“El Chilenito” y la teoría de la subversión anómica
El joven ladrón que protagonizó el viernes la toma de rehenes en el Banco Nación de Pilar muestra el perfil de aquellos muchachos que, fuera del sistema, optan por el delito.La historia de Jonatan Josué Rodríguez Coronel (20), alias "El Chilenito" no se agota en la dimensión individual. Sugiere la existencia de un prototipo: la del paria social.Es un huérfano (sus padres murieron cuando él tenía 5 años) que pasó buena parte de su vida en hogares y otra junto a sus abuelos. Ya adolescente, empezó a vagar por las calles, a drogarse y a robar.A los 18 años empezó a conocer la cárcel bonaerense, adonde cayó preso dos veces. Estaba encerrado cuando nació su hija. Y aseguran que la muerte de su abuela en un accidente de tránsito lo trastornó.El suegro de "El Chilenito", lo describe como un "pobre pibe" y recordó: "El día que vino a conocer a su hija yo le dije que si no se buscaba un trabajo no lo iba a dejar entrar más a mi casa. Me prometió traerme un certificado para mostrarme que estaba trabajando. Después, no lo ví más". De pronto Jonatan Josué Rodríguez Coronel, que desde mayo gozaba de libertad condicional, se convirtió en el protagonista principal de un robo casi cinematográfico, que capturó la atención mediática del país."Un ladrón de 20 años copó un banco durante 5 horas", tituló después uno de los diarios de mayor tirada. "Llegó a tener 70 rehenes, pero al final se entregó", fue la bajada de la noticia.Según la crónica, tenía tres cómplices, que huyeron cuando llegó la policía. Tras quedar rodeado, fumó marihuana, pidió gaseosas y que le llevaran a su hija.El conmocionante episodio ha vuelto a suscitar el debate sobre la inseguridad en un país sensibilizado por asaltos a mano armada, motochorros violentos, desvalijadores de casas, punguistas y demás.La inseguridad es el tema que más afecta y preocupa a los argentinos. Una encuesta nacional revela que en tres de cada diez hogares al menos un miembro de la familia fue víctima de algún delito, una proporción que viene creciendo sin parar desde 2006.¿Qué sugiere la historia de El Chilenito? Muchas cosas. Una polémica: que la sociedad nunca es totalmente inocente de los crímenes cometidos en su seno. En este sentido, resulta impensado esperar que baje el delito en un país con doce millones de pobres.No es que ser pobre lo haga a uno delincuente. Y de hecho -a esto hay que remarcarlo- también los ricos violan la ley, roban y matan. Lo que se quiere significar es que la exclusión social genera condiciones objetivas para la anomia (vivir fuera de la ley).La historia de los jóvenes que delinquen arroja esta constante: no tienen nada que perder. Actúan bajo este clima psicológico. Y no tienen nada que perder porque son parias sociales.La inseguridad emerge, así, como un síntoma de la ruptura del tejido social. Y ello incluye la desintegración de la célula base: la familia. Es decir, es un fenómeno que supera largamente la competencia de las instituciones represivas (cárceles, justicia penal, policía, etc.).Aunque la problemática es multicausal (reconoce varias causas, incluidas las individuales) no se puede omitir la cuestión de la polaridad social extrema como caldo de cultivo del delito.El sociólogo Manuel Castells acuñó la expresión "subversión anómica" para describir la violencia de los excluidos en las sociedades contemporáneas. La palabras subversión, en los '70, se empleaba para denotar la lucha armada dirigida a derrocar políticamente al capitalismo.Hoy, irónicamente, no se quiere derribar el sistema sino integrarse en él. Como ha dicho el político brasileño y ex guerrillero Alfredo Sukis, al hablar de la violencia urbana: "Ya nadie quiere hacer la revolución; lo que quiere hacer esa gente armada es acceder a la cultura de consumo. Es moralmente infantil, y también matan como chicos, como chicos en un juego de guerra".
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