Derechos y deberes no pueden separarse
Vivimos una época en la cual está bien visto proclamar derechos. Pero esta pasión reivindicativa se suele dar a costa de oscurecer los deberes, generando una asimetría peligrosa.No sólo en el plano económico y social, sino en todos los niveles de la actividad humana, resplandece la palabra mágica "derecho". Aunque parece claro que esa invocación no crea necesariamente el hecho.Hay un pensamiento jurídico mágico según el cual redactando derechos en un papel -o Carta Magna- automáticamente eso tendrá correlación en la existencia.Es como querer sustituir la realidad por los signos. Imaginemos una Constitución que declarase el derecho a la felicidad, ¿eso haría más felices a los ciudadanos que se rijan por ese orden jurídico?Por lo demás, no sólo no hay correspondencia automática entre la proclamación de los derechos y los hechos, sino que a veces se suelen cosechar los resultados contrarios a los buscados.La formulación de los mentados "derechos sociales", por caso, no elimina por sí misma la pobreza y la marginación. Y si esa brecha entre los derechos y lo real y posible es muy grande, se aviva entonces un sentimiento de frustración en la población.Está bien reclamar lo que se considera como algo debido. Ahora bien, esto siempre y cuando la noción de derecho no desplace o sepulte la de deber, como si se pudiese siempre pedir, pero sin dar nada a cambio.La filósofa francesa Simone Weil (1909-1943), sostenía que derechos y deberes no pueden escindirse. Son una polaridad que, si es disuelta, deja sin significado a cada término."No hay derecho sin obligación -escribía-, pues un derecho no es eficaz por sí mismo, sino sólo por la obligación a la cual corresponde". Una posición en la cual sólo cabría la actitud reivindicativa, sería como pretender pensar que no se debe nada a nadie, sería instalar el deseo arbitrario de cada quien, al cual se exime de toda responsabilidad.Se comprende el trastorno que ocasiona trasladar esta lógica egoísta, en lo ambiental, en lo social, en lo cultural, en lo político, en lo económico, en variados campos de la vida y de las relaciones cotidianas.Para Weil no hay modo de escaparle a los deberes: "Un hombre, considerado en sí mismo, sólo tiene deberes, entre los que se encuentran deberes hacia sí mismo. Tiene derechos, por su parte, cuando es considerado desde el punto de vista de los otros, que reconocen su obligación hacia él".El concepto de civismo se nutre de esta correspondencia. Nos ponemos de ciudadanos cuando exigimos derechos, pero dejamos de serlo cuando olvidamos nuestra parte del trato: el compromiso de cumplir con celo nuestros deberes cívicos.Al calor de la hipertrofia de los derechos, parece haberse instalado una mentalidad, que atraviesa todos los órdenes de la vida, que podría traducirse en esta fórmula: dar el mínimo para recibir el máximo.Perdemos muchas veces de vista que vivir en sociedad impone obligaciones. Si los hombres vivieran según la "ley de la selva", es decir si hicieran de sus antojos y necesidades una ley, la vida diaria en la ciudad se volvería insoportable.Esto se echa de ver en el tránsito. Así como tenemos derecho a circular libremente por la calle en motocicleta -un derecho individual-, debemos pensar también que esa acción tiene sentido comunitario, se desarrolla en un marco público, y eso exige cumplir determinados deberes, como usar casco.El alevoso olvido de los deberes, advierte Weil, provoca un vaciamiento de los derechos.
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