Carente de valores y excesivamente materialista, la humanidad deambula desconcertada, por suerte siempre hay una esperanza. Por Dr. Abel Lemiñ
[email protected] No recuerdo el año, pero sí la situación, el lugar, la sensación. La cancha de pelota-paleta lujosa, cerrada, del Círculo Católico de Obreros de Lomas de Zamora, servía de canchita de fútbol para nosotros, los chicos "aspirantes" A y B de la Acción Católica Argentina, creo que fue allá por el 65 o el 66. Teníamos 9 o 10 años.La luz del día, que ingresaba por la parte alta, era más que suficiente para jugar allí, mientras nuestros gritos retumbaban en ese estadio que para nosotros era como jugar en Wembley o el Maracaná.Entre el eco de los goles, el ruido de la pelota contra las paredes, y mientras resonaban increíblemente los gritos de dale y pasala, típicos del potrero, de pronto comenzó a oscurecerse el ambiente, hasta hacerse casi de noche, pero algo raro ocurría porque en realidad era cerca del mediodía.La sorpresa se apoderó de nuestras mentes infantiles, dejamos de jugar, ingresamos en un extraño silencio, hasta que la voz de Luis Gajero, quien nos guiaba, nos dijo, tranquilos, es un eclipse de sol. Se hizo necesario por unos instantes encender las luces artificiales, y nos asomamos por una ventana para ver ese fenómeno desconocido para los que estábamos allí, aprendices de la vida, petisos de escaso y reciente pasado. Luego volvió a alumbrar el Sol y seguimos jugando.No recuerdo mucho más acerca de aquellos días, pero del día del eclipse, jamás me olvidé y dudo que ello ocurra.Así, como la Luna se interpuso ente el Sol y la Tierra, y quedamos envueltos en la oscuridad del cono de sombra, hoy, siento que asistimos a otro tipo de eclipse, con una sombra más oscura y densa, con ese frío de lo extraño, me refiero a un eclipse del alma, fenómeno del que jamás hubiese deseado ser testigo.Un eclipse producto de la interposición de algo entre la luz y los hombres, envolviendo a la humanidad en un cono de sombras, que no deja ver, que nubla la razón, que genera turbulencias en la interrelación humana.Esa luz que no llega porque una barrera de materialismo y egoísmo se interpone permanente para que no llegue a nosotros. Esa luz que aclara el pensamiento, que ilumina al hombre no puede llegar a destino, porque hay carencia de amor y sobrante de rencores, porque la sombra del odio y la violencia oscurecen el alma.Este eclipse asusta, no es un fenómeno de la astronomía ni se sabe cuanto durará, alguien se robó la claridad del pensamiento y deambulamos como zombies detrás de lo material. Sombras hechas de absurdos famosos y de famas absurdas, de ídolos de cartón, de dioses y diosas de lo corpóreo y del dinero. Esta sombra que eclipsa el alma, que no deja aparecer en la superficie del planeta a los sucesores de la Madre Teresa ni de Ghandi, que silencian la palabra serena y paradigmática de los pacifistas, de los humanistas.Sombra que hace que en Navidad hablemos de Santa Claus en lugar de Jesús, que festeja el satánico Halloween y no veamos esa otra luz que es la luz del pensamiento crítico, del humanismo, la fe y la esperanza.Este eclipse del alma que es sinónimo de enfermedad, que le da rating a lo burdo y fomenta la violencia y lo trivial. Pero como todo eclipse, al igual que aquel de mi niñez, tiene que tener un final y volverá a aflorar la luz, esa que permita ver otra vez los valores humanos que estaban perdidos en el cono de sombras.Esa luz, ¡ojalá!, comience a asomarse en esta navidad, y optemos por seguir los pasos de la palabra y ejemplo de Jesucristo y no los pasos de baile de algún mediocre de esos que son parte del cono de sombras que extraña y paradigmáticamente, dicen que brillan en la televisión.