El deseo de agradar, ese algo tan humano
Hoguera de vanidades. Vedettismo. Competencia de los egos. Quizá nos equivoquemos al creer que estas expresiones sólo describen conductas del mundo de la farándula.Sobre el nuevo divo de la TV, Ricardo Fort, se dice que es el típico caso del chico rico que hace cualquier cosa para atraer la atención sobre sí. Como alardear de su fortuna o modificar su cuerpo artificialmente.Se diagnostica que detrás de este excéntrico personaje que hoy acapara las pantallas, se esconde un desvalido ser humano que mendiga, patéticamente, el amor que le retacearon en la infancia.Suponiendo que esta hipótesis fuese correcta, y al margen de las particularidades biográficas de cada quien, la pregunta es: ¿acaso todos nosotros somos tan distintos de Fort?¿Nuestros móviles vitales son más nobles y superiores?. O en otros términos: ¿podemos decir que el deseo de amor y de aprobación de los demás no es algo que nos afecte?El hombre nunca aparece como realmente es. Esta doblez es constitutiva, enseña el psicoanálisis. Razones sublimes, esgrimidas con verba inflamada, esconden en realidad instintos primarios.Son las astucias del ego, diría Freud. Mascaradas orientadas a escamotear deseos inconfesados. Grandes "racionalizaciones" que sirven al orgullo humano. Para hacernos creer -y hacer creer a los demás- lo importante que somos.Otros maestros de la sospecha, antes que el gran fundador de la psicología profunda, han especulado sobre lo que "mueve" al hombre en sociedad. Algunos han señalado, justamente, que detrás de todos aquellos que esgrimen un papel en la sociedad, reclamando en muchos casos una posición encumbrada, juega en realidad una necesidad muy prosaica: la de ser reconocidos.El filósofo inglés David Hume (1711-1776), por caso, no considera una debilidad esa búsqueda. "El deseo de fama, reputación o crédito ante los demás está tan lejos de ser condenable que parece inseparable de la virtud", señala.Otro inglés, John Locke (1632-1704), recalcó la desgracia que caía sobre quienes perdían reputación: "Nadie escapa al castigo de su censura y desagrado si atenta contra la moda y la opinión de las compañías que frecuenta (...) No hay uno entre diez mil lo suficientemente firme e insensible como para soportar el desagrado y la censura constantes de su propio círculo".Pero acaso nadie como Juan Jacobo Rousseau (1713-1788) exploró esta necesidad humana de distinguirse de los demás. Según él, el afán de incrementar la riqueza es consecuencia de la necesidad de "situarse por encima de los demás".Rousseau ofrece una clave para explicar la lucha sorda, en todos los frentes, que entablan los hombres entre sí: "Mostraría cuánto domina nuestros talentos y capacidades este todopoderoso anhelo de reputación, honor y distinción que nos devora a todos; cuánto excita y multiplica las pasiones; cuánto nos convierte a todos los hombres en rivales o, peor aún, en enemigos".
ESTE CONTENIDO COMPLETO ES SOLO PARA SUSCRIPTORES
ACCEDÉ A ÉSTE Y A TODOS LOS CONTENIDOS EXCLUSIVOSSuscribite y empezá a disfrutar de todos los beneficios
Este contenido no está abierto a comentarios