El círculo vicioso
El clima de crispación social, la sensación de que los diques institucionales han sido desbordados, son algunos ingredientes que instalan el interrogante sobre si la Argentina es un país gobernable todavía.Que la sociedad no se rija por la ley da alimento a los gobiernos despóticos. Esto ha sido siempre así. Cuando las virtudes cívicas de los ciudadanos han declinado, la autoridad deviene en poder dominante.¿No será que los argentinos, tan alejados de la cultura del Estado de Derecho, sólo funcionamos con gobiernos cesaristas, especies de dictaduras blandas?.Da toda la impresión, dado nuestro des-apego a las instituciones, que la república es un régimen político que no encaja entre nosotros. La república es un producto, en realidad, de culturas políticas sofisticadas.Es propio de sociedades donde prima la noción de orden público y donde la noción de la ley es asumida existencialmente. Acaso entre nosotros, prima lo contrario, es decir la cultura de la ilegalidad."Cuando las sociedades entran en una cultura en la que se tolera violar la ley, la gente dice: 'Si puedo violar la ley un tantito, puedo violar la ley un poquito más'. Es una escalada", dijo hace poco un político mexicano.Agregó que la actual ola de violencia de los carteles del narcotráfico en México "no es algo que surgió de la nada. Empezó con la gente diciendo, si puedo violar la ley de tránsito, puedo violar otras. Es el resultado de una cultura de la ilegalidad que escaló a límites inconcebibles".Hay gente que se asusta del nivel de violencia social y política que hay en la Argentina, o del abuso del poder de los gobernantes, cuya discrecionalidad intimida.La pregunta es: ¿acaso se puede esperar otra cosa en un contexto cultural donde cada quien hace lo que quiere? ¿Es posible imaginar algo distinto de una matriz anómica?La ley de la calle es la de la violencia. Las cosas se consiguen utilizando la metodología de la fuerza. Su exponente más emblemático es el piqueterismo profesional, no importa la causa que se diga defender.La prepotencia, los insultos, el acoso, la falta de respeto a los derechos del prójimo, el obrar con brusquedad desmedida, ya se han convertido en una segunda naturaleza.La hipocresía nacional consiste en pedirle a la autoridad que se ajuste a la ley, mientras se avala la anomia con rebuscados argumentos, incluso jurídicos.No se percibe el impacto destructivo que esto tiene en la relación entre gobernados y gobernantes. La grieta que se abre entre los dos términos de la ecuación, que hace a la estabilidad política de una sociedad, es lógico que se agrande.¿Puede prosperar la autoridad cuando quienes deberían respetarla la impugnan con su modo de ser anárquico? El carácter "ingobernable" de los argentinos hunde sus raíces en esta falta de institucionalidad sociológica.Entonces la dirigencia, al no hacer pie en la cultura del respeto de la ley, deviene dominante, adquiere formas patológicas de abuso, lo que a su vez genera reacción social.Es un círculo vicioso en el que están metidos dirigidos y dirigentes. El 'liberismo' cultural, lo que podría sintetizarse como ser libre de hacer lo que me gusta o conviene, ignorando las leyes y reglas sin miedo a la sanción social o legal, está en la base de nuestro trastorno político-institucional.El despotismo político, que promueve la concentración de unos pocos para poder controlar al resto, la idea de que la Argentina se puede gobernar mediante el uso arbitrario del poder estatal, se alimenta del deterioro de las bases ética de una población que permite un estado de anomia permanente.
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