OPINIÓN
Cuando la calle habla
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Hace más de 10 años que me acompaña un recuerdo de mi profesión como docente: el día que llegaron a las escuelas públicas las computadoras netbook del Programa “Conectar Igualdad”, justo estaba en clases la mañana en que los estudiantes las estrenaban. Ante la mirada atónita de un niño muy humilde que en ese momento cursaba 1er año de la secundaria, me acerco y le pregunto si estaba bien, él me responde bajito, tratando de que no escuchen sus compañeros/as y hasta con cierta vergüenza: "Profe, no sé cómo se prende, nunca tuvimos una computadora".
En ese momento -de esos instantes para aprehender-, incorporé un poco más esto de la justicia social. De la importancia de que el Estado brinde posibilidades desde la escuela para igualar e intentar achicar las brechas existentes.
Ese gurí con su mezcla de alegría y desconcierto, me puso de manifiesto lo que significaba llevar quizás por primera y única vez, una computadora a su hogar.
Hoy me pregunto: ¿Cómo pasamos de eso al ajuste en las escuelas? ¿Al voucher para la escuela privada? ¿Al desfinanciamiento de las universidades públicas? ¿Al congelamiento de la obra pública que incluye también escuelas? ¿Al recorte en salarios docentes? ¿Al cierre de programas educativos de un enorme impacto en la salud integral de nuestros gurises? ¿A pretender habilitar un canal de denuncias a docentes por adoctrinamiento? ¿Qué pasó en el medio para despreciar tanto lo público y votar la motosierra que llegó afiladisima para arrasar con la educación?
No es ya novedad que estamos frente a un Gobierno que apunta contra la educación, contra las universidades, uno de los baluartes más gloriosos en nuestro país, educación universitaria admirada, valorada y reconocida en los ojos del mundo.
No resulta nueva esta embestida: ya Macri nos decía: "¿Qué es eso de Universidades por todos lados"? y Vidal, en composé, con su inolvidable declaración: "Sabemos que los pobres no llegan a la universidad". Milei, como parte de esta runfla antiderechos, arremete furioso, pero chocándose con la fuerza más potente de nuestra Patria: la calle.
En la jornada del 23 de abril, miles y miles de personas nos congregamos para defender la educación en un día histórico que quedará en la memoria colectiva. Las consignas que se levantaron fueron claras y contundentes reivindicando el rol de las Universidades para la efectiva realidad de la movilidad social ascendente: “Soy de la primera generación de universitarios en mi familia” y “gracias a la Universidad pública pude estudiar y ser profesional” rezaban algunas de las pancartas que sobresalían de las multitudes.
Con ese acontecimiento cargado de historia, podemos creer que aún resuena en la conciencia social el sentido de pertenencia forjador de identidades que brinda la universidad pública y de calidad. Aquellas miles de historias de familias que sintieron en el pecho el orgullo del primer título en casa, mucho más que logros personales, fueron y son triunfos colectivos.
En un contexto de menos de cinco meses de mandato asumido para este nuevo gobierno, se lleva adelante una marcha cuantitativamente histórica y colectivamente suprema. Estudiantes, trabajadores, una sociedad completa al unísono, se le plantó al Presidente para defender la educación. Lejos de que eso le produzca a Milei un mínimo de pudor, sale a través de X con provocaciones de tipo vulgar y absolutamente desencajadas de la realidad a burlarse de la gente de su país, con quienes tiene la responsabilidad, compromiso y tomó juramento para nada más y nada menos que gobernar. En el medio y de la mano, ejecuta una ola de despidos que empobrece a las familias trabajadoras y repercute sin ninguna duda en la escolaridad de hijos e hijas. Precios que lejos de ser cuidados van cuesta arriba y deterioran el nivel de vida de nuestra clase llevándonos a la plena incertidumbre de cómo sobrevivir, mientras Milei aplaude a los evasores, y los trata de héroes. Una provocación detrás de otra. Una bisagra en el medio del abismo.
La movilización en defensa de la educación puede leerse como un quiebre para este Gobierno, sobre todo desde lo simbólico, porque la historia de la lucha estudiantil trajo al presente la memoria frágil pero contundente de lo que significa para nuestra República defender la escuela, la universidad. No distinguió de clases sociales ni de edades, ahí estábamos convocados por la angustia que provoca retrodecer tanto en tan poco tiempo. Se le puso un freno a quién asumió creyéndose Rey y Monarca del país.
La marcha no se detiene
El 1º de mayo, tan solo unos días después, en el Día Internacional de Trabajadores y Trabajadoras, salimos nuevamente a la calle. La Ley Bases que pone en remate nuestra Patria y busca aniquilar derechos conquistados y adquiridos obtuvo media sanción por parte de la Cámara de Diputados nada más y nada menos que el día previo. Metafóricamente hablando, la dirigencia que votó a favor quedó atrás de las y los trabajadores, atrasando en credibilidad y sumando a la angustia de este pueblo, sabiendo la dimensión de lo que significa que está ley se apruebe.
Un nuevo capítulo merece líneas que describan esto último que sucedió en cuestión de días de la marcha del 23. Pero los gobiernos de derecha funcionan así, van rápido y sin escrúpulos, una cosa detrás de otra, golpe a golpe, hasta que se pierde dimensión de los sucesos, hasta que abruma tanto que dejamos de querer saber.
Por eso, y sin desencadenar la marcha universitaria más grande en años con la del 1º de mayo, hay que seguir construyendo la resistencia del pueblo unido y abrazado, aún en la desesperanza que provoca la diaria, en la decepción de quienes creyeron en esta propuesta electoral y hoy se sienten estafados, en la indignación y el enojo de quienes sabíamos que la casta iba a ser la gente.
No dejemos que la motosierra siente "las bases" del deterioro absoluto. Hagamos historia, con nuestra historia como bandera.