El dominio de la cultura anti-age
A diferencia de civilizaciones pasadas, donde los ancianos ocupaban un lugar de privilegio, y eran consultados por su sabiduría, en nuestra cultura "está prohibido ser viejo".Las marcas corporales que deja el paso del tiempo, el transcurrir de los años, parecen ser un estigma intolerable. Una especie de credencial que condena a las personas adultas a estar fuera de circulación.Aunque es cierto que el deseo de ser joven siempre alimentó la fantasía del ser humano -algo de lo cual testimonia la literatura universal- quizá nunca como ahora se haya convertido en una obsesión de época.Una explicación sería que recién hoy la ciencia ha permitido modificar aquello que parecía irremediable. Los milagros de la cirugía estética están ahí para corroborarlo."La cultura de la resignación con respecto al cuerpo está cediendo paso a un deseo de control, una lucha sin fin contra el tiempo y la naturaleza", escribió en un artículo el filósofo y sociólogo Gilles Lipovetsky.Desde un análisis macro, acaso se pudiera vincular el fenómeno al desencanto sociológico de la modernidad. La pretensión de arreglar la sociedad para redimir al hombre, perdió fuerza.En su lugar, se ha instalado una tendencia de repliegue hacia sí mismo, una glorificación del individuo, que incluye el culto al cuerpo, detrás de lo cual hay una búsqueda de la felicidad.A cambio de la utopía colectiva, el hombre contemporáneo se ha lanzado al perfeccionamiento de su propia biología. La medicina, la genética, la cirugía plástica, el gimnasio, las dietas, la cosmética, son algunas de estas tecnologías al servicio de este ideal.Sobre todo al ideal de quitarle la marca de los años a la piel. Los adelantos en esta materia son tan extraordinarios que algunos creen que el concepto de la "edad" se ha transformado.Se habla de los "trans-etarios", la nueva categoría creada por los profesionales para hablar de la "gente sin edad", aquella cuya apariencia, hábitos y pensamientos coinciden, aunque la cronología los haya hecho nacer en tiempos diferentes.Como si la brecha generacional se hubiese licuado, hoy se habla justamente de cómo se multiplican los ejemplos en los cuales padres e hijos se parecen cada vez más.Y esto no sólo porque la variable biológica se ha relativizado, a partir de que los padres se revelan juveniles, producto de la intervención que han hecho sobre sus cuerpos las técnicas disponibles.Hay también una comunidad de intereses, de suerte que los adolescentes comparten con sus progenitores hábitos, ropas, música, películas y juegos. Es decir los límites de la edad se han desdibujados, al punto de que es dable ver niños-adultos y adultos-niños.Para el sociólogo canadiense Stephen Katz, la mediana edad se prolongó y las etapas de la vida -universidad, casamiento, hijos- perdieron rigidez. "Ahora no se trata de resistir el paso del tiempo, sino de invertir en sí mismo", declaró.Esta cultura anti-age, donde ser viejo se convirtió en sinónimo de decrepitud y limitaciones, y donde paralelamente se sobrevalora la juventud y su omnipotencia, hay una imposibilidad de comprender las características propias de cada etapa de la vida.Renegar de la vejez significa renegar de la naturaleza y de la vida misma. Para el psicólogo Carl Jung, la vida humana puede compararse con el recorrido del sol. "Por la mañana -dice- asciende e ilumina el mundo. Al mediodía alcanza su cenit y sus rayos comienzan a disminuir y decaer. La tarde es tan importante como la mañana, pero sus leyes son distintas".
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