OPINIÓN
De Dolly a Kaguya: Madre hay una sola

La ciencia parece no dejar lugar para la sorpresa, tanto en el campo de la informática como de la biología; sin embargo, no debemos soslayar sus implicancias sociales.
Luis Castillo*
En 1997, dos biólogos ―Keith Campbell e Ian Wilmut― sorprendieron al mundo tanto científico como profano exhibiendo una oveja a la que llamaron Dolly. Claro que no se trataba de una oveja cualquiera, sino que era un clon. Esto es, no era producto de la unión ―natural o artificial, ya a esta altura poco importa― de un óvulo y un espermatozoide, sino que provenía de una célula de otra oveja que, de yapa, ya ni siquiera estaba viva. Cuando aún se discutía si eso no solo era posible sino si acaso sería ético tan solo imaginarlo, se comenzaron a clonar otros animales: primero, un ratón de laboratorio y más tarde vacas, caballos, cabras, perros y hasta camellos. Lo que quedaba claro era que el febril y delirante sueño de ciertos seudocientíficos nazis era factible. La idea de la clonación no era nueva, desde luego; ya en 1962, John Gurdon había logrado extraer una célula del intestino de una rata e inyectarla en el útero de otra logrando un nacimiento que le valió el premio Nobel en 2012. Quizás, el motivo de la escasa difusión de este logro fuera de los ámbitos académicos se debió a que “solo” se trataba de ratas de laboratorio. Con Dolly era diferente: ¡Si se podía clonar una oveja, se podían clonar humanos!
Ese mismo año, la Declaración Universal sobre el Genoma Humano y los Derechos Humanos, aprobada por la Conferencia General de la UNESCO y que la Asamblea General de las Naciones Unidas hizo suya al año siguiente afirmaba: “No deben permitirse las prácticas que sean contrarias a la dignidad humana, como la clonación con fines de reproducción de seres humanos”. No obstante, tras el impacto periodístico de Dolly, otras urgencias hicieron que el tema de los clones volviera a donde pareciera que nunca debió haber salido: los libros y películas de ciencia ficción. Incluso no fueron pocos los que dudaron ―a pesar de que diferentes comités de ética recomendaban discutir el tema― de que esa noticia hubiera sido cierta.
Pero lo era. Silenciosamente, otros laboratorios continuaron avanzando en esta línea de investigación en donde la ciencia y la ética volvían a acercarse a los codazos. Un grupo de científicos chinos informó que finalmente habían logrado que una ratona tuviera hijos vivos a partir de un óvulo no fecundado merced a lo que se conoce como edición genética o reproducción asexual; esto, también conocido como partenogénesis (término de origen griego que literalmente significa “creación virgen”) es la capacidad de algunos animales de reproducirse sin necesidad de material genético del macho y es habitualmente observable en ciertas especies de reptiles o algunas aves pero impensable en mamíferos.
Impensable hasta 2004, cuando trascendió ―sin la parafernalia periodística de Dolly― la historia de Kaguya, un ratón que habían logrado que se gestara y naciera… ¡sin requerir de esperma ni de reproducción sexual! ¿Cómo es esto posible? Los mamíferos llevamos en nuestro genoma (un genoma es el “mapa” completo de ADN de un organismo que contiene las instrucciones genéticas del mismo) dos copias de cada gen, una del padre y otra de la madre. Vamos a obviar los detalles técnicos para no aburrir a los lectores, pero lo que estos científicos hicieron fue utilizar dos óvulos: uno funcionó como óvulo real mientras el otro imitaba el aporte genético del espermatozoide. Lo que lograron, en definitiva, fue una cría nacida de dos hembras. ¿Me va siguiendo?
Pero la cosa no se detuvo allí. Otro grupo ―también chino, del Hospital Ren Ji de Shanghái― logró un embarazo a partir de un solo óvulo… ¡sin fecundar! Estos, utilizaron una técnica similar a la conocida como CRISP y que permite, en pocas palabras, la edición genética; estos científicos, en lugar de editar música o videos, editan códigos genéticos. Esta rata nacida de dos madres no solo nació y creció bien, sino que, tiempo después, se reprodujo en forma normal. En teoría, el desarrollo y perfeccionamiento de esta técnica podría permitir generar hijos a partir de una sola persona: la madre. Al respecto, Xavier Vendrell, de la Asociación Española de Genética Humana expresó: “Este trabajo es un primer paso, muy preliminar, hacia la autonomía reproductiva de la mujer”.
El mundillo académico discute en voz baja si esto de la edición genética es el comienzo o ya el pleno desarrollo de una tecnología que crece día a día y a pasos agigantados. Pero a mí, particularmente, no me preocupa en demasía la cuestión tecnológica sino las derivaciones que devienen de ellas. Algo así como la necesidad de discutir respecto de la energía nuclear y la utilización de esta, ya que, como sabemos, la misma herramienta brinda confort y provoca muerte. Salva vidas o las quita. Ninguna herramienta, en definitiva, es responsable del uso que se haga de ella.
¿Qué derivaciones, no ya éticas o religiosas, sino sociales pueden traer estas nuevas tecnologías? Cómo saberlo. El mítico sueño de las Amazonas o el literario fantástico de La mujer maravilla se presenta ante nuestros ojos en medio de una verdadera revolución de las mujeres que luchan por una emancipación real y duradera. Sin condicionamientos. ¿Puede ser condenable acaso que una mujer o una pareja de mujeres decidan ser madres prescindiendo del espermatozoide? No ya de la cópula (cuestión que ya está resuelta) sino lisa y llanamente de la carga genética del hombre y ésta ser reemplazada por la del óvulo de otra mujer o el de ella misma. Hasta ahora ―vale la pena recordarlo o hacerlo saber― las parejas de mujeres tienen tres formas de tener hijos (descartando desde luego la adopción, que no deja de ser una opción posible): Inseminación artificial con semen de un donante; Fecundación in vitro con semen de un donante o Recepción de óvulos de la pareja (o método ROPA). En este último caso, una integrante de la pareja aporta su óvulo y la otra el útero, pero, en todos los casos, dependen de la participación de un espermatozoide externo a ellas. Lo que plantea esta nueva opción ―aun en experimentación, vale aclararlo― es, como ya se mencionó, la posibilidad de prescindir completamente del espermatozoide.
En las situaciones de embarazo actual, las parejas de mujeres suelen referirse a quien aporta ―en forma anónima por cuestiones legales― el espermatozoide como “donante” y no como “padre”, lo cual deja a las claras que la paternidad es mucho mas que aportar un puñado de genes por más que en la actualidad sean imprescindibles para una gestación.
Hoy, cuando ya existen numerosas parejas en las que ambas mujeres integrantes de la misma han tenido hijos juntas (más en común todavía mediante el Método ROPA) el antiguo y en apariencia imperecedero refrán: madre hay una sola, parece que ya es parte del pasado. ¿Usted qué cree?
*Escritor, médico y Concejal por “Gualeguaychú Entre Todos”