió en un primer momento: la música. Mientras marchan, suelen cantar “Mediterraneo” de Joan Manuel Serrat e incluso “Bella Ciao”, la canción italiana que se hizo famosa con la serie La Casa de Papel.
El año que viene, ambos cumplirán 50 años de amistad y para ellos es una fiesta cada vez que se encuentran. “Es un disfrute diario. Saber que está Pereyra de amigo es un bálsamo, un regocijo. Para mí la amistad siempre fue importante. Este domingo nos vamos a juntar a comer comida china o cuasi china que haga Pereyra, o tal vez un asado”, manifestó Dolche.
En septiembre y octubre, los amigos seguirán caminando como hacen todas las semanas, con el distintivo de que se detendrán a juntar moras de un árbol para comer durante el paseo. Disfrutarán de la presencia del otro, de las canciones y de las charlas que nunca terminan. Su amistad continuará como hasta ahora, sencilla y haciendo de la cotidianidad algo un poco más mágico, más llevadero. Porque como el mismo Pereyra recitó al final de esta entrevista: “Y uno se va de novio con la vida, desterrando una muerte solitaria porque sabe que, a la vuelta de la esquina, hay gente que es así, tan necesaria”.