UNA VIDA ENTRE DÉCIMAS Y FUGAS
Las desventuras de "El Chivo Peralta", un poeta encarcelado
La vida de Raymundo Adrián Peralta es una historia de libertad entre barrotes y del monte como refugio. Perseguido por un crimen que nunca cometió, su destino errante lo llevó a cruzar ríos y a buscar consuelo en versos que hablaban de amores perdidos y paisajes que lo acogían. En su poesía, escrita entre escapes y nostalgias, resonaba la voz de los gauchos del litoral, el eco de una injusticia que lo mantuvo 35 años encarcelado. Su historia es la de un hombre que, a pesar de todo, jamás dejó de luchar por vivir con dignidad y cantar a la vida.
¡Peralta! ¡Aquí no! Ese era el grito que partía desde los encargados del campo de los S. cuando “El Chivo” se refugiaba en el monte de la estancia, prófugo de la justicia entrerriana y ya condenado y encausado en la UP2 por “un crimen no cometido” que lo mantendría más de 35 años en la cárcel.
“El Chivo”, Raymundo Adrián Peralta, fugado y recapturado, o entregado por su voluntad varias veces, cuando lo perseguía la autoridad se refugiaba en el monte en Costa Uruguay Sur, cerca del gran río. Allí acampaba precariamente: tenía refugio en los ranchos, pescaba o le acercaban sustento y sobrevivía hasta que, aprovechando las bajantes periódicas del río que acercaban la orilla uruguaya y la argentina, se largaba a nado hasta la tierra oriental o algún pescador o contrabandista lo “cruzaba” clandestinamente. Así se hacía: Ganado, contrabando de personas y mercaderías eran transportados por las zonas bajas en tambores enormes abiertos y tirados por caballos por un baqueano “pasador”. De esta forma, por el campo de los Irazusta, traficantes, bandoleros y gente gaucha como Don García, peón uruguayo de Fray Bentos que nunca bajó en nuestra costa, “pasaba” a los compadres.
El lugar más querido de “El Chivo”, de más largo resguardo, era en el Arroyo de los Muertos, en la Isla “El Infante”, Departamento de Soriano, Uruguay. “Allí escribí mis versos, lejos de mi Patria, en una hora difícil de mi vida, quizá pleno de nostalgia y recuerdos, penetré en un terreno que no me corresponde, el de los poetas y yo no lo soy”, dice en el prólogo a su poemario “Así le canto a la vida”. Porque “El Chivo” fue un poeta encarcelado, no un poeta carcelario. Sus obras estaban dirigidos a un amor oriental, a quien visitaba en sus fugas, quizá a la nostalgia de un viejo amor, joven y perdido. La isla y el arroyo también lo inspiran en “Desde lejos”, que ubica en su isla: “Aquí estoy medio olvidado / en el Arroyo de los muertos”.
“El Chivo” escribe casi todos sus poemas en la décima clásica de los gauchi-políticos rioplatenses que José Hernández hace universal comprimiéndola en la sextina sentenciosa. Toda una elección y una inscripción en una tradición oral.
Los tópicos de “El Chivo” fueron la orfandad reciente, la injusticia, el paisaje animado por el hombre y su circunstancia matrera y perseguida, en soledad o en fraternidad ocasional del boliche barrial de Gualeguaychú o del gauchaje rural de Costa Uruguay; la Isla del Tigre, que lo aleja del peligro de la autoridad argentina; el amor perdido, como en todo poema romántico que se precie y que suma la impronta melancólica del modernismo imperante en esos años.
Entre el romanticismo “de lamentación” tardío con una retórica sencilla y de claroscuros, y un modernismo melancólico, fluctúa la poesía de “El Chivo”, de acuerdo al gusto de la época, tanto letrada como popular. Y la tradición de la décima.
