POR LUIS CASTILLO
Dios no juega a los dados
Acción y reacción, causa y efecto. ¿Leyes físicas que quieren aplicarse a la denominada ingeniería social o un peligroso intento de manipulación de los comportamientos?
Por Luis Castillo* En 1862, Víctor Hugo publicaba una de las obras cumbre de la literatura universal: Los miserables. El contexto histórico en que se desarrolla la obra es la rebelión de junio de 1832, también conocida como la Insurrección de París. Ahora bien, en marzo de ese año ˗1832˗, se había iniciado la gran epidemia de cólera que arrasó París. El epicentro de la peste era el centro de la ciudad, en donde se hacinaban los trabajadores que vivían en condiciones deplorables tras haber llegado a la gran urbe encandilados por las posibilidades de progreso que prometía la Revolución Industrial. La tensión social crecía a medida que aumentaban los muertos. La hostilidad y la furia se enfocaron entonces contra el rey y de ahí a la revuelta, solo hubo un paso. Un siglo después, en 1918, el mundo se vio conmocionado por una nueva pandemia, la Gripe Española, la que, junto al número de muertos que parecía no tener fin, sumaba, una vez más, cambios políticos y sociales que de uno u otro modo terminaban convirtiéndose en revoluciones. En mayo de ese año, por ejemplo, en India, que llevaba más de un siglo como colonia del Reino Unido, esa enfermedad azotó el país cobrándose más víctimas autóctonas que entre los residentes británicos. "En ningún otro país civilizado un gobierno podría haber dejado las cosas tan deshechas como lo hizo el gobierno en India durante la prevalencia de una epidemia tan terrible y catastrófica" escribía en 1919 Mahatma Gandhi. La revolución había comenzado. La correlación epidemias/revoluciones pareciera ser indivisiblemente relacional, pero, como afirman muchos cientistas sociales, las pestes no son iniciadoras sino catalizadoras de los estallidos sociales pos pandémicos. Desde los tiempos bíblicos, tras las plagas llegaban las revueltas sociales como una clara demostración de que las grandes calamidades ˗ante todo˗ dejan al descubierto las inequidades, las miserias y las desigualdades preexistentes, como ocurrió también en nuestro país tras la fiebre amarilla en 1871, que sorprendió a una Buenos Aires atónita, viendo como abandonaban sus gobernantes, como ratas, la ciudad. ¿Y después de la COVID19, qué pasará? Se podrían buscar –y encontrar, sin dudas– muchísimas opiniones, especulaciones y algunas certezas basadas en la historia, pero quisiera detenerme particularmente en un trabajo que, si bien no carece de rigor técnico y sin dudas tampoco científico en cuanto a lo metodológico, su aparición en estas circunstancias no es en absoluto inocente ni casual sino, en mi opinión, peligrosamente oportuno. U oportunista. Me refiero al emanado de una de las instituciones que más creemos conocer, pero de la cual, la verdad sea dicha, solo sabemos lo que el poder real –el poder económico mundial˗ quiere que de ella sepamos, me refiero al Fondo Monetario Internacional. Este organismo “financiero” expresa en uno de sus informes denominado “Las repercusiones sociales de las pandemias” publicado apenas hace tres meses: “(una pandemia) pone de manifiesto las fracturas ya existentes en la sociedad: la falta de protección social, la desconfianza en las instituciones, la percepción de incompetencia o corrupción de los gobiernos”. Para elaborar el mencionado informe –según explican- analizaron millones de artículos de prensa publicados desde 1985 en 130 países y, con los datos allí obtenidos, han logrado elaborar un “Índice de malestar social” que permitiría cuantificar la probabilidad de una explosión de protestas como consecuencia de la pandemia. Francamente escalofriante. Otro informe –también del FMI– titulado “Cómo las pandemias conducen a la desesperación y al malestar social”, de octubre del 2020 expresa: “Las epidemias severas que provocan elevada mortalidad aumentan el riesgo de disturbios y manifestaciones antigubernamentales”. Queda en usted interpretar qué puede haber detrás de estas conclusiones que miran de soslayo hacia una Latinoamérica empobrecida y expoliada, a la que le han facilitado exorbitantes cantidades de dinero con sospechosa ligereza. El problema no es solo haberle entregado el alma al Diablo sino saber que este, al igual que Dios, tampoco juega a los dados. *Escritor, médico y Concejal por Gualeguaychú Entre todos
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