Cuando nada es lo que aparenta ser
Andamos por el mundo auscultando el sentido de la realidad, que siempre se presenta intrincada y confusa. Quisiéramos creer que las cosas son de determinada manera. ¿Pero lo son en verdad?A veces por temor a ver la realidad cara a cara, algo que minaría nuestra confianza en el mundo, preferimos ocultarla con un telón fantasmagórico.Esas imágenes mentales podrán no hacerse cargo de cuanto ocurre realmente, serán de última una falsificación. Pero actúan como trincheras que nos defienden ante el hecho de que las cosas no son como deseamos que fuesen.Y es que acaso sea mejor estar bien con nosotros mismos que aceptar la verdad. En este caso caemos en el autoengaño, que es una forma de huir de la realidad porque no nos gusta.En la película "La caída", que describe los últimos días de Adolf Hitler, se ve el extremo al que puede llegar un hombre encerrado en una situación imaginaria: sus derrotas son victorias.En efecto, cuando los tanque soviéticos estaban ya cercanos a la puerta de Brandenburgo, el dictador gritaba a su estado mayor que los rusos sufrirían una gran derrota. Cinco días antes de su suicidio, rodeado de mapas cada vez más irreales, hablaba con gran seguridad a sus generales de la victoria final.Por otra parte, muchas veces las cosas se ocultan detrás de su apariencia. Camuflaje (sobre todo en la guerra) se le llama a aquello que no es lo que parece, cuando su aspecto oculta, en vez de declarar, su sustancia.Lo mismo pasa con el espejismo. Una ilusión óptica, inducida en el observador por el calor del desierto, en la que los objetos lejanos aparecen reflejados en la superficie lisa como si estuviera contemplando una superficie líquida que, en realidad, no existe.Algunos analistas de la cultura contemporánea suelen describirla, críticamente, como un conjunto alienante donde nada es lo que aparenta ser. Como si todo fuese, de última, una gran farsa.Al respecto es elocuente la frase que pronunció el ganador del Nobel de Medicina, el oncólogo brasileño Drauzio Varella: "En el mundo actual se está invirtiendo cinco veces más en medicamentos para la virilidad masculina y silicona para mujeres, que en la cura de Alzheimer. De aquí a algunos años, tendremos viejas de pechos grandes y viejos con anatomía dura, pero ninguno de ellos se acordará para qué sirven".Los filósofos posmodernos, en tanto, vienen diciendo que se ha derrumbado la distinción entre representación y realidad, entre los signos y su representación y su referencia en el mundo real.Vivimos en el "simulacro" universal, llegó a decir el sociólogo francés Jean Baudrillard. Lo real del acontecimiento se desvanece, se torna irrelevante ante el efecto que provoca su exhibición.El simulacro produce una disociación entre lo que se muestra y la realidad, entre el ser y el parecer. Baudrillard, en un estudio de la sociedad actual, establece la diferencia entre disimular y simular."Disimular es fingir no tener lo que se tiene. Simular es fingir tener lo que no se tiene. Lo uno remite a una presencia, lo otro a una ausencia", escribió el francés.A todo esto, el padre de la política moderna, Nicolás Maquiavelo, sostenía que el gobernante, para ser exitoso, "debe disimular sus vicios y ser tenido por lo que no es".El autor de 'El Príncipe' sentenciaba que "quien engañe, encontrará siempre quien se deje engañar". De esta manera, instaba a los gobernantes a la duplicidad moral, a adoptar una imagen engañosa.
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