Cuando las palabras disfrazan y manipulan
El primer valor que tiene es que con ella se hace patente la realidad. Y cuando se habla se dice algo a alguien. Pero la palabra suele ser un dispositivo de enmascaramiento y un instrumento de dominación.Se diría que la palabra es tanto más verdadera cuanto más nos descubre el misterio y la complejidad de la realidad. También es un signo dirigido a alguien, y ahí brilla su carácter comunicativo.Pero, como todo lo que tiene que ver con el hombre, la palabra está sometida a un proceso de corrupción. Tanto respecto de la realidad, a la cual en lugar de transparentar disfraza, como respecto al prójimo, al cual no comunica sino somete.Los maestros de la sospecha -Freud o Nietzsche- nos han advertido, además, de que muchas veces obramos sin conocimiento exacto, movidos por un impulso interno y oculto (léase inconciente).En este sentido, la palabra aparece como un síntoma de algo que está ahí, que es real, pero que no queremos reconocer. Hay discursos, en este sentido, que "traicionan".Su empleo excesivo denota una ausencia más que una realidad. Y en todo caso un deseo. Alguien por ahí ha observado que el hecho de que se pronuncie tanto la palabra "socialista", quiere decir que en el fondo no hay más sociedad.Se podría llevar este método interpretativo a otros campos del dominio lingüístico. Se dice que vivimos en la era de la "comunicación", y sin embargo nunca como ahora los vínculos humanos están tan amenazados.La explosión tecnológica en este campo revela la extraña paradoja de un mundo donde la incomprensión entre las personas y las familias va en ascenso. Los celulares y correos electrónicos coexisten con la "falta comunicación" que diagnostican los psicólogos.Es como si a través de una operación semántica quisiésemos conjurar un problema o una carencia. Lo mismo con la profusión de la palabra "amigo" en las redes sociales. ¿No revela acaso el declive de esa experiencia tan elevada y humana como la amistad?En el discurso público abunda el término "inclusión" en un contexto socioeconómico donde hay millones de personas condenadas -sin educación, ni techo ni ingresos- a no salir de la pobreza extrema.¿Podríamos decir lo mismo de la mentada "educación"? ¿Y del término "federalismo"?La palabra es un signo como el dinero. A causa de su multiplicación sin respaldo en la realidad, se deprecia y devalúa al igual que el papel moneda cuando se emite por encima de la producción real.El eufemismo entraña también enmascaramiento de la realidad. El diccionario lo define como "manifestación suave o decorosa de las ideas cuya expresión directa sería dura y malsonante".Por ejemplo, llamamos "excluidos del sistema" a nuestro prójimo con hambre, miseria o desocupación. Llamamos "interrupción del embarazo" al aborto, "corralito" a la expropiación indebida de fondos privados por parte del Estado.Llamamos "daños colaterales" a la contaminación del planeta por el industrialismo desbocado, "dispersión de precios" a la carestía de la vida, "asentamiento" al refugio de los desahuciados urbanos, "fondos para desarrollo social" a prácticas clientelares, "transferencias a las provincias" a dineros que van a disciplinar políticamente a gobernadores e intendentes.Vivimos en una sociedad donde la información que aclara la realidad ha sido reemplazada por la propaganda. La palabra como arma es utilizada allí donde hay un grupo de poder, clan político o ideológico, un colectivo de intereses, o un grupo de presión.No sólo se oculta la realidad mediante un discurso fabricado a sabiendas. Se pretende que la ficción convenza al otro, quien actúa en función de esa realidad aparente o pseudorrealidad.Es el empleo de una retórica que, independizada de la verdad de las cosas, sólo busca causar impresión, en el marco de una estrategia de manipulación de las personas.
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