POR LUIS CASTILLO
De putas, locas y santas

Estigmatizar a las mujeres que se destacaron en tiempos en que la historia fue escrita exclusivamente por hombres, ha sido casi una constante. Pero, algo, sin dudas, está cambiando.
Por Luis Castillo* María de Magdala quizás sea la única mujer que, junto a María, la madre de Jesús, tiene un protagonismo particular en la historia bíblica; pero, desde ya, hay muchas aristas poco exploradas y que, poco a poco, empiezan a verse bajo nuevas ópticas y cobran otra dimensión. Si se quiere, puede agregarse a una tercera mujer y, de paso, recordar que a esta se la llamó "Magdalena" con el fin de distinguirla de las otras mujeres llamadas María en el Nuevo Testamento: María de Betania y María, la madre de Jesús. Antes de seguir, cabe aclarar que la conocida alineación de estrellas conocida como Las tres Marías no tiene nada que ver con estas ya que su denominación es previa al nacimiento de ellas, era el sitio en donde reposaba el alma de Osiris, el dios egipcio y se denominan: Alnitak, Alnilam y Mintaka, en la constelación de Orión. Volviendo a nuestra protagonista, más allá de que, lo primero que salta a la vista es este aparente contraste entre una María y otra -la virgen versus la puta-, la importancia de María, la de Magdala, no solo no es menor, sino que su propia biografía se va modificando a medida que nuevos estudios históricos y antropológicos van revelando una persona en un todo diferente a la que se nos mostró durante casi quince siglos. El dato de mayor peso desde lo bíblico, quizás sea que María de Magdala –la Magdalena- es nombrada por los cuatro Evangelistas: Mateo, Marcos, Juan y Lucas. Ahora bien, la investigadora Jennifer Ristine, volcó años de arduo trabajo en su libro: “María Magdalena: percepciones desde la antigua Magdala” y, refiriéndose a su propia obra dice: “Mis conclusiones no son necesariamente novedosas. Lo que es único en esta narrativa es la integración de la arqueología en un contexto histórico y geográfico en la vida de María Magdalena”, esto tiene que ver con que mucho de su investigación se llevó a cabo en las ruinas de la antigua ciudad de Magdala, actual Migdal, Israel, en donde se cree que nació esta mujer. Para la época de Cristo, esta era una ciudad próspera y es muy poco probable que esta mujer, la Magdalena, fuera prostituta sino más bien “una mujer adinerada de un pueblo económicamente bien posicionado”, lo cual no suena descabellado si observamos que Lucas refiere que ella contribuyó con sus bienes a los tres años de prédicas de Cristo en Palestina. Pero, volvamos a los apóstoles y sus referencias a la Magdalena. Marcos la menciona como una de las mujeres en la Crucifixión, lo que es reafirmado por Juan “Estaban junto a la cruz de Jesús su madre, y la hermana de su madre, María mujer de Cleofás, y María Magdalena” (Juan 19.25b); el mismo Juan afirma que ella le vio después de resucitar y le llamó Rabboni (maestro). En otras palabras, a la primera persona que se le aparece Jesús tras su resurrección es a Magdalena. Lucas afirma: “Aconteció después, que Jesús iba por todas las ciudades y aldeas, predicando y anunciando el evangelio del reino de Dios, y los doce con él y algunas mujeres que habían sido sanadas de espíritus malos y de enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Chuza, mayordomo de Herodes; Susana y algunas otras, las cuales le servían con sus bienes”. ¿Qué o quiénes son esos siete demonios a los que se hace referencia en varias ocasiones? (María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios” (Lucas 8:2)); veamos. El pequeño pueblo de pescadores de Magdala (cf. Mateo 15:39) se encuentra en la orilla noroeste del Mar de Galilea, a unos 10 kilómetros de Cafarnaúm, sitio que, según numerosos relatos, parece haber sido un hervidero de actividad demoníaca ya que se conoce de numerosos exorcismos llevados a cabo en esa zona. Jesús llevó a cabo solo uno: el de Magdalena. ¿Cómo reconocer a quien el demonio había poseído? Los síntomas de la posesión demoníaca –según el Nuevo Testamento- eran variados. A algunos “los cubría de locura”, como es el caso de los dos endemoniados que vivían en un cementerio y se comportaban con tal salvajismo que nadie se atrevía a acercarse a ellos (Mateo 8:28-34; Marcos 5:1-5); otras veces, la posesión demoníaca se manifestaba en enfermedades físicas tales como la ceguera (Mateo 