Ciudadanos del mundo, unidos por la nostalgia
No todas las trayectorias vitales discurren en el mismo marco comunitario. Distintos eventos -crisis económicas y guerras- hacen que las personas deban emigrar a otro sitio, donde suelen sufrir el desarraigo.La globalización, entendida como máxima interdependencia de las naciones, ha instalado la perspectiva de que la vida puede extenderse a escala planetaria.La asunción de un cosmopolitismo de nuevo cuño postula que, liberadas de las ataduras locales, las personas pueden establecerse en cualquier lugar para desarrollar su vida.Las redes de las cirberconexiones, por lo demás, facilitarían que los antiguos contactos sigan vigentes, aunque se alimenten de intercambios virtuales. Ahora nuestras acciones no hacen distingos en el espacio y en el tiempo.Se han derribado, en suma, la mayoría de los límites que antes confinaban nuestra existencia a un territorio, a favor de una red mundial de interdependencias.Ha surgido un sistema social global en el cual las identidades nacionales ceden paso al más amplio concepto de "ciudadano del mundo". Según una reciente Encuesta Gallup Mundial, 1.100 millones de personas, la cuarta parte de los adultos del planeta, quieren trasladarse de forma temporaria a otro país con la esperanza de encontrar un trabajo más rentable.En tanto, otros 630 millones de personas quieren emigrar de manera permanente. Por lo visto, el deseo global de abandonar el propio país no sólo surge por necesidades concretas. También deriva -y fuertemente- de la convicción de que esa movilidad es posible.Pero la globalización del capital, las finanzas y el comercio, no es lo mismo en el caso de las personas. La movilización de objetos no tiene el mismo impacto cuando son los grupos humanos los que, por el motivo que fuere, deciden circular e instalarse en otra geografía."Los híbridos culturales -comenta Zygmunt Bauman- quieren sentirse chez soi (como en casa) en todas partes", pero parece que las identidades adscritas, las marcas lugareñas, se resisten a desaparecer.Eso piensa Susan Gatt, profesora de historia de la Weber State University (EE.UU.), para quien mucha gente se abraza acríticamente a la actitud cosmopolita sin advertir el alto costo emocional que supone vivir lejos de los seres queridos o del grupo de pertenencia.En su opinión, aunque nos hacen creer lo contrario, ni la telefonía celular ni las redes digitales pueden mitigar la "nostalgia", una suerte de tristeza constitutiva de aquellos que tuvieron que abandonar su lugar de origen, por lo general por la fuerza de las circunstancia."En casi una década de investigación sobre las emociones y experiencias de inmigrantes y emigrantes, descubrí que muchos de quienes abandonan su país en busca de mejores perspectivas terminan por sentirse desplazados y deprimidos. Pocos hablan abiertamente del dolor que significa dejar el lugar de origen", escribió en el diario The New York Times.La nostalgia es una pena melancólica que surge por el recuerdo de una pérdida. Suele experimentarse cuando una persona está ausente de su patria o de su gente.A veces este sentimiento, reconocen los psicólogos, puede expresar un anhelo de lo anterior o pasado poco realista, a raíz de la tendencia humana a idealizar lo que no se tiene. Por ejemplo: si una persona siente nostalgia por su niñez, recuerda sólo los buenos momentos y excluye las penas de aquella época.Los ciudadanos del mundo, nos recuerda la profesora norteamericana, participan de una especie de nostalgia compartida a nivel global. Un mal sentimental que al parecer ni las conexiones digitales pueden aliviar.
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