También se refleja la nostalgia de los lugares de la ciudad que se han perdido, como por ejemplo en “Vejo Café Mora”, una poética y certera descripción de costumbres: “Cuantas cosas que se fueron / en el caballo del tiempo / la serenata en el puerto / una canoa en el río”.
El paso del tiempo, la experiencia y su filosofía de vida se pueden encontrar en “Sin apuro” y en “Distancia”, como así también tuvo lugar central en el breve poemario su preferencia deportiva en “Basta Rojo”, su homenaje al fútbol de Independiente y a De la Mata.
En Ahora ElDía, el domingo 7 de agosto de 2022, el propietario y trabajador de la gastronomía Zoilo “Bigotes” González recuerda: “El Chivo era inocente, se escapaba de la cárcel con dos sábanas y se iba para Costa Uruguay caminando. Era un señor, con un respeto y una educación, admirable. Mi vieja lo adoraba, le preparaba un catre en el rancho y le dejaba leche y galletas en la cocina. Todos le daban de comer. Cuando la policía iba a buscarlo, le decíamos ‘no acá no vino, por acá no anduvo’ y él se iba para el monte. Había un ombú, él se subía allá arriba, era un gato, y cuando se cansaba les hacía burlas a los milicos y después se entregaba. Un día iba cruzando para el Uruguay nadando, pero se cansó y volvió. Se entregaba y lo picaneaban para que confiese, pero él era inocente, fue un policía el que mató y lo culparon a él porque era un bohemio. Le inventaron la muerte esa y se comió 35 años preso. Cuando lo soltaron, fue a visitar a mi mamá y le regaló un libro de poemas”.
“El Chivo”, según canta, fue acusado y sentenciado injustamente. No se le conoce delito después de esta larga condena, llena de fugas, castigos infames y aventuras libertarias. No era bandolero rural en banda, ni ladrón de barrios de la ciudad. A veces escapó para ver a su madre, a quien le dirige el primer poema de su libro “Décima inconclusa”. Ella ya había muerto. En la tercera y última décima concluye: “Sólo en la muerte tendremos / el derecho de igualdad / y es la muerte la verdad / que no admite discusiones / ricos, pobres a montones / al gusano del festín / le serviremos un día / porque nadie en esta vida / se ha quedado sin morir”.
En sus escapadas reiteradas no sólo lo buscaba la policía entrerriana, sino también la Prefectura por sus fugas transfronterizas. Porque “El Chivo” hacía su guarida en los montes bajos, en bañados y esteros, cercanos a ambas orillas del río de los Pájaros. Y la noticia corría por la ciudad y era siempre impactante: ¡Se escapó otra vez de la cárcel el Chivo Peralta!
En otro campo de hábitos y experiencias, “El Chivo Peralta” va haciendo un recuento afectivo de su barriada gualeguaychuense, por ejemplo, en “Vejo Café Mora”: la vieja Ceferina, los picados en la esquina, Pancho Mora Roverano, Minucho en el billar, Marengo, el vago García, Manca Borrajo, el buenazo de Carpenco, quedaron fijados en el poema. Deja para el final a la guitarra de Carlos Martínez y a “la judía” tras la reja, “a la que la vida le robó” y a las serenatas donde ella cantaba el amor a Independiente.
Desde su estética “El Chivo” habla del paisaje del monte y la costa a “los propios”, a los que habitan el paisaje, no tiene un afán de mostrarlo a los ajenos, como exotismo o “color local”. El destinatario de los poemas son los pares y contemporáneos. Un destino particular se expone, pero no se erige en prototipo de un ser arquetípico, como hace la poesía costumbrista conservadora.
El “personaje” construido por “El Chivo” y mantenido por décadas en la imaginería popular nos habla de una existencia en libertad más allá de los barrotes, persecuciones y matrerajes impuestos por las circunstancias. Y un canto a las fraternidades. Un destino humano cercano de intemperie vital y canto. Pertenece largamente a la historia pueblerina y carcelaria de Gualeguaychú.