12:22), sordera (Marcos 9:25), mutismo (Mateo 9:32-33), convulsiones (Marcos 1:26; Lucas 9:38- 40), y la “enfermedad general” (Lucas 13:11-13) que vaya uno a saber de qué se trataba. Sin embargo, no debe afirmarse con liviandad que esto se debía a un absoluto desconocimiento de la medicina ya que la Biblia refiere una clara distinción entre la posesión demoníaca y ciertas enfermedades, como la epilepsia y la parálisis (Mateo 04:24). En varios pasajes, la Sagrada Escritura describe cómo los malos espíritus hablaban por boca de aquellos a quienes atormentaban (Marcos 1:23-24; Lucas 4:33-35). Jesús, a veces, obligó a la personalidad demoníaca a revelarse de esa manera, quizás como un modo de dar una prueba clara de Su poder sobre los espíritus inmundos (Marcos 5: 8-14). Sin embargo, y esto no es menor, en todos los casos la posesión demoníaca es mostrada como un tormento y no como un pecado; los poseídos siempre son mostrados como personas atormentadas y no como disolutos deliberados. Y quizás este era el caso de María Magdalena, a quien Satanás la atormentaba con siete demonios. La Biblia omite –quizás deliberada y misericordiosamente- los detalles de su, sin dudas, terrible posesión demoníaca, pero puede deducirse que se trataba de un “alma sombría, triste, y torturada”. O sea, una loca. Algunas de las manifestaciones demoníacas o demonios que atormentaban a las mujeres incluían la depresión, la ansiedad, la tristeza, la soledad, el desprecio de sí misma, la vergüenza y el miedo. ¿Cuál o cuáles de todos estos demonios atormentaban a Magdalena? Cómo y cuándo ella fue liberada no se explica, pero Cristo la liberó, “y ella fue verdaderamente libre”. Después de haber sido liberado de los demonios y del pecado, ella se convirtió en una esclava de la justicia (Romanos 6:18). María Magdalena permaneció como fiel discípula de Jesús, incluso cuando otros lo abandonaron. De hecho, apareció por primera vez en el evangelio de Lucas en momentos en que la oposición a Jesús había crecido hasta el punto de que él comenzó a enseñar en parábolas (Mateo 13: 10-11). Quizás por todo esto, por su importancia, su liderazgo, su independencia, es que se la estigmatizó del modo más vil, más artero, más rastrero. Se la convirtió en puta. Fue el papa Gregorio Magno, en el año 591, uno de los instigadores del calificativo de “prostituta” cuando en su homilía 33 afirmó: “Aquella a quien el evangelista Lucas llama la mujer pecadora es la María de la cual son expulsados los siete demonios, y qué significan esos siete demonios, si no todos los vicios”. Algunos autores la asocian con una mujer mencionada en el siglo II en el Talmud llamada “Miriam Megaddlela”, que significa “María con el cabello trenzado” y es que, en la tradición judía, ese título se le adjudicaba a una mujer de mala reputación, una adúltera o una prostituta. Más allá de si fue o no una puta, la ya citada J. Ristine afirma: “María Magdalena fue una mujer influyente tanto en lo económico como en lo social; en lo económico porque era una mujer acomodada, y en lo social porque a pesar de crecer y vivir en una sociedad religiosa estricta, decide romper esquemas y seguir a Jesús”, considera Ristine, que cree que la de Magdala es, ante todo “un modelo de liderazgo para las mujeres”. Pero nuevos aires recorren los antiguos recovecos del Vaticano; en 2016 el Papa Francisco la nombró apostola apostolurum, “la apóstol de los apóstoles” y, desde entonces, su fiesta litúrgica se celebra el 22 de julio de cada año. En ocasión de la publicación de ese decreto, se comunicó oficialmente que: “Esta decisión se enmarca en el actual contexto eclesial que quiere reflexionar más profundamente sobre la dignidad de la mujer, la nueva evangelización y la grandeza del misterio de la misericordia divina. Fue san Juan Pablo II quien dedicó una gran atención no sólo a la importancia de las mujeres en la misión del mismo Cristo y de la Iglesia, sino también, y con especial subrayado, al papel especial de María de Magdala como la primera testigo que vio al Resucitado y la primera mensajera que anunció la resurrección del Señor a los apóstoles (cfr. Mulieris dignitatem, n. 16)”. Nuevos aires recorren el mundo. Aires de igualdad. Aires de rebelión. Estridencia silenciosa pero tenaz e inexorable. *Escritor, médico y Concejal por Gualeguaychú Entre Todos
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