EDITORIAL
El deseo humano de dejar una huella en los demás
Al hombre le ha atormentado siempre la visión de la muerte, la finitud y la idea de la transitoriedad. ¿Y si con la muerte se acaba todo? ¿Y si eso equivale a la aniquilación total?
Esta temática la abordó el filósofo y escritor español Miguel de Unamuno, en su célebre libro “Del sentimiento trágico de la vida”, donde se pregunta qué sentido tiene la vida si estamos condenados a perecer individualmente. ¿Cuál es la finalidad de la existencia del ser humano sin la perpetuidad de la consciencia, de su yo concreto e individual? Según Unamuno, todos los hombres deseamos seguir siendo después de la muerte; es un deseo innato en el ser humano. El filósofo español llamó a esto “el hambre de inmortalidad”. Es decir, la cuestión de la inmortalidad sintoniza con los deseos más hondos del ser humano, y con las preguntas más acuciantes sobre el sentido de la existencia. Todas las religiones han nacido para responder a esta cuestión central de la muerte, afirmando que existe un “más allá” feliz para todos aquellos que han llevado (en el más acá) una vida virtuosa. ¿Pero cómo resuelven los no creyentes la perspectiva de que la vida acaba con la muerte, de que finalmente todo terminará por convertirse en polvo? ¿Sobreviene entonces el olvido? En realidad, algo de nosotros persiste en los demás, por más que no lo sepamos y percibamos, dice el profesor en psiquiatría Irvin Yalom, en su libro “Mirar al sol”, donde indaga sobre el miedo a la muerte, según él la “gran herida del ser humano”. Allí dice que muchos de sus pacientes, afectados por la ansiedad que les produce la perspectiva de dejar de ser, y que no creen que exista algún “cielo”, han encontrado consuelo en la idea de que podemos dejar huellas profundas en los demás durante años. “El efecto que tenemos sobre los demás se transmite, a su vez, a otros, del mismo modo en que los círculos concéntricos que se producen al arrojar una piedra a un estanque se siguen expandiendo, aun cuando ya no sean visibles para nosotros. El concepto de ondas concéntricas se refiere a dejar algo de la propia experiencia de vida, algún gesto, algún buen consejo, alguna guía, algún consejo a los demás, sabiéndolo o no”, escribe Yalom. Según el psiquiatra, la idea de que podemos dejar algo nuestro, aunque no vayamos a estar ahí para verlo, ofrece una potente respuesta a los que afirman que la falta de sentido es la conclusión necesaria de nuestra finitud y transitoriedad (tesis de Unamuno). Yalom señala que el concepto de ondas concéntricas está presente en muchas estrategias vinculadas con la necesidad humana de proyectarse hacia el futuro. “La más evidente -cuenta- es el deseo de proyectarse en lo biológico mediante hijos que lleven nuestros genes, o a través de la donación de órganos, por la cual nuestro corazón late en reemplazo de otro y nuestras córneas le permiten a alguien ver”. Existirían, así, múltiples formas de intentar influir en los demás: llegar a ser conocidos por nuestros logros políticos, artísticos o financieros; dejar nuestro nombre en edificios, institutos, calles; hacer una contribución a la ciencia básica; colaborar con una ONG. También existe la transmisión silenciosa, suave e intangible, que se produce entre distintas personas (producto de la amistad, el amor filial o de pareja, el que se da entre el maestro y el alumno), y por el cual acaso se ayude a enriquecer la vida de otros.
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