EDITORIAL
El debate y el diálogo, prácticas democráticas
El debate que sirve para confrontar ideas -como el que tendrá lugar hoy entre los candidatos a intendentes de la ciudad- y el diálogo ciudadano, expresan ambos un modelo para la construcción democrática.
En un país donde tradicionalmente hacer política se entiende como la imposición autoritaria de una facción, merece celebrarse la discusión y el intercambio de ideas. Uno de los problemas atávicos de la cultura política argentina se vincula con la intolerancia que dinamita cualquier intento de convivencia cívica en democracia, un sistema que se asienta sin embargo en la diferencia. La Argentina, desgraciadamente, no es un lugar donde se haya honrado la tolerancia de ideas. Pensar distinto es un delito en un país cuya matriz política abreva en tradiciones fascistoides, tanto de derecha como de izquierda. Esta peculiaridad nacional fue advertida con agudeza en los ‘80 por la periodista italiana Oriana Fallaci, quien llegó a decir que “los argentinos tienen un enano fascista adentro”. Pero en sociedades abiertas y democrática, pretender imponer el unanimismo ideológicos (léase hegemonía) resulta anacrónico y reaccionario. Por eso es importante que en política los candidatos debatan, en foros públicos o por los medios de comunicación. Y esto con el propósito de defender propuestas y principios que puedan ser refutados con argumentos, ante la opinión pública y lejos de todo secretismo partidocrático. La definición de “debatir”, según la Real Academia Española (RAE), está relacionada con establecer una discusión en la que dos o más personas opinan acerca de uno o varios temas y en la que cada interlocutor expone sus ideas y defiende sus opiniones e intereses. El debate es una técnica o modo de comunicación oral que cuenta con un moderador y público presente, donde los participantes exponen sus argumentos sobre diferentes temas que tienen dos o más posiciones antagónicas y por tanto existe controversia. Un debate sirve para confrontar opiniones con cultura y educación, en el cual los protagonistas pretenden convencer al público sobre las bondades de su postura. En ocasiones las personas o bandos que compiten intentan demostrar que la otra parte está equivocada. En este sentido, uno escucha a su contendiente para encontrar defectos y rebatir sus argumentos. Aunque el debate tiene un contenido agonístico (de lucha dialéctica), al mismo tiempo puede devenir en un sano intercambio de ideas que enriquece el conocimiento del público con opiniones y puntos de vista diferentes. Por otra parte, la palabra “diálogo”, según la RAE, remite a una plática entre dos o más personas, que alternativamente manifiestan sus ideas o afectos y que además emplea elementos como: respetar al que habla; saber escuchar antes de responder; pensar en lo que dicen los demás y admitir las opiniones de los otros. En efecto, en teoría, dialogar tiene muchas características primordiales que son básicas al momento de establecer conversaciones entre sectores, con el propósito de acercar posiciones. Los fanáticos políticos desprecian el ejercicio del diálogo. En efecto, los que se creen los “dueños de la verdad” aborrecen de todo ejercicio en el cual se necesite del otro para comprender las cosas. Porque son autosuficientes, porque se creen iluminados, no toleran a la persona que sostiene un punto de vista contrario al suyo y son afectos a controlar el aparato estatal para combatir la disidencia.
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