DE LA MÁQUINA DE ESCRIBIR A INTERNET
El desafío de rescatar los viejos valores y hacer lo importante: informar

El martes fue el Día del Periodista. Saludos y recuerdos en dosis multiplicadas, porque cada vez que llega esta fecha, uno se carga de su propio pasado, los comienzos y el camino recorrido.
Por Jorge Barroetaveña
“¿Querés venir a la redacción del diario?”. La pregunta la hizo tal como era él. Tranquilo, sin levantar la voz y casi dando por sentado lo que iba a contestar. Ese día de marzo del ’96 fue el comienzo formal de lo que, más de 25 años después, me tiene ocupado. Gustavo Carbone, de él se trata, junto con Oscar ‘Chichito’ Lapalma conducían El Día de Gualeguaychú. Gustavo me había hecho hacer experiencia previa en Radio Gualeguay durante muchos fines de semana. Estaban todos. El mismo por supuesto, Jorge Alarcón, Roberto Romani, Miguel Diorio, Florencia Carbone, ‘Peca’ Marinelli en el control. También los jóvenes Alejandro Bustos y César Ríos. Todavía copaba las tardes Teresita Riz de Bello y hacían de las suyas ‘Panchi’ Cosso y ‘Pepe’ Freyre. Ellos y todos me abrieron las puertas de un mundo nuevo, desconocido y apasionante. Hasta que llegó la propuesta de Gustavo y mi rumbo enfiló para Gualeguaychú. Las horas que pasé en la vieja casa de calle Neyra me marcaron a fuego. El ruido de las rotativas, el olor a tinta y papel. Fueron 5 años furibundos, de un aprendizaje feroz, rodeado de gente con ganas de trabajar y hacerlo bien. Con mi amigo Rubén Skubij pasamos horas infinitas. Con Fabián Báez y ‘Joselo’ Malvicino, los diagramadores, otras tantas. Esos mates nocturnos que eran el preanuncio de la tarea cumplida. La voz de ‘Chichito’ como una letanía: “¿qué tenemos para mañana?”.
La profesión del periodista se nutre de las relaciones personales. Es un combustible que no puede faltar para el trabajo. Esa base permite tener sustento para encarar lo que está afuera. Sabiendo que será difícil hacer amigos. Esa distancia es, al final, clave para la tarea que se emprende.
Por aquellos años todavía convivían las antiguas máquinas de escribir con las primeras computadoras. Las cámaras digitales hacían sus primeros pininos y le permitían, a alguien que recién empezaba, ‘acertar’ alguna de las decenas de fotos que tomaba. La teletipo escupía noticias todo el día y era un personaje crucial de cualquier redacción. No existían wasap ni las redes sociales y todo pasaba por la palabra directa. Apenas los mensajes de texto acortaban esa brecha.
En el 2000 las cosas cambiaron y volé 85 kilómetros. Volví a Gualeguay, a esa mañana de la radio que me había abierto las puertas sin egoísmos. Fue radio mañana y tarde durante muchos años, con adelantos tecnológicos que ponen en jaque la forma tradicional de hacer periodismo. Pero los años, que no pasan en vano, enseñan que el maquillaje no es más importante que el contenido. Que la forma de buscar las noticias podrá cambiar pero no la rigurosidad para tratar y procesar la información. Claro que la irrupción de las redes sociales amenaza a los medios tradicionales y los pone en jaque por su inmediatez, masificación y anonimato. Es mucho más fácil decir algo como francotirador que sentarse delante de un micrófono o una cámara. O escribirlo.
Es importante también reconocer que el fenómeno de la comunicación moderna permite traspasar todas las fronteras. Hago radio todos los días y me escriben gualeyos y entrerrianos desde este continente, Europa y Asia. Ni hablar del país, donde cada oyente cuenta sus vivencias y nos informa de su realidad cercana. Esta masa se amasa y se estira todos los días. La historia se escribe cada 24 horas y no para nunca. Será eso que hace tan apasionante lo que hacemos.
Como en la vida, las satisfacciones suelen estar en las pequeñas cosas. Nuestros medios son cercanos y no pueden abstraerse de lo que los rodea. El bache, la luz o el remedio forman parte de nuestra cotidianeidad, aumentada por la pandemia. El encierro y la angustia impactaron en nuestras audiencias, pero también en la responsabilidad que pesa sobre nuestras espaldas. Admito con sinceridad que se volvió una carga pesada, pero la asumimos con gusto, sabiendo cuál es nuestro papel en la sociedad.
Hoy claro miramos con otra perspectiva lo que pasó. El dolor y las huellas de lo que vivimos se sienten en el alma y habrá que aprender a convivir con eso. Pero no hay experiencia que no deje enseñanzas y esta no es la excepción.
Los periodistas, algo que sucede en todo el mundo, ya no gozan del prestigio de otrora. También nosotros hemos caído bajo la sombra de cuestionamientos a la calidad de nuestro trabajo. Por eso, hay que bucear en nuestros comienzos y traer los viejos valores. Hay que contar lo que pasa siendo lo más fielmente posibles. Hay que preguntar, preguntar y preguntar hasta incomodar. Y hay que pelear por una sociedad crítica que sepa procesar todo lo que recibe. Con eso estaremos hechos y podremos decirle a las próximas generaciones que cuidamos el legado de los que nos precedieron.