El doble filo en el uso de las palabras
El hombre es el ser de la palabra, decían los griegos, al señalar que habitamos en el lenguaje. Pero el uso de los signos lingüísticos puede tanto mejorar nuestra condición como ser fuente de alienación.En este frente se da una paradoja: mientras por un lado los lingüistas vienen advirtiendo que el lenguaje cotidiano se adelgaza -nos manejamos a diario con no más de 600 vocablos- por otro lado hay un uso exacerbado de la palabra.Pero la proliferación de mensajes no significa, ni mucho menos, que nuestra comprensión del mundo o que la comunicación humana sea mejor. Al respecto, cabría establecer una analogía entre la palabra y la moneda.Así como la desvalorización monetaria (inflación) se produce cuando el Estado fabrica más billetes de los necesarios, lo mismo ocurre con los signos lingüísticos: pierden valor ante su explosión sin respaldo, cuando se crean para no decir nada.El humorista Quino acuñó una frase que mueve a la reflexión: "No es necesario decir todo lo que se piensa, lo que sí es necesario es pensar todo lo que se dice".La primera parte sugiere que la prudencia ordena abrir una ancha zanja entre el pensamiento y la palabra. Es decir, muchas veces es preferible callar, y de hecho el silencio es signo de sabiduría.En Quino también hay una crítica a la conversación insustancial y vana, a la charlatanería, al hablar indiscreto. A la palabra vacía que recoge la expresión latina "flatus vocis" (soplo de voz).Cabría aclarar que así como hablar cuando no se debe puede causar daño en las personas, en sentido contrario no hablar cuando se debe puede denotar otro mal: la ocultación.La palabra tiene un uso ambivalente: es tanto más verdadera cuanto más nos descubre el misterio y la complejidad de lo real, y en este sentido es transparente, o puede ser un dispositivo de enmascaramiento y un instrumento de dominación.En este último caso existe el lenguaje esotérico. Es decir el que necesita ser descrifrado, al que sólo entienden algunos pocos, no apto para profanos, y que es patrimonio de una minoría.Se suele hacer un abuso de este lenguaje incomprensible, de difícil acceso. Su empleo a veces trasciende el ámbito profesional, y pretende llegar al gran público sin filtro, denunciando así una suerte de desprecio hacia éste.Es un lenguaje que podría estar disimulando intenciones aviesas, deseos de engaño. Un hablar difícil en que la oscuridad ocupa el lugar de la profundidad. Y del que suelen ser afectos las personas que se auto-titulan "intelectuales".Algunos de ellos pretenden aparecer mejores que el resto porque utilizan un vocabulario rebuscado. ¡Cómo si la superioridad de la inteligencia se midiera por lo intrincado del habla!Hay que desconfiar de las jergas, de todo lo que tiene necesidad de ser descifrado. Lo profundo y lo verdadero no está reñido con los mensajes claros ni con las palabras más sencillas.Engañar a través del lenguaje, por lo demás, forma parte del discurso político. Es cuando lo que se dice es para no decir, cuando se buscan expresiones para llamar a la realidad de otra manera, cuando la palabra actúa como tapadera.Por ejemplo: "reacomodamiento de precios" en lugar de inflación, o "daños colaterales" por muertes debidas a la imprevisión; "corralito" en lugar de bloqueo de ahorros.La operación se conoce como eufemismo. De esta forma "se rebautiza la realidad para hacerla más aceptable y, así, modificar la mala percepción que produce", según explica Pedro Luis Barcia, ex presidente de la Academia Argentina de Letras.
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