POR JORGE BARROETAVEÑA
Crónica de una clase política que vive en una nube de humo
Se postergan las elecciones, un mes. Estamos todos más tranquilos. Nadie sabe qué va a pasar mañana pero estos muchachos tenían ganas de ponerse de acuerdo en eso. Bailaron durante varios meses cada uno por su lado, pero ahora coincidieron.
Por Jorge Barroetaveña Pareció que el conflicto por la presencialidad en las escuelas iba a hacer naufragar todo pero no, el consenso pudo más. Y el interés de las partes claro está. La clase política argentina tiene una particularidad distintiva: suele adjudicar sus prioridades a cuestiones que, en la mayor parte de las ocasiones, están bastante lejos de las demandas de la gente. La verdad que como videntes se morirían de hambre, por eso se dedican a la política seguramente. Hace diez días que el país baila al minué de la presencialidad en las escuelas del AMBA. La pelea chiquita y pendenciera del Presidente y Kicillof con Rodríguez Larreta por la cuestión, describe hasta dónde los políticos caminan por una realidad paralela. En el juego de adjudicar responsabilidades o echar culpas nadie gana. Es cierto que, desde el año pasado, cuando anunció el recorte de la coparticipación a la Ciudad de Buenos Aires, Alberto le declaró la guerra a la oposición. Para una foto en blanco y negro quedaron aquellas imágenes de los tres juntos en los primeros meses de la pandemia. Pero la estrategia oficial, de enfocarle todos los cañones al Jefe de Gobierno, es peligrosa. Igualmente eso sería materia de otro análisis. Lo cierto es que la estrategia se llevó puesta la buena relación y el trabajo en conjunto, clave para los primeros meses de la pandemia. Acorralado por el exterior y por sus propios aliados internos duros, Rodríguez Larreta no tuvo mucho margen más que oponerse y hacer algo más que patalear ante la medida de suspender la presencialidad en las escuelas. Fue a la Corte, que se toma todo el tiempo del mundo, en otro ejemplo de ‘empatía’ con las demandas de la sociedad y todavía están esperando. Es probable que cuando los altos jueces decidan, sirva de poco, porque la segunda ola habrá pasado todo por arriba. El intríngulis de la presencialidad, provocó una catarata de cruces, conferencias de prensa cruzadas y operaciones de todo tipo, con la justicia como co-protagonista. El video que se viralizó de una mamá sacándole y poniéndole la ropa a su hijo, sin saber si tenía clases o no, es bien descriptivo del grado de locura. A la hora que esto escribimos no se sabe qué va a pasar con la presencialidad, que se mantiene en la mayoría de las provincias del país. El 30 de abril se vence el DNU presidencial y habrá que esperar si no nos asomamos a medidas más restrictivas tomadas directamente por la Nación. La ola es una pared en el AMBA y el mismo fenómeno se empieza a extender a la mayor parte del territorio. La mayor angustia es saber hasta dónde resistirá el sistema de salud y todo el personal que lo banca. Jorge Mazzone, es médico y preside el Colegio Médico de La Plata. Está sentado arriba de una bomba que ya explotó. Y cuenta con crudeza lo que está pasando. "Es una tarea difícil ser médico hoy, y poco reconocida. Estamos en una situación totalmente crítica, con una ocupación casi plena de camas de terapia, en camas de piso, las guardias sobre cargadas con muchos pacientes que están horas haciendo cola para atenderse. En muchos centros de salud de La Plata, tienen pacientes respirados en las salas de emergencia o las conocidas como las salas electroshock. En mis 31 años de médico nunca vi una cosa igual", describió. ¿Y el personal? “El desgaste físico y psicológico que tienen los trabajadores de la salud en esta instancia es muy alto. "¿Qué va a quedar de todo el equipo de salud después de esta pandemia? Ver morir gente como estamos viendo nosotros en el último tiempo no lo vimos nunca". No hay debate ni tema que resiste semejantes palabras. Con otros comunicadores pero lo mismo está empezando a repicar en muchos lugares del país. Suena obsceno discutir otras cosas no? Nada lo justifica ante tamaña catástrofe. El jueves murieron 537 argentinos, superando el récord de una sola jornada del año pasado. Ya llegamos a los 60.000 fallecidos desde que empezó la pesadilla. A veces uno tiene la sensación que la democracia es como una bolsa llena de agujeros a la que todos le pegan palazos. La bolsa va y viene, perdiendo contenido por todos lados. Era iluso pedirle madurez para asumir la crisis sanitaria a una dirigencia que no se cansa de demostrarnos que no está a la altura de las circunstancias. ¿Qué cambió para que ahora lo estuviera? Al cabo son más o menos los mismos a los que les debemos que la mitad de la gente sea pobre. Con nuestro aporte por supuesto porque los que votamos somos nosotros y no marcianos. Es doloroso pero cierto. Nos asomamos a lo peor de la pandemia con una sensación de angustia extraña. ¿Todo lo que se hizo antes no sirvió?
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