EDITORIAL
Colonización y dominio blanco del mundo indígena
El 12 de octubre, fecha en la que tradicionalmente se conmemoró la llegada de los españoles a América, se inscribe retrospectivamente dentro de un vasto proceso histórico de dominación blanca del globo.
En principio las tierras americanas que Cristóbal Colón “descubrió” ya estaban habitadas por varios pueblos aborígenes. Lo mismo cabría decir de las expediciones que otros europeos, como Vasco da Gama, emprendieron en el siglo XV y XVI en el resto del globo. “Descubrimiento”, por tanto, es un término muy relativo y eurocéntrico en el contexto de las historias de exploraciones en las que se embarcó Europa, por entonces a la cabeza del desarrollo tecnológico de la época y ávida de dominación. Esos viajes develaron nuevos mundos ante los ojos europeos, mundos llenos de animales y plantas desconocidas, y de nuevas gentes. Pero sobre todo despertaron la codicia de los conquistadores por las ricas materias primas nativas. También ofrecían posibilidades de colonización y así una serie de países europeos (España, Portugal, Inglaterra y Francia) empezaron a plantar sus banderas y a reclamar para sí lugares distantes del globo. Las rivalidades coloniales fueron evidentes desde el principio. Mientras España se dedicó a explotar el oro y la plata de sus posesiones recién conquistadas en México y Perú, los piratas ingleses como Francis Drake atacaba las flotas y galeones que transportaban los metales preciosos por el Atlántico. Los siglos XVII y XVIII se vieron plagados de guerras frecuentes entre británicos, franceses, españoles, holandeses y portugueses por los derechos comerciales y las posesiones coloniales. Los primeros viajes de exploración estuvieron dominados por el deseo de conseguir una parte del extremadamente valioso comercio de especias. Éstas últimas tenían su origen en la India (como se conocía al sur y el sureste de Asia), y llegaban a Europa a través de rutas terrestres largas y difíciles que atravesaban Asia central y Oriente Medio. Cristóbal Colón no tenía idea de la existencia de América cuando partió hacia el oeste de España en 1492. Creyó que navegando en esa dirección alcanzaría la India con mayor rapidez que circunnavegando África. De hecho, cuando sus tres barcos, luego de navegar treinta y tres días, llegaron a las Bahamas, no imaginó que había pisado otro continente y por eso llamó a sus habitantes “indios”. Pero pronto surgió el conflicto con el reino de Portugal. En efecto, las pretensiones de la Corona de Castilla sobre las nuevas tierras se vieron contestadas por los lusitanos. Así, los dos reinos firmaron en 1494 el tratado de Tordesillas, el cual repartió el territorio americano entre ambos, con Portugal dominando Brasil y quedando el resto para España. Los ingleses también tuvieron interés en el Nuevo Mundo y en 1496 el rey Enrique VII patrocinó a un navegante italiano, Juan Caboto, que al año siguiente llegó al noreste de América del Norte. Los europeos nunca imaginaron que hacia el oeste, al otro lado del Atlántico, más allá del sol poniente, existía un gran continente donde florecían ricas civilizaciones. Dos grandes imperios ocupaban grandes extensiones territoriales. Gran parte de Mesoamérica estaba bajo el control de los aztecas, mientras que la región andina, desde Ecuador hasta el norte de Chile, estaba gobernada por los incas. Explotando su superioridad tecnológica, los españoles lograron doblegar a estos imperios aborígenes, sometiendo a sus habitantes a trabajos forzados y eliminando su herencia cultural.
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