ANÁLISIS
Carnaval de Gualeguaychú: orígenes y serpentinas de recuerdos
A mediados del siglo XIX, asomaron en Gualeguaychú las primeras expresiones carnavalescas. Por esos días, solo se jugaba con agua en las calles, valiéndose de vejigas de animales infladas con agua o recipientes cargados que iban a parar en algún distraído transeúnte que terminaba empapado, enojado y, encima, soportando las risas y las burlas de los pícaros juguetones. Urquiza llegó a prohibir este juego por la agresividad que había tomado la diversión.
Sin embargo, por 1860 había mucha inquietud porque la Sociedad Liceo no ponía en conocimiento de las beldades la realización de un baile de carnaval, más teniendo en cuenta que el del año anterior había sido un éxito.
En 1876 se hizo el primer desfile en el corso por la tardecita, pues había que aprovechar la luz solar. Por tradición europea importada, ya que la inmigración se fue acentuando, comenzaron a improvisarse los primeros disfraces, recurriendo al infaltable baúl que custodiaba cintas, collares, peinetas, sombreros y todo aquello que sirviera para exaltar las frivolidades.
La municipalidad elaboró un reglamento especial en 1879, en donde se especificaba que los días 23, 24 y 25 de febrero empezaría el juego de carnaval, fuera de las calles que recorrería el corso. Un toque de campana a las once daría el inicio y otro a las cuatro de la tarde lo daría por finalizado. Quedaba prohibido arrojar aguas sucias o servidas sobre los transeúntes y hacer uso de otras cáscaras que no fueran las de huevos de gallina. Se podría usar disfraz previa tarjeta de autorización emitida por la municipalidad.
Los jóvenes eran los más entusiastas y formaban sociedades, de las cuáles salieron las primeras comparsas, que eran grupos de personas con intención jocosa o sarcástica, que animaban una fiesta popular. Generalmente, elegían un atuendo similar, como lo hicieron las que se presentaron en el año 1879. Masculinas: Los Hijos del Pueblo; Los Improvisados y Los Monos Libres. De señoritas, solo se presentó El Porvenir.
Además, se organizaban “espléndidos bailes”. Generalmente, el primero de fantasía y el segundo de disfraz y particular. Los más destacados se hacían en el Recreo Argentino, en el Club Artesanos y en la Sociedad Los Amantes, en el espacioso salón de la casa que fue de la testamentaria Domínguez.
También había una mixta: La estudiantina, que tenía la particularidad de ofrecer un repertorio de canciones especiales para el festejo. Se identificaban con capas y sombreros de estudiantes. Ese mismo día de carnaval comenzaban las clases en las escuelas públicas de la localidad.
Por ese año, la municipalidad publicaba que “el Segundo día de carnaval será Corso Libre”. Las comparsas recorrían las calles adornadas, mientras que el público lo hacía de a pie por otras aledañas, para no alterar el objetivo de los carros preparados.
La iluminación de las calles con velas y faroles obligaba a realizar los festejos aprovechando la luz del día, con excepción de algunos bailes en salones a la luz de los candiles. Ni siquiera el gas pudo dar más brillo al carnaval.
La murga Los negros del Sahara desfiló un par de años por la calle 25 de Mayo, y detrás de cada rostro pintado de negro betún podía esconderse un funcionario, un profesional, una bella dama o un niño travieso. La revista Caras y Caretas lo reflejó en uno de sus números. Competía con otras expresiones, como la comparsa los Ku-Klux-Klan, Amor Primaveral y la inolvidable y más importante de la época: La Comparsa de Nerón, con su prestigioso y ocurrente director Abelardo Devoto.
Los nombres de estas agrupaciones nos dan una idea de la meticulosa investigación histórica, el ingenio y la creatividad que demandaba su estructura y presentación.
Recién en el año 1907, con la llegada de la electricidad, los corsos empezaron a tener más importancia, aunque se colocaran cientos de lamparitas por cuadra para tener una iluminación respetable. Se impuso el uso de palcos, generalmente de las familias ubicadas en el circuito del corso y para ello, la municipalidad reglamentó sus medidas. Los carpinteros… de parabienes, las casas de comercio que expendían artículos para adornar carrozas, carros, volantas, etc. como también a personas, esperaban con nerviosismo la llegada de los barcos trayendo la mercadería.
La familia Oyhamburu-Rossi tenía una hermosa residencia en el saladero de su propiedad, donde estuvo emplazado el Frigorífico Gualeguaychú. Para carnaval, solían hacer reuniones danzantes y los invitados debían esperar las embarcaciones en el puerto para llevarlos a destino. Hermosas guirnaldas de luces y flores daban un bellísimo marco a la residencia y las notas de la orquesta dirigida por el maestro Marranti, invitaba a danzar hasta el amanecer.
Los niños se preparaban con el mismo entusiasmo que los mayores y la fotografía fijó su imagen para la posteridad. El ingenio para representar distintos temas, generaba una saludable competencia. Era digno de ver el intercambio de cintas, serpentinas y papel picado entre los que circulaban en los carruajes y los que disfrutaban desde un palco. Los ramitos de flores provocaban algún atractivo mutuo entre jóvenes, paso inicial, en muchas ocasiones, para rematar en el altar.
Los carros veían atascadas sus ruedas por las coloridas serpentinas y el juego con agua, si bien estaba prohibido, estallaba en los rincones a donde la autoridad policial no alcanzaba.
En 1910, la calle 25 de mayo mejoró las condiciones del circuito, al establecerse el adoquinado de madera que, si bien facilitó el desplazamiento de los carruajes y de las personas, en sí presentaba la dificultad de que la madera se hinchaba, el paso del tranvía hacía vibrar el ajuste y los adoquines terminaban dispersos . En el año 1927 se retiraron los últimos vestigios de esta innovación, siendo remplazado por el adoquín y luego por el asfalto.
Despuntaba el siglo XX y el carnaval acompañaba el crecimiento de la ciudad. Cada año se agregaban más comparsas, murgas, conjuntos, máscaras sueltas y público, que concurría entusiasta a deleitarse y a compartir alegrías, bromas y el infaltable juego con agua.
A este ritmo sostenido, el carnaval de Gualeguaychú fue creciendo, fue cambiando de escenarios y de protagonistas, pero nunca, nunca, perdió su esencia. Muchas páginas puede ocupar su historial, ésta es solo una estampa de sus comienzos.
No en vano transitó entre el esfuerzo de los clubes, de las autoridades, de los geniales directores y de la alegría y la espontaneidad que circula por las venas de sus integrantes, que, como en otros tiempos, tienden un lazo con el público que los admira.
Merecido reconocimiento. Gualeguaychú es… ¡el Carnaval del País!