DE LA FICCIÓN A LA REALIDAD
Cuando el futuro nos alcance

Una de las maravillas de la infancia ―hablo de mi generación, claro― era comprobar cómo lo que había nacido como ficción, iba volviéndose realidad. Hoy, con espanto, veo que se repite.
Por Luis Castillo*
Julio Verne, un increíblemente desconocido autor para las nuevas generaciones, nos fascinaba con la historia de una nave que era capaz de llegar a la mismísima luna o con otra que era capaz de recorrer los océanos entre calamares gigantes y mil maravillas más que, apenas un siglo después, veíamos convertirse en realidad. La ciencia se unía a la ficción en las nuevas narraciones y a mediados del siglo pasado parecía que solo era cuestión de imaginar algo desde lo tecnológico para que pudiera convertirse en realidad.
Pero había también algunos autores que no veían el futuro del mismo modo. Básicamente descreían que el progreso traería felicidad para todos, que se romperían las barreras de la desigualdad, el odio racial, las tiranías. Los dos iconos de esta apocalíptica visión del futuro fueron George Orwell con su impactante y cada vez más real ficción: 1984, y Ray Bradbury con la tremenda Fahrenheit 451.
La primera de ellas ―1984― muestra un mundo dividido en tres superpotencias que viven en permanente estado de guerra: Oceanía, Eurasia y Asia Oriental. Oceanía, donde se desarrolla la acción, está regida por El Partido. Este, se divide en el Partido Interior, el cual gobierna y está conformado por el 2% de la población, y el Partido Exterior, conformado por el 13% de la población y encargado de ejecutar las órdenes. El 85% restante corresponde al proletariado, quienes no son considerados peligrosos porque el Partido considera que no tienen la capacidad intelectual necesaria para organizar una rebelión. A la cabeza del Partido se encuentra la figura del Gran Hermano, omnipresente en carteles y monedas. Todos los ciudadanos están obligados a amar y obedecer al Gran Hermano. Winston Smith, el protagonista, trabaja en el Departamento de Registro del Ministerio de la Verdad, reescribiendo sucesos escritos en el pasado para que se adecuen y justifiquen las políticas del Partido. Un Estado que todo lo ve, todo lo controla. El Gran hermano que piensa por nosotros, decide por nosotros y para nosotros. Pensamiento único, pensamiento ajeno.
Fahrenheit 451 (la temperatura a la que se destruye el papel de los libros) narra una sociedad estadounidense en la cual los libros están prohibidos y existen brigadas de “bomberos” que se encargan de eliminarlos quemándolos. La censura del conocimiento. La destrucción del pensamiento crítico. La biblioteca de Alejandría destruida en su versión moderna, con lanzallamas.
Los libros, sabemos, siempre fueron una herramienta peligrosa para los totalitarismos (aunque a veces tomen otros nombres) y por eso fueron históricamente combatidos por el poder que se siente amenazado y prefiere la ignorancia a la reflexión. Al conocimiento.
Pero, de estas cuestiones y estos libros en particular ya escribí en otras oportunidades, ¿por qué traigo nuevamente el tema? Porque una columna aparecida hace pocos días en el prestigioso The New Yorker se titula: “¿Por qué algunas escuelas de Florida están eliminando libros de sus bibliotecas?” Y no es ciencia ficción, es una noticia. Allí leemos, por ejemplo: “ Los funcionarios de comunicaciones del distrito en el condado de Duval se refirieron a una declaración del 23 de enero, que señala que el DOE de Florida "ha capacitado a todos los distritos escolares de Florida para “errar por el lado de la precaución” al determinar si un libro es apropiado para el desarrollo para uso de los estudiantes" y que las escuelas de Duval están trabajando “para garantizar el cumplimiento de toda la legislación reciente sobre libros y materiales disponibles para los niños a través de los centros de medios escolares y las bibliotecas de las aulas”; “De Santis (gobernador de Florida) ha propuesto ordenar cursos de civilización occidental y prohibir los programas de diversidad, equidad e inclusión”. Es decir, están quemando libros. Otra vez.
Hay dos modos, creo yo, de alejar a la población del “peligroso” ejercicio de leer; una, prohibir los libros; el otro, entretener con imágenes y mensajes breves pero contundentes sobre la pérdida de tiempo que significa estarse quieto con un libro en la mano. Gran hermano ya llegó (y no me refiero al vergonzoso programa televisivo), la desinformación corre por las redes como fuego en la hojarasca, los niños (y no tanto) se estupidizan frente a las pantallas de los celulares pero sin embargo, y aunque suene difícil creerlo, yo tengo confianza en que no estamos aún derrotados. Que todavía podemos despertar. Que las bibliotecas, aun cuando parezcan la imagen de un Quijote frente a los molinos de viento, están ahí. De pie. Incólumes frente al olvido. Resistiendo.
*Escritor, médico y concejal por “Gualeguaychú Entre Todos”