El capital cognitivo hace la diferencia
Así como individualmente es decisiva la manera como nos paramos mentalmente -de suerte que uno vive como piensa- de igual manera las sociedades pueden ser evaluada según sus capacidades cognitivas. "Capital intelectual", así definen algunos científicos a la totalidad de los recursos emocionales y cognitivos de un individuo. Ello incluye su capacidad intelectual, su flexibilidad y eficiencia en el aprendizaje, su inteligencia emocional (por ejemplo, empatía y habilidades sociales) y resiliencia frente al estrés.Nuestra vida, de última, es resultado de la visión que tenemos de las cosas y el mundo. "Nadie puede ver por encima de sí mismo", decía Arthur Schopenhauer.Se refería, así, a que no se puede ver en otro más de lo que es uno mismo. O dicho de otro modo: cada cual puede comprender al otro en la medida de su propia inteligencia.Nuestras facultades intelectuales determinan nuestro nivel de comprensión de las otras personas. En este sentido, puede ocurrir que esas facultades sean de una especie inferior, en cuyo caso los dones superiores en otro no nos impresionarán.De aquí resulta que una parte importante de la realidad -de las cosas y de las personas- puede quedar desconocida ante la ceguera de nuestros ojos, ante la mediocridad de nuestra mirada.Visto en términos sociológicos, toda cultura es una mirada, es un modo de interpretación de la realidad. Hay hábitos mentales generales -modos de pensar y de sentir- en base a los cuales se regula la conducta colectiva.Una sociedad, por ejemplo, puede ser propensa a suplantar lo racional por lo mágico y emocional, la complejidad por esquemas e interpretaciones simplistas, la reflexión y la crítica por certezas y dogmas, y las ideas por consignas y retóricas de barricada.Se pude decir, incluso, que la convivencia es resultado de la aceptación intelectual, de la comprensión profunda, de que también existen los otros, en el sentido de que uno no está solo sino que hay otros además de mí.La comprensión de esta verdad debiera ser el principio y el fin de la educación social. Bien mirado, aquí se juega la posibilidad de una coexistencia pacífica y adulta en una sociedad democrática.En efecto, el hecho de que "haya otros" conduce a aceptar sin turbación alguna que los otros vean las cosas de distinta manera. Induce a no medir a los demás con el mismo rasero ni ha querer hacer que todos piensen como nosotros.En las culturas autoritarias, con tradición fascista, donde se exalta la unilateralidad de la mirada de una facción, la cual se arroga la verdad revelada, la tolerancia no es un valor sino algo execrable.En este matriz cognitiva, segura de sí misma, no cabe la posibilidad de que otro piense distinto. Las diferentes opiniones y los puntos de vista diversos no se toleran. De lo que se trata, por tanto, es de imponer una opinión unilateral por la fuerza.Por lo demás se ha dicho, no sin razón, que si en el pasado la riqueza de las naciones descansaba en sus recursos naturales, en la sociedad de la información, lo decisivo es el capital intelectual de los habitantes de un país.Y esto no sólo en el plano científico sino en la capacidad de las personas de relacionarse entre sí y con las culturas de otras latitudes. La forma en que un país desarrolla y usa su capital mental es directamente proporcional a los niveles de prosperidad económica que puede alcanzar.Llevado al plano de la salud mental individual, existe además evidencia de que una mente activa y el desafío intelectual protegen contra ciertas enfermedades degenerativas y mejoran la calidad de vida.
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